Se ha hablado mucho estos días del estreno de la película “Guapis” y, sobre todo, de la campaña publicitaria que utilizaron en las redes sociales para promocionarla.
No voy a repetir argumentos que ya hemos leído y debatido lo suficiente.
Vamos a intentar, por el contrario, ver si somos capaces de aportar algún matiz más a todo lo dicho últimamente, y que nos permita seguir reflexionando.
En primer lugar, me llama mucho la atención que la película está clasificada y recomendada para mayores de dieciséis años. La verdad, no me lo esperaba.
Para mí, se presentaba la oportunidad perfecta para hacer en casa un cine familiar, (tengo una hija de doce años), con un tema que ciertamente me preocupa.
Pero por lo visto, alguien ha considerado oportuno que lo que se ve y se cuenta en pantalla, solo es adecuado para mayores de dieciséis años.
Mal empezamos si lo que queremos es prevenir a edades tempranas, y ocultamos precisamente a las propias interesadas, aquello sobre lo queremos arrojar algo de luz.
Eso, o que el enfoque de la película es más adulto de lo que debería haber sido si la verdadera intención de la película hubiera sido llegar a esas edades.
Pero no pasa nada, en mi caso, decidí saltarme esa norma no escrita y permitir a mi hija ver la película. Lo hemos hecho en multitud de ocasiones con películas bastante menos trascendentes, con más razón si cabe, para hacerlo en esta ocasión.
Así que, le enseñé el trailer, le comenté de qué iba la película y le pregunté si le apetecía verla conmigo.
Si, dijo. Pero yo en una habitación y tú en otra-, me dijo.
Si, sé que esto puede sonar extraño, pero lo entendí perfectamente. Nada de lo que asustarse. A veces la compañía (y mirada) paterna a ciertas edades, para ver según qué cosas, puede ser más un estorbo que un aliciente adicional. Así que, adelante. Sin problemas. Seguía pensando que era igualmente necesario.
Y la primera en la frente.
Antes de llegar a la media hora de película, mi hija me pregunta a voces desde el comedor que si nos hacemos unas palomitas.
Le digo que sí, y de camino al microondas, le pregunto si le está gustando la película, y me responde literalmente:
Yo bailo mejor que la protagonista-, me dice.
¡Ay!, pienso para mis adentros…
Lo primero que se me vino a la cabeza, fue el artículo que escribió Yolanda Domínguez el otro día en el Huffington Post (1) sobre esta película (“Sexualización para denunciar la sexualización”), y reconozco que eventualmente, me empezaron a temblar las piernas ante las dudas por no conseguir lo que en principio pretendía con el visionado de la película.
Lo segundo que pienso, ya con más calma, es que mi hija no se está “enterando”, de nada de lo que está viendo.
O lo que es lo mismo, que a su edad es literalmente imposible pensar que va a aplicar la misma mirada crítica que yo estoy aplicando a la película a la vez que la estoy viendo. Obvio.
“Cuando tienes 11 años, no comprendes realmente todos estos mecanismos, pero tiendes a imitar, a hacer lo mismo que los demás para obtener un resultado similar. Creo que es urgente que hablemos de ello, que se debata el tema«, explica la directora de la película en una entrevista concedida con motivo del estreno de la película (2).
Dicho en otras palabras, de todo lo que está viendo mi hija en la pantalla, se está quedando solamente con todo lo que a su edad mola.
Los bailes, las coreografías, la música, las ropas, los likes de las redes sociales, en definitiva, de la atracción por todas las cosas que le llaman la atención en su (pre) adolescencia, pero con “cero” mirada crítica.
Y aquí viene mi mayor decepción con respecto a la película.
Sí, ya sé. Se que me vais a decir que para eso estoy yo aquí, para ver la película con ella, para sentarme después y explicarla punto por punto todo lo que ha estado viendo.
Y sí, también sé que ese cometido no le corresponde ni siquiera a la película. Que la película denuncia una serie de temas y problemas, pero que su única función como producto cultural u obra de arte es mostrar, no emitir ningún tipo de juicio ni moralina adicional a lo que nos muestra.
Y entendiendo todos esos argumentos, yo me pregunto a dónde nos lleva todo esto.
O a dónde nos va a llevar (que me preocupa más si cabe) en un futuro a corto plazo.
El otro día veía el documental “El dilema de las redes”, donde se afirmaba la siguiente frase: “las fake news en Twitter se propagan 6 veces más rápido que las noticias verdaderas”.
Y pienso que con todo esto que pretendemos prevenir con nuestros hijos y con nuestras hijas (violencia de género, cosificación, hipersexualización, peligros de las redes sociales, etc), nos pasa más o menos lo mismo.
