
Cuando la gente dice cosas como «las mujeres trans son mujeres», «los hombres trans son hombres» y «las personas no binarias no son ni mujeres ni hombres», ¿qué quieren decir? En mi libro Material Girls señalé que muchas de esas personas están inmersas en una ficción.
Sumergirse en la ficción es un estado familiar para la mayoría de las personas. Casi todas lo hacemos, y algunas lo hacen varias veces al día. Cuando te zambulles en una novela, te das un atracón de series o incluso sueñas obsesivamente con triunfar en el plano romántico o ver fracasar a tus enemigos, lo estás haciendo. Los niños se sumergen en las ficciones cuando inventan situaciones elaboradas para sus juguetes o juegan a videojuegos basados en historias. Los actores pueden sumergirse cuando estudian sus nuevos papeles, al igual que los trabajadores que hacen juegos de rol en los días de descanso, al estilo de David Brent. Los grupos de recreación histórica se pasan los fines de semana sumergidos en ficciones colectivas sobre el pasado.
Cuando te sumerges en una ficción, tu objetivo directo no es reconocer y responder al mundo tal y cómo es en realidad, ahora mismo. Tomando prestada una frase filosófica, tus pensamientos y comportamiento no van directamente «rastreando la verdad». Normalmente no pasa nada, porque se supone que las ficciones son divertimentos inofensivos o encuentros interesantes con escenarios posibles, pero no reales, o simulaciones útiles de las experiencias de otras personas, pero lo que no se supone es que sean crónicas precisas de la realidad tal y como la ves personalmente ahora. Cuando se está inmerso, es como si muchos de nuestros pensamientos volaran en paralelo a la tierra sin tocarla.
Hay diferentes motivos posibles para que una persona trans se sumerja en ficciones de cambio o de huida de su sexo. Uno bien conocido es un fuerte sentimiento de disforia. Si una persona se siente muy incómoda con los aspectos sexuados de su cuerpo ―por ejemplo, porque no se ajustan a las normas corporales predominantes, o porque así lo cree― puede experimentar alivio al actuar como si fuera del sexo opuesto, o de ningún sexo.
Un número preocupantemente alto de niñas y mujeres jóvenes se encuentra en esta situación en estos momentos. Es razonable analizar este auge en el contexto de factores como la invención del teléfono inteligente, la correspondiente proliferación de las redes sociales y la pornografía, y la excesiva sexualización y cosificación de las jóvenes en nuestra cultura en general.
Un motivo de inmersión menos conocido, específico de algunos, pero no de todos, dentro de la demografía de varones trans, y también susceptible de estar influido por la pornografía, es la presencia de un fetiche conocido como autoginefilia (o «AGF»). En lenguaje llano: a algunos varones les excita sexualmente sumergirse en la ficción de ser una mujer. Los transactivistas hacen un gran esfuerzo por negarlo. Y parece especialmente difícil que la gente sin mucha experiencia en el mundo adulto de la sexualidad ―jóvenes idealistas, por ejemplo, o profesores de universidad― se lo crean. Sin embargo, numerosas fuentes lo atestiguan, y es importante que lo reconozcamos claramente a la hora de analizar las incursiones en los derechos de las mujeres. Véase, por ejemplo, este artículo de Vice de 2016, publicado antes de que los medios de comunicación progresistas empezaran a fingir que la autoginefilia nunca podría darse, y que describe con franqueza una noche en un club al que acuden hombres para travestirse de mujer por placer sexual, a veces también interpretando que están siendo «obligados» a «feminizarse» por una dominatriz. Los escépticos que queden también deberían leer las memorias sobre la transición de Deirdre McCloskey, Crossing, donde se admite alegremente el elemento sexual, o simplemente observar con atención esta imagen de una mujer trans dirigiéndose al Partido Demócrata del Estado de Nueva York.
Continuando con el tema: cuando se trata de personas que no son trans, las motivaciones típicas para aceptar las ficciones en las que se basa el transactivismo parecen ser de cuatro tipos principales. En primer lugar, está el deseo de ser amable con las personas trans, sin pensar mucho en lo que viene después. En segundo lugar, por un deseo de parecer amable debido al capital social que te aporta hoy en día. Tercero, por un deseo de evitar el ostracismo, ya que sabes que te castigarán socialmente si no lo haces. Y cuarto, por un deseo de deshacer las categorías sexuadas humanas con el poder de las palabras, porque alguien escuchó de algún académico iluminado que eso era algo coherente y políticamente deseable que hay que apoyar.
Acabo de explicar que muchas de las ficciones en las que nos sumergimos son inofensivas. Pero no es el caso de las ficciones trans, cuando se difunden a escala industrial y son mantenidas coercitivamente por un establishment progresista.
Al otro lado de este arco argumental particular se encuentran jóvenes adultos infelices y estériles, mujeres presas obligadas a compartir instalaciones con hombres violadores, mujeres deportistas desplazadas de la competición por hombres a los que no pueden aspirar a vencer, jóvenes lesbianas obligadas a salir con hombres, esposas coaccionadas a participar en las fantasías de travestismo de sus maridos y personas trans con una asistencia sanitaria totalmente inadecuada para su bienestar.
