Se acerca el momento final. En pocas horas, las personas que, desde sus lugares de origen, comenzaron a caminar el veinte de mayo, llegarán a Madrid. En sus ojos, la ilusión de una fraternidad compartida; en sus manos, miles de firmas recogidas en un camino que ha recorrido toda la geografía española. Sobre los hombros, una bandera que habla de Libertad. Una bandera capaz de unir pueblos y trascender fronteras, que aúna bajo su sombra costumbres distintas, diferentes religiones y culturas, variados paisajes… unidos bajo una carpa que es, a la vez, símbolo de la universalidad y trascendencia de la reclamación de cumplimiento de los Derechos Humanos para que dejen de ser privilegios. Derechos que el pueblo saharaui ve vulnerados año tras año. En su voz, un grito callado que, no por ello, deja de retumbar en todos y cada uno de los rincones de una España que no se resigna y reclama dignidad.
El punto de partida tuvo lugar en la cima del único volcán existente en nuestro territorio, como el inicio de un grito de fuego que se iría extendiendo, como solo el fuego puede hacer, de norte a sur y de este a oeste. Durmiendo bajo las estrellas, en albergues de acogida, al raso cuando el tiempo lo permitía, la Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui fue llevando su grito de rebeldía, justicia y libertad por pueblos, ciudades, aldeas y viendo cómo, día a día, sus filas se engrosaban. En muchas localidades eran recibidos por las corporaciones municipales, en otras, se han mantenido reuniones con delegaciones de los parlamentos autonómicos y en todas, ese grito ha unido a los pueblos. Porque la dignidad no quiere entender de colores.
El destino de las firmas es el Ministerio de Asuntos Exteriores. Hace más de 45 años, España abandonaba la antigua colonia del Sahara Occidental. Eran periodos de descolonizaciones y autonomías, de liberaciones y recuperación de soberanías. Pero el pueblo saharaui no vería cumplido su derecho a ello. Hoy, después de casi medio siglo, la situación no ha variado mucho. El pueblo saharaui sigue bajo los dictados de su país vecino, Marruecos, que, tras la marcha de España se negó a concederle la autodeterminación que, por derecho, le corresponde, aún a sabiendas de la ilegitimidad de su actuación. Una larga historia de ocupación, sostenida en el tiempo ante la mirada vuelta hacia otro lado de organismos internacionales, incapaces de obligar a Marruecos al cumplimiento de sus resoluciones.
Un prolongado periodo en el que el pueblo español ha estado al lado del saharaui, consciente de que la libertad y la dignidad de este forma parte de su propia dignidad. A lo largo de todo este medio siglo, son muchas las ocasiones en las que el pueblo español ha mostrado su solidaridad para con el saharaui y le ha tendido la mano de la fraternidad. Hace seis meses comenzó a fraguarse la marcha que ahora llega a su meta. El objetivo, visibilizar una vez más la situación de los territorios saharauis así como la de los campos de refugiados de Tinduf, la de una población que, poseyendo amplios recursos económicos –fosfatos, pesca, petróleo, gas, cobre, uranio, circonita, hierro, arena…-, se ve obligada a vivir de la solidaridad internacional y la ayuda humanitaria por la apropiación constante e ilegítima que de ellos hace Marruecos. Esta apropiación, en realidad un saqueo permanente, ha convertido a su gobernante, que no a su pueblo sometido a una migración constante, en una de las mayores fortunas del planeta.
Las constantes resoluciones de la ONU declarando ilegal esta situación caen una y otra vez en saco roto ante la complicidad y el silencio de la comunidad internacional. No a cambio de nada. Los acuerdos de Marruecos con la Unión Europea permiten, por ejemplo, que las costas saharauis sean explotadas por flotas extranjeras o que se otorguen licencias de explotación petroleras a empresas ajenas al Sahara. Una violación constante de los principios del derecho internacional que a nadie parece importar.
Una nube negra más aparece hoy en el horizonte de este silencio ante la sistemática y constante violación del derecho internacional: Marruecos tiene en su mano la llave para retener a los miles de personas que hoy componen este éxodo migratorio imparable e impedir que lleguen a Europa. Y así lo ha dejado palpable con su última acción, que no ha sido sino un aviso y una amenaza: el paso de 10.000 personas a Ceuta. Con esta llave, y a la luz de los últimos Acuerdos Europeos de Migración y Refugio, Marruecos se atreve a cuestionar la soberanía de países como España. La estancia de Brahim Ghali ha sido la excusa, tal como el propio Marruecos sin vergüenza alguna ha terminado reconociendo.
A la vez, ha dejado clara una lección que debería escucharse con atención: negociar con gobiernos violadores de los derechos humanos es una bomba a punto de explotar en cualquier momento. Y taparse la nariz no es manera alguna de solucionar problemas, ni nuevos ni enquistados en el tiempo. Ceder a cualquier tipo de chantaje solo provoca mayores chantajes en una sinfonía rota y profundamente desafinada.
La Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui es más que un grito saliendo de miles de gargantas que claman dignidad y exigen el fin de tanta complacencia. Consciente de la responsabilidad que le compete en origen, nuestro país exige una solución acorde con el derecho internacional.
La Marcha llega a su fin. El 18 de junio, a las 12:30, se entregarán ante el Ministerio de Asuntos Exteriores las firmas recogidas. El 19, a la misma hora, las calles de Madrid serán recorridas por las tres columnas que han convergido en Madrid desde todos los puntos de España y a la que se unirán los millares de personas venidas en autocares y la ciudadanía madrileña. Las tres columnas serán, por fin, una sola en la que retumbará un grito unánime clamando Libertad, Justicia, y Fraternidad.