Seguramente muchas personas no vieron venir que “las idénticas” de las que nos hablaba la maestra Celia Amorós han resultado ser las esenciales. Y ha tenido que ser una pandemia, con todos los estragos que ha ocasionado y continúa ocasionando, la que ha evidenciado la contribución, no sólo necesaria, sino esencial, de las más precarias e invisibles.
Con motivo del Día Internacional de la Mujer (Trabajadora), el Parlamento Europeo ha publicado algunas infografías que ponen de manifiesto la contribución imprescindible de las mujeres en la lucha contra la pandemia del coronavirus. Ellas han sido mayoría en el sector sanitario, donde el 76% de los 49 millones de personas trabajadoras sanitarias europeas son mujeres y, además, también representan a la mayoría de profesionales de los sectores de ventas y cuidados.
el 76% de los 49 millones de personas trabajadoras sanitarias europeas son mujeres
En una efeméride como el 8 de marzo no podemos obviar uno de los ámbitos donde mayores cotas de desigualdad sufren las mujeres, como es el empleo. Las mujeres continúan teniendo mayores dificultades para acceder al mercado de trabajo, pese a su nivel de cualificación, y la maternidad, muy idealizada en el discurso, sigue siendo un hándicap para las más jóvenes. Si cogemos las estadísticas de desempleo desagregadas por sexo y edad, constatamos que las mujeres en edad fértil son las más damnificadas. Además, la precarización sigue afectando a un gran número de empleos femeninos, más del 70% del empleo a tiempo parcial lo realizan ellas, con las consecuencias que ello tiene en sus salarios y en otros aspectos vinculados a la empleabilidad.
No podemos, por tanto, abordar los techos de hormigón, las dificultades para promocionar laboralmente, sin tener en cuenta la otra cara de la moneda, los suelos pegajosos, la precarización laboral que sufren muchas mujeres, cuyos trabajos, pese a haberse situado como los esenciales durante los momentos más críticos de la pandemia, continúan padeciendo las peores condiciones laborales, los peores salarios y la gran invisibilización. Además, el acoso sexual en el ámbito laboral es una realidad todavía muy presente.
Y, añadido a todo lo anterior, el peso de los cuidados, del sostenimiento de la vida, que continúa recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, ocasionándoles dobles y triples jornadas laborales con las consecuencias que ello tiene para su salud física y psicológica, pero también para su desarrollo profesional. La conciliación, si no es corresponsable, es una trampa para las mujeres. Ahora bien, la corresponsabilidad debe concebirse como una política de Estado, que implique a instituciones públicas, agentes sociales y familias, y que acometa reformas estructurales tanto en el sistema productor como en el reproductor, y no en políticas basadas en la sacralización del rol cuidador de las mujeres, que tanto daño les ha causado a lo largo de la historia. Perpetuar el rol cuidador de las mujeres es una perversión patriarcal, se revista como se quiera revestir.
Todos estos obstáculos conducen irremediablemente a una brecha salarial entre los ingresos que perciben mujeres y hombres durante su vida laboral activa, en las prestaciones vinculadas al empleo y en las pensiones, donde esta brecha si sitúa es un doloroso 40%. La emancipación de las mujeres, que no es otra cosa que la gran aspiración del feminismo a lo largo de sus tres siglos de historia, no será posible si las mujeres no disponen de recursos económicos que les permitan su libertad plena.
Las crisis derivadas de la pandemia han dado la vuelta a nuestras sociedades, evidenciando sus fortalezas, pero también sus carencias, y en lo relativo a la situación (laboral) de las mujeres han sido absolutamente elocuentes. Aprovechemos este contexto como una oportunidad para afrontar las reformas de calado que se requieren para recolocar la economía en una dimensión real que pase porque mujeres y hombres cobren lo mismo y cuiden lo mismo. Para realizar las grandes reformas que precisan tanto el sistema productor como el reproductor para que dejen de ser espacios hostiles a la palabra mujer.