Este artículo es hijo de la rabia implacable que bullía dentro de mis tripas cada vez que coincidía con un grupito de hombres con el que un familiar mío suele relacionarse. Al principio pensé que sería irracional, “¿qué me pasa con estos chicos?”, me preguntaba cada vez que esa rabia profunda me atenazaba después de coincidir con ellos en fiestas.
La incomprensión sobre mi rabia continuó mientras estuve intentando acallarla y esforzándome por verlos como unos chicos cualesquiera, un grupo estándar, sin nada destacable. ¿Cuántos chicos no habría visto yo como ellos a esas alturas de mi vida? ¿Por qué justo estos me parecían tan insufribles?
¿Tal vez era por sus risotadas salvajes y escandalosas al unísono? No, había más. Las piezas fueron empezando a aparecerse ante mí cuando presté atención a mis percepciones corporales en lugar de tratar de callarlas por “irracionales”. Estaban esas miradas de lobos hambrientos sobre los cuerpos de las mujeres, que nunca se dirigían a sus caras más de medio segundo. También había bromas garrulas y conductas grupales asquerosas: eructar, narrar diarreas y vómitos experimentados y reír al unísono, a voz en grito, escupir lapos por la calle… Pero seguía sin encajarme: sí, ninguno de esos comportamientos era de mi agrado, pero esa rabia era especial, tenía que ocultar algo más, y yo tenía que averiguarlo.
Seguí tirando del hilo, permaneciendo atenta, hasta que en un encuentro casual todas las piezas encajaron: Me di cuenta de que no me escuchaban realmente cuando tomaba la palabra, ¡era tan perceptible en esas cabezas medio ladeadas, sin mirarme nunca de frente! O en las miradas de los integrantes del grupo cuando yo intervenía en la conversación, buscándose unas a otras de soslayo, como si fueran chiquillos jugando al fútbol y, en el campo, un intruso (¡peor, una intrusa!) se hubiera adueñado de la pelota y estuviera haciendo cosas raras con ella; la prisa por volver a intervenir rápidamente, sin dejarme exponer bien lo que iba a decir; la ausencia absoluta de cualquier tipo de gesto de complicidad de los que ellos continuamente se dedicaban… ¡Todo eso había estado allí todo el tiempo, y yo me había esforzado mucho mirando hacia otro lado! La rabia de mi vientre se rebelaba contra mis intentos de pasar aquello por alto.
Pero no todo estaba aclarado: ¿por qué me afectaba tanto? Es decir, ya había lidiado antes con misóginos como aquellos, “sabía lo que había”, ¿no?
De alguna manera, por ser ese grupo conocidos de mi familiar, un hombre con el que puedo hablar y que verdaderamente me escucha y respeta, había bajado la guardia, y cuando coincidíamos con aquel grupo yo esperaba inconscientemente el mismo trato de igual a igual por parte de ellos. Y de esa disonancia entre mis lógicas expectativas de respeto y su misoginia se alimentaban las llamas de mi ira.
Pensaba que había llegado al meollo de la cuestión, pero me equivocaba: en los siguientes encuentros, o incluso viéndolos en redes sociales, sin esperar absolutamente nada de ellos, la rabia me seguía carcomiendo, así que decidí hacerle caso a mi cuerpo y seguí indagando en mis sensaciones y pensamientos.
Finalmente, se me reveló que esa ira llevaba quemándome las tripas desde que era pequeña, y que había odiado a ese grupo toda la vida. Fue el déjà vu más potente que haya vivido. Todo eso lo había vivido antes, cuando en el patio del instituto veía a grupos de chicos hacerse con el espacio de la misma manera que lo hacían estos, mirar a las chicas como lobos hambrientos, como cosas, sin detenerse en sus rostros más de medio segundo.
