El vestido en los seres humanos tiene diversas finalidades, no sirve únicamente para cubrir el cuerpo o defendernos de las inclemencias del tiempo, es también una forma de lenguaje que utilizamos en el intercambio social. Dentro de esa comunicación social, el disfraz, como un artificio, entra de lleno en el terreno de la representación simbólica que es característica de nuestro comportamiento social.
Por motivos diversos los seres humanos siempre han utilizado disfraces. El hecho de que los nacidos hombres se disfracen con los vestidos que socialmente están destinados a mujeres se enmarca dentro de las más viejas tradiciones y tiene diferentes significados simbólicos en función de la época. En el caso de las mujeres, disfrazarse de hombre, ha tenido en general un sentido diferente, ya sea por tratarse de una estrategia de supervivencia, para eludir prohibiciones o simplemente como defensa para evitar la agresión.
En la sociedad humana, nacer de un sexo u otro, viene acompañado de roles que nos marcan incluso antes del nacimiento. Mediante una ecografía que determina el sexo, los miembros de la sociedad proyectan sobre el neonato la indumentaria, los objetos, los colores, los espacios y hasta las expectativas de futuro, lo que es correcto hacer y lo que está vetado para cada sexo.
En nuestras sociedades patriarcales, en donde una clase sexual, la de los hombres, domina y ejerce poder sobre la otra, la de las mujeres, esa división y diferencia en los roles sociales se llama género. Se acompaña de directrices y normas claras que caracterizan a ambos sexos en la manera de vestirse, comportarse y tener o no privilegios y poder.
Nacer con el sexo biológico mujer, además de determinar una vestimenta asociada, en el sistema patriarcal se materializan también formas mucho menos simbólicas y mucho más físicas de maltrato social, como son el feminicidio, las mutilaciones, los matrimonios forzados, las violaciones, la explotación sexual y reproductiva, la discriminación social y económica…y un largo etcétera.
Nacer mujer se acompaña, además, de diversos y potentes mandatos ideológicos patriarcales, que se introducen culturalmente en edades muy tempranas. Por tanto somos más o menos conscientes de ellos, aunque esos mandatos también pueden permanecer en lo más profundo de nuestro inconsciente y condicionar nuestro comportamiento sin que ni siquiera nos demos cuenta. El género manifiesta la desigualdad jerárquica en los roles normativos que recibimos en las sociedades patriarcales que perpetúan el dominio del hombre sobre la mujer y nos relegan a ser seres de segunda clase al servicio de la masculinidad.
Las feministas sabemos que los mandatos patriarcales, desde el nacimiento y durante toda la domesticación social, están destinados a que aceptemos sumisamente y que perpetuemos la aceptación de la distribución desigual de poder. Se nos condiciona para ello en forma de premios pero también de enormes y dolorosos castigos. De esta manera se dirige el comportamiento social de las mujeres y se asegura nuestra sumisión mental y física desde la noche de los tiempos.
En la actualidad parecería que vestirse o disfrazarse con ropas no acordes al género, sería sinónimo de transgresión normativa. Como sucede en los carnavales, se asimilaría a darse el permiso para todo tipo de comportamiento, excesos y saraos. Muchos hombres han usado alguna vez vestidos destinados a las mujeres ya sea públicamente o entre sus camaradas y amigos. ¿Quién no ha visto una despedida de soltero donde los disfrazados son festejados y aupados ruidosa y jolgoriosamente por sus compañeros de juerga? Se trata de una especie de ritual en donde los machos de la especie se permiten mostrar su ginefilia. Sin embargo estos festejos carnavalescos están destinados a reforzar y mostrar su virilidad ante los otros hombres en una especie de cofradía displicente que usan para protegerse a sí mismos y entre ellos, aunque también sirva frecuentemente para atacar, en grupo, a las mujeres o ser cómplices silenciosos y conniventes de privilegios y agresiones.
Las feministas identificaron claramente que la imposición de la vestimenta es siempre cosa de hombres. El patriarcado nos impuso el velo, nos cortaron las faldas o las alargaron, nos vistieron de rosa… o nos indujeron a mostrar más o menos, el pecho o las piernas, según la sociedad patriarcal en la que se nazca y de cómo se sexualiza en ellas a las mujeres, para uso de los hombres, en todas y cada una de las diferentes culturas.
Actualmente, sin embargo, las vestimentas siguen también los dictados ideológicos del mercado. La industria de la moda los crea en función de si producen o no beneficios económicos a quienes los promueven. Los publicistas e ideólogos sociales, se han percatado de que la sexualización de la moda produce siempre beneficios, aunque parezca creada para subvertir los roles de género y ser transgresora. La transgresión solo es un disfraz para aumentar el negocio y transmitir las ideas que interesen al mercado y al neoliberalismo.
Las mujeres en el patriarcado son privadas de sus derechos tanto a nivel estructural, como social y material por parte de los hombres, ya muestren éstos abiertamente su machismo, o se disfracen con los vestidos que, por rol de género, están destinados a ellas, con el artificio de usarlos para el disimulo y el camelo.
Si lo que vestimos sirve para identificarnos como grupo sexual dentro de una determinada cultura, también podemos ver claramente que el hábito no hace al monje. Ni el disfraz de género puede ocultar la realidad que pretende ocultar.
El pasado día 23, se conmemoraba el Día Mundial de lucha contra la trata y la explotación sexual de las mujeres y niñas, una esclavitud que desde tiempos inmemoriales perpetúa los privilegios machistas y que, en la actualidad, sumada al neoliberalismo se convierte en una industria multimillonaria destinada al ejercicio del poder de los hombres. Los machos que en la plaza de Sant Jaume disfrazados de mujeres, atacaron a las mujeres Feministas son los mismos machos de siempre, disfrazados eso sí de supuestos transgresores.
Las feministas sabemos, aunque venga disfrazado, que se trata de un ataque del patriarcado y del mismo machismo de siempre, con una dosis más o menos marcada de ginefilia. También sabemos que quienes nos agreden demuestran en realidad su profunda debilidad. Si no pueden vencernos, quieren ocupan nuestros espacios. Pero aunque se vistan de seda, como machistas quedan.
En resumen:
Las agresiones que recibieron las mujeres abolicionistas sentadas en la plaza de S Jaume de Barcelona el pasado día 23 fueron perpetradas por hombres disfrazados de mujer y alguna que otra espontánea exaltada que imitando el comportamiento machista agresivo y violento, se disfrazó también de patriarcado para la ocasión.
Sepan que, por el momento, y por poco tiempo, el uso del disfraz para perpetrar agresiones es un agravante en derecho penal.
Con disfraz o sin disfraz, las agresiones a mujeres deben parar inmediatamente, los autores y autoras intelectuales de las agresiones, lo saben, pero redactan y dictan nuevas leyes para que se catalogue legalmente, como delito de odio, la defensa feminista.
Sin duda las nuevas leyes que desean aprobar facilitarán la impunidad de los agresores machistas. En realidad se trata de la misoginia y el machismo de siempre, disfrazados con ropas de mujer. Con las nuevas leyes que van a perpetrar, el género no será abolido, como deseamos las abolicionistas sino todo lo contrario, se verá ratificado y afianzado. La buena noticia es que tampoco podrán ni conseguirán abolir el feminismo.
Desde el gobierno y las instituciones emerge un nuevo patriarcado político, que se parece mucho al antiguo, en sus formas fundamentalistas y el consentimiento de actos fascistas, ya se vista o se disfrace ahora de doctrinas posmodernas.
Las feministas sabemos que el rey patriarcal y misógino va desnudo, aunque venda disfrazarlo de defensor de derechos de las mujeres.