Estamos intentando apagar incendios que no dejan de crecer a una velocidad infinitamente mayor que nuestros vanos intentos de apagar el fuego con apenas un pequeño vasito de agua.
Yo no estoy detrás de todos y cada uno de los productos audiovisuales que consume mi hija. Ni de cada vídeo musical que ve en YouTube, ni de cada vídeo que cuelga en Tik Tok, ni por supuesto, de lo que ve, ni de lo que comenta, ni de lo que lee y comparte en otras muchas aplicaciones que a mí literalmente se me escapan por innumerables y por incomprensibles.
Sé que mi responsabilidad paterna es darle unas pautas básicas, unas herramientas que le permitan discernir ante lo que está viendo y compartiendo. Fomentar el pensamiento crítico. Que aprenda a recapacitar lo que ve cuando delante de su cara se le presente un vídeo pornográfico. Desmontar el romanticismo de asociar el consumo de alcohol y drogas a la idea de divertirse. Alejarles de la idea de posesión y dominación y otros muchos peligros asociados al amor romántico en las relaciones de pareja, y un largo etcétera de temas, que estarían mucho más adecuadamente situados en los centros educativos, y no exclusivamente en los hogares, donde las familias apenas dan abasto.
Por qué, ¿de verdad creéis que con lo que intentamos hacer desde casa es suficiente?
Lo que a mí me ha costado empezar a entender después de toda una vida, conseguir implantarlo con éxito en la adolescencia de nuestros hijos e hijas.
Es literalmente imposible. Al menos, sin ayuda externa.
Porque me viene a la cabeza lo fácil que es aprender y lo difícil que es desaprender.
Lo fácil que es dejarse arrastrar por la corriente y lo difícil que es nadar a contracorriente, y más en edades tan difíciles como la adolescencia.
Lo fácil que se instaura todo lo que vemos a nuestro alrededor, y las consecuencias de todo lo que puede venir detrás, porque inevitablemente, nos sigue condicionando y mucho.
No por ver una sola película, sino por ver y tragarnos cientos de miles de mensajes con los que nos bombardean a diario, y que van conformando ese imaginario colectivo que no deja de alimentarnos individualmente y que van conformando lo que somos (y como nos relacionamos con los y las demás).
Llegamos tarde y lo que estamos haciendo (que es todo lo que podemos y nos dejan) es tremendamente insuficiente.
Hoy, a solas, antes de escribir este artículo, he querido volver a ver la película, porque quería fijarme específicamente en algo que quizás en una primera visión general de la película, se nos puede escapar o no darle la importancia que se merece.
¿Dónde están los hombres en esta película? ¿Qué tienen que decir, aportar, qué piensan de todo esto que nos cuenta la directora y guionista de esta historia? ¿Cuáles son sus reacciones ante algo que parece no afectarles directamente?
Aquí, unos pocos ejemplos (lamento los mini spoilers): el padre de la protagonista, desaparecido de la crianza y educación de su hija, pensando en su segunda boda. El primo de la protagonista, que renuncia a aprovecharse de los favores sexuales que le ofrece su prima preadolescente cuando se entera que ella fue la que le robó el móvil, el compañero de clase al que le intentan filmar en los baños mientras orina o le espían a través de la webcam, o los adolescentes más mayores que se encuentran en el parque el grupo de amigas, que se van sin ningún ánimo de aprovecharse de la diferencia de edad para conocer/ligar con ellas, o esos dos hombres adultos, trabajadores del escape room o similares donde se cuelan las cuatro amigas, que las dejan irse tranquilamente a pesar de su inicial y aparente enfado por no haber pagado, que se les pasa después de solamente mirar un poquito como bailan sugerentemente… Y así con todo. Y así con todos.
Hombres de todas las edades, aparentes víctimas indefensas de un grupo de amigas de once años, y simplemente perplejos ante el comportamiento de algunas de ellas en determinadas ocasiones. Ninguno de ellos, muestra un comportamiento que se salga aparentemente de lo normal. Ni una duda. Ni un pequeño desliz. Hombres (y niños) hechos y derechos. Íntegros (no como ellas).
¡Que pronto ha cambiado el imaginario colectivo!
Tan sorprendente como ese innecesario y pueril final con el que cierra la película un tanto abruptamente, facilón e incomprensible a más no poder.
¿Alguien se lo puede creer después de todo lo que nos han ido contando a lo largo de toda la película?
Me temo que la realidad dista de ser todo lo esperanzadora que quiere mostrar ese último plano (por otra parte, de bellísima factura) con el que quiere acabar la película Maïmouna Doucuré.
A menos que hagamos algo para remediarlo.
- “Sexualización para denunciar la sexualización”, publicado el 13/09/2020 en Huffington Post.
- “Cuties: Netflix incendia las redes con una película que para nada es lo que venden”, publicado el 21/08/2020 en El Confidencial.