Ya había visto a ese grupo en todos los grupos de chicos idénticos a estos, que se permitían gritar, escupir, hacer el guarro delante de todos y todas. Los había visto acompañados de las chicas más guapas, que a su lado se podían sentir parte de un grupo que transgrede normas sociales, de los malotes, pero que nunca serían uno de ellos, y a la que nunca tratarían como una igual. Ellas eran los trofeos que ellos iban exhibiendo ante quienes sí consideraban sus iguales: otros chicos. Ellas, pese a ir con ellos, siempre respetaban las normas que pesan sobre las mujeres: recato, agrado, complacencia…
Me di cuenta que desde el instituto, grupos como ese habían estado restregándome por la cara que el espacio es de ellos, que la transgresión es de ellos, que no nos consideran sus iguales ni se esfuerzan por disimularlo, que para ellos somos trozos de carne. Ese grupo fue solo la gota que había colmado mi vaso, y mi rabia era la negación más rotunda a actuar como esas chicas guapas que recordaba en los grupos del recreo, haciendo como que no se había dado cuenta de que el macarra de turno acababa de echar un lapo asqueroso delante de ella, mientras le miraba las tetas.
Volviendo con la gota que colmó mi vado, ¡ese grupo de hombres había estado restregándome sin pudor su privilegio en toda la cara tantas veces!
Por ejemplo, cuando aparecían sin camiseta en una fiesta, saltando, gritando, cogiéndose en brazos unos a otros, adueñándose firmemente del espacio con sus aspavientos como si fuera lo más natural del mundo.
O cuando llegaban a alguna fiesta con un look completamente estrafalario que habían acordado previamente en hermandad para divertirse, sin recibir críticas ni, mucho menos, el acoso del sexo opuesto, si no, al contrario, admiración por “tenerlos cuadrados” y “estar muy locos”. ¡Incluso ligaban así!
Por supuesto, también cuando comentaban delante de mí lo que les gustaría hacerles a crías en minifalda, cosificándolas y reforzándose unos a otros, hablando de tetas y culos como si fueran objetos al margen de la niña.
Y qué decir de cuando bebían como cosacos y decían cuanta barbaridad se le viniera a la cabeza a voces, exhibiendo con orgullo su estado de ebriedad y quedando ante sus iguales como los reyes del mambo, unos tipos muy enrollados.
Todo lo que he expuesto es una minúscula porción de los privilegios que ellos mismos han venido negando a las mujeres a través del doble estándar moral. Son conductas humanas que nos han usurpado, las han privatizado para el sexo masculino, y aún nos lo restriegan por la cara sin pudor alguno.
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¿Podemos las mujeres llegar en grupo a una fiesta, quitarnos las camisetas y los sostenes y bailar, saltar y gritar con el torso desnudo sin ser acosadas sexualmente por hombres? Todas sabemos que no. De hecho, las mujeres, cuando vamos en grupo a fiestas tenemos desarrollado todo un arsenal de estrategias de protección, permaneciendo atentas a que no nos pongan nada en la copa, quitarle de encima a alguna amiga a un acosador con mucha mano izquierda, acompañarnos al baño y en la vuelta a casa y , finalmente, mensajearnos para asegurarnos de que, efectivamente, todas han podido llegar a casa.
¿Nos adueñamos las mujeres del espacio, ya sea en fiestas o en cualquier otro escenario social? No, al contrario, nos quedamos en los márgenes o en espacios que tradicionalmente se nos han asignado, por ejemplo, en reuniones familiares, los hombres se instalan cómodamente en el salón mientras las mujeres se amontonan en la cocina.
En el caso específico de una fiesta, si sumamos nuestra socialización de género en el agrado, que tenemos que estar pendientes del acoso sexual y que los hombres han sido socializados para ocupar el espacio y competir con agresividad por él, es más que obvio que tampoco nos adueñamos del espacio de ocio nocturno.
