El 17 de mayo se conmemora (mejor dicho, se conmemoraba) el día en el que la OMS dejó de considerar la homosexualidad como enfermedad mental. Gran decisión, en efecto, digna de celebrarse.
A pesar de que estaba y está bastante claro que lesbianas y gays prácticamente solo compartimos la discriminación por razón de nuestra orientación sexual, como esa discriminación era y es tan brutal e injusta, justifica plenamente y por sí sola una alianza de lucha conjunta de gays y lesbianas. Es decir, al margen de otras particularidades, existe un importante objetivo común.
Con el tiempo, este día conmemorativo se ha transformado en Día Internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia (y lo que se vaya añadiendo, claro).
Opino que es un revoltijo sin mucho sentido. Pues ¿qué tienen en común las personas homosexuales con las personas trans? Algunos responden: que son colectivos discriminados. Desgraciadamente, en España, también son discriminados los colectivos de personas gitanas, negras, árabes, discapacitadas, emigrantes, exiliados, pobres o cualquiera cuyo físico no corresponda al modelo normalizado (gordas, con alopecia juvenil, etc.).
Inciso: antes de seguir, deseo aclarar (una vez más) lo obvio: defiendo firmemente que los derechos humanos son aplicables a todos los humanos, no quiero que nadie sufra mofa, befa ni escarnio y me opongo a que alguien padezca discriminación por ser lo que es. Lo aclaro, aunque sé que resulta un poco inútil.
En efecto: si yo dijera que la lucha de los gays y lesbianas es distinta de la lucha antirracista, no tendría que aclarar nada porque nadie deduciría que quiero que las personas negras sean agredidas. Entenderían lo que digo: son luchas distintas aunque compartan intereses profundos y un horizonte utópico común: un mundo sin discriminaciones ni sometimientos. Es, por lo tanto, positivo que busquen entre sí apoyos y alianzas. Pero cualquiera opinaría que ello no anula la necesidad de tener organizaciones diferenciadas, ni la conveniencia de que cada colectivo marque sus propios objetivos a corto y medio plazo (a largo, a muy largo, perseguimos el mismo, como dije más arriba).
defiendo firmemente que los derechos humanos son aplicables a todos los humanos, no quiero que nadie sufra mofa, befa ni escarnio y me opongo a que alguien padezca discriminación por ser lo que es. Lo aclaro, aunque sé que resulta un poco inútil.
Curiosamente, aplicado al racismo, mucha gente piensa como yo, pero, si se aplica a los colectivos trans, no. Aseguran que, más allá de ser colectivos discriminados, homosexuales y trans comparten algo más ¿qué? Nadie me lo aclara. Una apunta a que tenemos la misma orientación sexual. No sé qué entienden por orientación sexual pero la transexualidad no es una orientación sexual (lo dicen las personas trans).
Aunque, lo que me preocupa es que, en su afán por confluir con las personas trans, menosprecian la confluencia esencial de las lesbianas con las heterosexuales en la lucha feminista.
Y, al reivindicar esta, no deseo idealizar la tan manida “sororidad” ni ocultar los problemas que tuvimos–hoy globalmente ya superamos- entre mujeres hétero y homosexuales.
En efecto, en España, en los años de la transición y posteriores, las lesbianas encontraron ciertas prevenciones por parte del movimiento feminista. Esos recelos bebían de varias fuentes: la tradición puritana de los partidos de izquierda (que tenían aún considerable influencia en los círculos progresistas, incluido el feminismo), el miedo que sentían algunas feministas a que el incipiente movimiento fuera descalificado y atacado (aún más de lo que ya lo estaba, que era mucho) con el clásico: “No sois mujeres sino machos frustrados”, y también -todo hay que decirlo- porque bastantes lesbianas, no solo no eran feministas, sino que sentían gran “debilidad” por los gays, los defendían por encima de cualquier otra consideración… ¿quién no recuerda broncas a la puertas de una fiesta de chicas porque algunas se empeñaban en que sus amigos gays entraran? ¿quién no recuerda a lesbianas combatiendo como jabatas contra el SIDA pero indiferentes a las peticiones de los colectivos de mujeres pro aborto, pro divorcio, pro plenos derechos civiles, etc. etc.? Alegaban: “Yo no me voy a casar, no me voy a embarazar, paso de la patria potestad…” Y si les decías “Ah entiendo, no te sientes concernida, pero explícame ¿cuándo y cómo te vas a contagiar del SIDA?” miraban para otro lado.
Pero, en 1981, se creó el Colectivo de feministas lesbianas. Supuso, sin duda, un gran avance en el acercamiento mutuo. No porque numéricamente fuésemos muchas, ni por que hiciésemos grandes movidas, no, sino porque conseguimos interpelar al movimiento feminista sobre la necesidad de integrar la libertad de orientación sexual en la reivindicación esencial de libertad para las mujeres y porque, al tiempo, explicamos a las lesbianas que compartían un sometimiento básico con las demás mujeres. Cierto, no tendrían un marido al que hacerle la comida, pero sí tendrían un jefe abusón. Y no se libraban de violaciones, ni de sobreexplotación, de sometimiento, desprecios y ninguneos. En resumen, ninguna mujer, ni lesbiana ni hétero, escapa a su condición de mujer.
Ahora, en cierta manera y con sus pertinentes adaptaciones a los tiempos modernos, la historia se repite.
Mujeres que no se alteran especialmente sabiendo que hay millones de discapacitadas que conforman un colectivo brutalmente violentado y discriminado, pero, si oyen que el feminismo no puede renunciar a su meta de acabar con los géneros (no de multiplicarlos y elegirlos a la carta, sino de suprimirlos) se sienten profundamente ofendidas. Mujeres que reaccionan violentamente contra las que no asientan con “Amen, amén y amen” a todo lo que los colectivos trans tengan a bien decir o proponer.
En fin, cuánto camino nos queda por recorrer…