La palabra “misoginia” significa rechazo, odio, aversión a las mujeres por su condición de mujer. Etimológicamente viene del griego, misos, que significa “odio”, y de gyné, mujer. Por supuesto que es una palabra mucho más antigua que “tránsfoba”, que acaba de inventarse. Sin embargo, “misoginia” es tan milenaria que ya aparece como título de una obra del comediógrafo Menandro (s. IV a.C.) Claro que, en el ya asentado patriarcado griego, la misoginia era moneda corriente y normalizada, dado que la mujer no era para Aristóteles más que un varón castrado porque el pene era lo que definía el estatus e, incluso, condición “sine qua non” para ser ciudadano. Ahora, algunos colectivos, actúan “con papel de fumar” si escuchan la palabra “vagina”, gran insulto para la exquisita sensibilidad de los que carecen de ella, cuando, curiosamente, todas y todos hemos nacido atravesando semejante oscuro túnel. Menos mal que Gustav Courbet (1886) lo dejó bien claro en aquel cuadro escandaloso y censurado al que llamó “el origen del mundo”.
Si bien el palabro TERF es de reciente creación, viene pegando fuerte y armado de ladrillos y ladrillazos. En una ceremonia de la confusión, toda la Corte del Ministerio de Igualdad ha oficiado de patrocinadora y anfitriona entusiasta de un esperpento que no tiene otro objetivo que el de señalar a personas que, desde un pensamiento crítico y no de odio, tratan de poner un poco de luz en un engendro jurídico que, si el feminismo no lo remedia, acabará por imponerse a los cuerpos y mentes inmaduros de unas criaturas a quienes se trata de convencer de que han nacido en un cuerpo equivocado. Pero, me pregunto ¿Qué es ese “algo” que ha nacido en ese cuerpo equivocado? Lo más aproximado que puedo imaginar es una especie de arquetipo eterno que desde el mundo de las Ideas platónicas ha descendido al plano de la materia de modo equívoco.
En fin, lo que me resulta extraño, no es que determinados hombres quieran ser mujeres o se crean mujeres reales, sino que señoras políticas de izquierdas y materialistas de confesión, defiendan esa teoría del cuerpo equivocado como si una entelequia espiritual y eterna descendiera en “carne mortal”, tal que la virgen del Pilar, a un cuerpo que no era el debido, como si en esa transmigración platónica de las almas se les hubiera averiado el GPS y hubieran ido a dar a un destino equivocado. Son ellas, pues, con sus esperpénticos proyectos de ley, las que están provocando esa agresividad que castiga con ladrillos a las feministas que pretenden un poco de claridad, como ha tenido que sufrir Lucía Etxebarria, expuesta desde ahora a que cualquier descerebrado se lo tome en serio y ejecute el plan. Aunque, ladrillos aparte, lo malo ha sido acusar en la Fiscalía a Lidia Falcón por delito de odio, y lo peor, que la fiscal, ¡una mujer!, lo haya admitido a trámite. A más a más, la fiscal se negó a darle copia de todas las actuaciones llevadas a cabo hasta el momento, a lo que Lidia – que no se calla ni debajo del agua – le replicó que eso no le había pasado ni en el franquismo. La deriva que está tomando la cosa es de asustar, por eso, a la salida de la vista, Lidia les dijo a las que vienen detrás – que no es mi caso, por cierto – que eso de las libertades conquistadas está muy en solfa, es decir, que peligran muy seriamente. Bien, ahora veremos quienes, bajo la espada de Damocles, están dispuestas a seguir trabajando por el feminismo y luchando contra el modelo patriarcal, que no acaba de morir y renace de sus cenizas. Pues de cenizas nada mientras el Ejecutivo y el Legislativo le sigan dando alas al fénix de nuestras pesadillas.
Si las mujeres tuviéramos que denunciar todos los actos de misoginia sufridos a lo largo de la historia y desde todas las instancias e individuos posibles, no daríamos abasto en reclamaciones judiciales. Nosotras no teníamos el peligro del cuerpo equivocado, ya que ni siquiera teníamos alma, es decir, categoría de humanas, hasta la Alta Edad Media, que la recibimos en el Concilio de Macon por muy pocos votos a favor. Nos salvamos gracias a la Virgen María, que engendró a Jesucristo y, por tanto, no podía ser un “bípedo implume” cualquiera.
Si nosotras quisiéramos salvar nuestra dignidad por la vía penal, tendríamos que denunciar muchos de los anuncios publicitarios, la inmensa mayoría de las películas producidas por Hollywood y fuera de él, toda una caterva de obras literarias que nos tratan de malas malísimas, desde Medea a cualquier femme fatale de la novela negra o rosa, da igual. Ahora, que si pasamos de la ficción – es decir, del imaginario masculino – a la realidad, no nos daría el cuero para denuncias, y menos para ladrillazos. Durante mil años, la cultura china estuvo rompiendo pies de mujeres y vendándolos hasta su reducción máxima para satisfacer el deseo erótico de los hombres, o ciertas culturas, animista y musulmana estricta, siguen rebanando clítoris y vulvas de niñas para controlar su sexualidad. Y eso que ellas no han nacido en un cuerpo equivocado. ¿Qué? ¿Empezamos a denunciar?
Si nosotras quisiéramos salvar nuestra dignidad por la vía penal, tendríamos que denunciar muchos de los anuncios publicitarios, la inmensa mayoría de las películas producidas por Hollywood y fuera de él, toda una caterva de obras literarias que nos tratan de malas malísimas
Yo le diría al Ministerio de Igualdad que, por favor, que en vez de subvencionar con 300.000€ semejantes ceremonias de ladrillos o estudios para comprobar cuánta gente “no binaria” hay en España, se fije en las 20.000 mujeres cuidadoras que se han quedado en la calle con la pandemia, en el aumento exponencial de maltratos a mujeres encerradas con su maltratador y que mire al 52% de la población no-trans que espera algo más juicioso y equitativo de un ministerio que se creó con otros fines. El transactivismo ha de tener sus propios cauces de expresión sin entrar como elefante en cacharrería en un Movimiento Feminista que está llevando a cabo una verdadera re-evolución sin perjudicar a nadie, sin agredir a nadie y trabajando por las libertades de todas, incluidas las trans. Desactivemos el trans-patriarcado, señora Ministra. La misoginia es mucho más grave, más antigua, más profunda y más lacerante que todas esas supuestas ofensas que una crítica racional a su delirante ley puedan suponer.