Por otro lado, ¿se imaginan a un grupo de chicas acordando alegremente raparse al cero para vacilar en una fiesta? Si lo hacen, tienen una gran imaginación. A nosotras llevan demasiado tiempo comiéndonos el tarro con los ideales de belleza como para actuar con esa libertad. Ya es un reto para muchas ir sin maquillarse, o pasar de los tacones. A nosotras nos han dejado como burda versión de la transgresión acortar un poco más la minifalda, o agrandar el escote o el tamaño de los tacones, todo aquello que deleite la vista del eterno espectador masculino, que puede estar mientras tanto tapado al cero o teñido de amarillo pollo, porque para ellos, la prioridad no es recibir nuestra validación, sino la de sus colegas.
De cualquier manera, imaginemos el caso de que un grupo de chicas mañana este fin de semana se presentara en una fiesta con la cabeza rapada y teñida de verde césped. No van a convertirse, como ellos, en las reinas del vacile entre chicos y chicas, sino en el blanco de las burlas y puede que del acoso sexual por llamar demasiado la atención.
Ya si hablamos de los comentarios lascivos hacia niños por parte de mujeres adultas que los cosifiquen y acosen, ni me los imagino, ni existen, ni deberían existir jamás. Pero antes de pasar al siguiente punto, recreémonos en lo absurdo que nos sonaría una conversación como esta entre dos mujeres respecto a un niño de 15 años: “Tía, qué ganas de tocarle los huevos a ese pibe, ¿los tendrá firmesitos? ¡No me mires así, que donde hay pelito no hay delito!”. Igual de absurdos deberían sonarnos los comentarios sobre los genitales de las niñas hechos por grupos de hombres adultos, pero por desgracia, no es así.
Por último, las chicas tampoco nos solemos permitir beber como cosacas, principalmente porque tenemos que estar pendientes de que no nos violen. Es duro, pero es cierto. Y, anticipándome a los pensamientos de gente pepera: no, no se defiende en ningún caso que sea recomendable beber sin control, pero es muy indignante que el motivo para controlarse en hombres y mujeres no sea el cuidado de la salud en ambos casos, sino, en el caso de las últimas, la salvaguarda de la integridad sexual y la propia vida.
Pero aún en el caso de que un grupo de mujeres bebiera como cosacas en una fiesta y se desmadrara, gritara barbaridades y vacilara a cualquier persona que se cruzara en su camino, no obtendrían la simpatía de otras mujeres, mucho menos de hombres. ¿Imaginan American Pie protagonizada por mujeres desmadrándose? Es algo que nunca ha pasado.
En mi experiencia personal, cuando empecé a salir de fiesta y tuve mis primeras experiencias con el alcohol pude sentir sobre mis propias carnes el rechazo sobre mis intentos de vacilar como mi novio hacía, y muchas veces oí a otros hombres encomendándole encarecidamente que controlara a su novia. No pocos discursos encendidos di sobre la doble moral ante la bebida en discotecas y pubs, algo que un hombre nunca ha tenido que vivir.
En todos los casos que hemos visto, una misma estrategia es empleada por los hombres para controlar nuestra conducta, y aunque aquí la hemos visto relacionada con el ámbito del ocio nocturno, se puede aplicar a todas las esferas: Se trata de la violencia sexual. La violación es utilizada como un castigo para las mujeres que desafían los lugares a los que se nos ha relegado, es la herramienta preferida del patriarcado para dominar y controlar a las mujeres, un castigo ejemplarizante que les recuerda que, para ellos, somo una serie de agujeros que penetrar, un sujeto que está a medio camino entre la naturaleza y el ser humano completo, el sujeto de derechos: el varón.
El grupo que despierta mi rabia es un grupo de varones estándar, que disfruta de sus privilegios sin identificarlos siquiera como tales, pero también es un grupo estándar que cosifica a las mujeres y niñas, que acosa y que se beneficia de todo el espacio libre que dejan las mujeres en las fiestas y en la vida por estar cuidándose de no recibir una violencia sexual que solo es posible tras la cosificación que ellos mismos realizan constantemente.
