La mujer analiza su cuerpo, reflexiona sobre su vida, rememora historias, viaja -sola o acompañada- y deja constancia de lo que el viaje supone en su trayectoria. La mujer anota, apunta, escribe. Traza un autorretrato, traza líneas que circulan paralelas a su existencia. Le sirve cualquier espacio en blanco. Incluso, si la idea la sorprende desprevenida, le sirve su propia mano. La tinta sobre la piel que ya es casi en sí misma una historia con entidad independiente. Un misterio que, sin duda, se desvelará. El caso es no perder la anécdota, la palabra, el pensamiento, el detalle, el hilo.
Ese hilo que utilizará para unir unas historias con otras. Las propias y las ajenas. Todas ellas, como los mapas que estudia en cada viaje, le sirven para crear la narración que quiere contar y que atraviesa espacios abiertos, recovecos íntimos, recuerdos personales, enigmas, contradicciones, otros misterios. Historias dentro de la propia historia que se cuenta. Literatura dentro de la propia literatura. Pasado y presente entrelazados. Aquí y ahora. Allí y entonces.
Cuando lo aparentemente insignificante se convierte en extraordinario gracias a la mirada que observa, a la mano que escribe, al corazón que palpita. Fragmentos de interior y de exterior que enlazan a la perfección, sabiamente anudados. Narraciones que encierran en su aparente sencillez poderosas enseñanzas, vivencias, reflexiones. Poderosos aprendizajes.
Todo lo que gira alrededor de su mirada, todo lo que está al alcance de su lápiz, sirve. Por pequeño, extraño o insólito que parezca. Nada es ajeno a esa mirada, a ese lápiz. A la percepción de esta mujer que escribe, Olga Tokarczuk (Sulechóv, Polonia, 1962), que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura y cuyo particular universo queda muy bien reflejado en esta obra, ‘Los errantes’, que obtuvo el prestigioso Premio Man Booker Internacional y que ahora publica Anagrama.
‘Los errantes’ fluye como el agua de un río caudaloso en el que nos vamos encontrando de todo. Huellas del pasado y huellas del presente más reciente. Cicatrices y restos de varios naufragios. Pero también luces que indican que la vida también es hermosa, que el ser humano (aquí, ella, la mujer que escribe) merece traspasar todo tipo de ideas y fronteras para descubrir toda esa belleza que reside en los lugares más insólitos, más insospechados, más recónditos.
Solo hay que prestar atención, captar las percepciones de la naturaleza y de los viajes, huir de esos prejuicios que siempre terminan en asuntos que albergan en su interior siniestras complicaciones.
Un libro hermoso el que ha escrito Olga Tokarczuk. Uno de esos libros que lees de principio a fin y que luego, más pronto que tarde, cuando esa primera lectura ya ha reposado y ha sido asimilada, regresas a él, lo abres por cualquier página y disfrutas de su sabiduría como si de un nuevo y fascinante poema se tratara.
Merecido premio, gran hallazgo.