Nacimos mujeres, nos engendramos mujeres y vinimos al mundo siendo mujeres.
A mí me vistieron de rosa pero yo no vestí a mi hija de rosa. Y no porque pensé que había nacido en un cuerpo equivocado, no me gusta seguir estereotipos marcados que no conducen a ninguna parte.
No conocí a mi bisabuela pero sí a mi abuela, una mujer que no lo tuvo fácil. Mi abuelo un día no volvió, como solía pasar entonces y los hijos y las hijas de mi abuela crecieron en un colegio lejos de ella, como solía pasar entonces. Tiempos difíciles aquellos de guerra y postguerra. La recuerdo, parece que esté conmigo ahora.
Mi abuela paterna se fue demasiado pronto, también golpeada por la vida, como solía pasar entonces. Dejaron todo en el pueblo para irse a vivir a Madrid. Mi padre el único hijo varón, la promesa de la familia, el resto mujeres. Mujeres que si venían de trabajar eran decentes pero si venían de bailar eran putas o indecentes, así era en aquellos tiempos, en los que amar, salir a pasear o pasarlo bien, si eras mujer era indecente.
Parece que yo nací en tiempos de cambio, donde se luchaba por los derechos de las mujeres que nos habían sido arrebatados durante siglos. En aquel Madrid de mi alma recuerdo manifestaciones por el derecho al trabajo remunerado para las mujeres, para poder salir a la calle solas sin miedo, para poder tener una cuenta bancaria a nuestro nombre, cosas que hoy en día nos parecen tan normales. Todavía en mis tiempos los colegios no eran mixtos, las niñas a un lado, los niños a otro. Todavía, en mi niñez, mi hermano fue más importante que yo.
Y este relato que parece tan lejano no lo es, nací en el 69, no hace tantos años, no ha pasado tanto tiempo. Sin embargo la involución que he percibido estos últimos años es mayor al tiempo que ha pasado.
A pesar de la lucha, la pelea, los avances que se han dado, de un tiempo a esta parte las mujeres hemos retrocedido en el tiempo. Recuerdo la estrofa de una canción “las niñas ya no quieren ser princesas y a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra” y es cierto, no quisimos ser princesas de ningún cuento y si quisimos la luna, nos la bajamos solas.
Somos una generación que supo y quiso ser mujer en el más amplio sentido de la palabra y que siendo mujer desde su inmensidad, acepta al hombre como su compañero de camino, de viaje, como un igual y como diferente porque lo es. Seremos iguales en derechos, pero somos complementarios para poder ser libres, no puede entenderse de otra forma.
Sin embargo esta generación nuestra ha ido dando paso a una generación que cree que lo tiene todo conseguido y que, esos derechos conseguidos con sangre, mucho sudor, mucho esfuerzo y porqué no muchas lágrimas y a veces mucho cansancio, nunca van a desaparecer; y si hay algo que desaparece en una sociedad que se tambalea o que muere por algún lado, siempre será por los derechos de los más débiles y en todas las sociedades serán los derechos de las mujeres, de la infancia, de la ancianidad, de las personas incapacitadas o con minusvalías y psiquiatrizadas y no digamos si en estos dos últimos casos son mujeres.
Hemos sufrido un último año caótico en muchos sentidos para toda la humanidad. Pero queda evidente que la parte más tocada la he nombrado en el párrafo anterior, las mujeres, la ancianidad, la infancia, las personas discapacitadas son quienes más afectadas se han visto.
La mayoría dependientes de mujeres con sueldos ínfimos y horarios extensos que tuvieron que dejar de trabajar, perdían todos, los que necesitaban cuidados y las que necesitaban trabajar. Las profesiones que han sufrido el mayor peso de esta enfermedad mortal están prácticamente copadas por mujeres y son quienes más afectadas se han visto. A la vez que trabajaban al 200% debían hacerse cargo de sus familias, donde también había hijos e hijas, padres y madres ancianas y ellas mismas que debían tener el máximo de los cuidados para protegerse y proteger.
Aunque no queramos, aunque se haya hecho todo lo posible, aunque intentemos no mirar atrás, nuestros hijos e hijas van a estar afectadas en su educación y estas secuelas las sufrirán mayormente nuestras hijas que deberán dar el máximo del todo para poder ocupar el lugar que les pertenece en una sociedad dirigida por hombres. No olvidemos que vivimos en sociedades atravesadas por una ideología machista y profundamente ligada a un manto de origen patriarcal donde el “pater familias” es el principal responsable de la prole, por cuanto mientras la mujer cuida y pare, el hombre trabaja y sostiene la familia. Es por ello que no corren buenos tiempos para esta generación adolescente que va a tener que luchar lo que ya lucharon sus abuelas, ya que si nosotras nos movemos en suelos pegajosos y techos de cristal, la involución que ya hemos sufrido mi generación, quizá por pensar que todo estaba conseguido y bajamos un poquito la guardia, a la generación que nos sigue todavía se lo ha puesto más difícil la pandemia. Ellas andan distraídas con sus smartphones y sus ipods.
La tecnología nos ha devuelto al control, a la vigilancia casi imperceptible, el reggaetón les llena de mensajes donde el menosprecio hacia la mujer y el trato de su cuerpo como mercancía o como uso es normalizado desgraciadamente, mensajes que de manera continua calan y mucho desgraciadamente.
Les daría un consejo a todas estas jóvenes, si me lo permiten, ¡QUE NO SE DISTRAIGAN! porque vienen tiempos muy difíciles y ellas deben ocupar su lugar.