Reciben una admiración desproporcionada por sus locuras, sus arranques y aventuritas, porque se están adueñando de la proporción de admiración que despertarían las mujeres si no estuvieran divididas entre complacerlos y cuidarse de ellos a un tiempo. La atención que reciben, por tanto, es ilegítima, se la están robando a las mujeres, la han privatizado. Por tanto, yo me hago eco de Chávez y les grito desde aquí: ¡Exprópiese tu privilegio, macho!
Nosotras las mujeres debemos expropiar a estos usurpadores todo lo que legítimamente nos pertenece, así que, en lugar de conformarnos con recibir la atención del que la lía parda, ser elegidas por él, vamos a dar un paso adelante todas juntas y vamos a liarla nosotras.
Vamos a hacer el loco, a vacilar, a ocupar el espacio que nos corresponde, a reírnos las gracias entre nosotras sin esperar ni por instante aprobación masculina. Mejor aún, vamos a divertirnos desagradándolos, dejándolos horrorizados con nuestras conductas, con nuestra libertad.
Vamos a reivindicar nuestros cuerpos libres de tacones y ropas incómodas que restringen nuestros movimientos.
Vamos a sacudirnos poseídas por la música sin preocuparnos por lo que piensen, a reír a carcajadas, a gritar, a rebosar carisma y a estar completamente locas.
Y, por supuesto, vamos a estar preparadas para defendernos las unas a las otras cuando vengan a reprimirnos a través de la violencia sexual, como han hecho siempre. Vamos a cerrar filas, a enseñarles los dientes y a demostrarles que ni el mundo ni nosotras son su coto de caza.
“Este artículo es hijo de la rabia implacable que bullía dentro de mis tripas cada vez que coincidía con un grupito de hombres con el que un familiar mío suele relacionarse. Al principio pensé que sería irracional, “¿qué me pasa con estos chicos?”, me preguntaba cada vez que esa rabia profunda me atenazaba después de coincidir con ellos en fiestas”. Pues la moral y ética del varón son interpretables cuando las reemplazamos por su estructurada e irresoluble perversión y ambigüedad sexual, susceptibles de ser interpoladas en las áreas determinadas y conocidas de la continuidad dominante de su civilización.
“Nosotras las mujeres debemos expropiar a estos usurpadores todo lo que legítimamente nos pertenece, así que, en lugar de conformarnos con recibir la atención del que la lía parda, ser elegidas por él, vamos a dar un paso adelante todas juntas y vamos a liarla nosotras”. Pues un penoso conflicto que la mujer padecería sería; ¿Cómo admitir que el patriarcado es el padre, el hermano, el compañero, el dirigente, el ecuménico, etc., y que en esta regla no habría excepción?
Experimentando en lo diario de mi percepción de lo real, ajustado a mi ortodoxia del psicoanálisis, rechazo absoluta y definitivamente esta sociedad impuesta actualmente, ya, nada me identifica con la misma, me es extraña, desagradable, molesta, peligrosa, penosa, irritante y cobarde en sus características culturales artísticas asumidas sometidas al mesiánico poder mundial de la globalización, en todo sentido.
Tampoco, ya, me reconozco rechazando absoluta y definitivamente la sociedad/política/partidaria/patriarcal/profesional/educativa/científica incluido quienes se atribuyen el seguimiento y representación del psicoanálisis, colectivamente desconectados y apáticos en razón de mi responsabilidad ética, como ciudadano consciente psicoanalítico (Freud).
En lo personal, ya, no siento identificación absolutamente alguna con ningún integrante de esta “civilización” en ningún orden, considerando que, ya, no tiene sentido él existir.
Osvaldo Buscaya
OBya
Psicoanalítico (Freud)
Femeninologia Ciencia de lo femenino
CABA
Argentina
19/5/2020