Sin embargo, por muy horribles que sean esos giros argumentales, en esta publicación quiero ofrecer un punto de vista más oblicuo sobre la historia que nos ha conducido a ellos. Porque me parece que el transactivismo proporciona un fascinante caso de estudio de lo que puede ocurrir cuando un movimiento político abandona la verdad como objetivo directo y persigue en su lugar la ficción. Puede que todos los movimientos persigan la ficción en algún momento, pero pocos tienen la negación de la verdad tan firmemente incorporada a sus axiomas fundacionales. Así que ahí van cuatro rasgos distintivos.
1) Ofrecer un relato convincente
¿Qué necesita una ficción para parecer vívida y realista, para captar tu atención y atraerte emocionalmente? En parte, necesita detalles de fondo que parezcan convincentes para el lector o espectador medio, y que distraigan lo suficiente como para que no se cuestione los fallos de la trama. ¿Y qué detalle más convincente podría encontrarse que aquel aportado por personas cuyo trabajo diario es ser inteligentes y saber cosas? Sobre esta base, se ha reclutado a parte del mundo académico, con mucho entusiasmo, para que proporcione detalles secundarios a las ficciones en las que se basa la industria trans.
Un artículo recién publicado por el filósofo Dan Williams describe un fenómeno relacionado. En el mundo actual, sostiene, los «entendidos y productores de opinión» aportan argumentos de supuesto apoyo y otras justificaciones para conclusiones que la gente ya estaba motivada a creer de todos modos, y lo hacen «a cambio de dinero y recompensas sociales». Se ha desarrollado un mercado para la racionalización de las creencias deseadas, explica. En el ámbito del transactivismo, creo que los argumentos ofrecidos por los académicos tienden a apoyar la inmersión en la ficción más que la creencia plena ―después de todo, al decidir a quién intimidar primero, los transactivistas parecen seguir sabiendo quiénes son mujeres y quiénes hombres―, pero, por lo demás, el proceso es similar al descrito por Williams. El juego para algunos académicos consiste en ofrecer antecedentes de apariencia convincente para conclusiones ficticias predeterminadas como «las mujeres trans son mujeres», «los hombres trans son hombres» y «las personas no binarias no son ni mujeres ni hombres». Dado que el sistema les recompensa actualmente por hacer esto, creo que su motivo inconsciente es a menudo la promoción profesional y el reconocimiento social de sus iguales, aunque inevitablemente lo disfrazan de algo moral.
En el ámbito con el que estoy más familiarizada, el de la Filosofía académica, un grupo de pensadores abnegados trata de aportar complejas y técnicas racionalizaciones post hoc para mantras que expresaron por primera vez los adolescentes en Tumblr en 2011. El hecho de que la verdad, en su sentido tradicional, no es su objeto de investigación no podría ser más claro. Véase, por ejemplo, la filósofa Katharine Jenkins, que comienza su artículo de 2016 sobre la naturaleza de la feminidad, publicado en la prestigiosa revista de filosofía Ethics, declarando: «El planteamiento de que las identidades de género trans son totalmente válidas ―que las mujeres trans son mujeres y los hombres trans son hombres— es una premisa fundamental de mi argumento, que no discutiré más». (Es revelador que «válidas» se utilice aquí en el sentido de Tumblr de identidades validadas como pasaportes o tickets de aparcamiento, y no en el sentido de validez lógica más tradicional para la filosofía académica). La conclusión del artículo de Jenkins, no especialmente sorprendente dadas las circunstancias, es que debemos utilizar el término «mujer» para referirnos a todas y cada una de las personas que tienen una identidad de género femenina, ya sean realmente mujeres u hombres.
Otro ejemplo de este peculiar género es un artículo de 2020 de Elizabeth Barnes, quien, al igual que Jenkins, deja claro que su razonamiento ha sido limitado de antemano por el deseo de encajar con la conclusión de que cualquiera que quiera ser clasificado como mujer debe ser contado como mujer, y cualquiera que no quiera ser clasificado como mujer no debe serlo. Una vez más, la categorización que responde al mundo, tal y como la concebimos habitualmente, no está ni aquí ni allí. A continuación, Barnes plantea un argumento hilarantemente retorcido para afirmaciones como «las mujeres trans son mujeres», argumentando que no existe ningún «hecho profundo e independiente del lenguaje que determine qué personas son mujeres, qué personas son genderqueer, etc.». Lo justifica, en parte, haciendo una analogía muy rebuscada con las discusiones metafísicas sobre las mesas. En pocas palabras: argumenta que, en términos metafísicos, no hay mesas, estrictamente hablando, aunque quizá haya «simples organizados en forma de mesa». No obstante, podemos seguir enunciando la frase verdadera de «hay mesas». Del mismo modo, aunque por razones algo diferentes, los hechos metafísicos sobre la mujer y otros grupos «de género» se desprenden de las condiciones de verdad de las oraciones que implican … Uf, me rindo. Ya no tengo que fingir nunca más que me tomo estas cosas en serio; os dejo probar. (Confieso, sin embargo, que sigo decepcionada por que Barnes no haya intentado argumentar que las mujeres son «simples organizados en forma de mujer»).
En las ciencias sociales, mientras tanto, las cosas no parecen estar mucho mejor. Aquí el objetivo de la investigación a menudo parece consistir en racionalizar ciertas creencias de fondo. Estas creencias están diseñadas para que la inmersión en las ficciones originales parezca beneficiosa o, al menos, sin coste alguno; o bien para que el rechazo parezca costoso en términos morales y sociales. (En efecto, la no inmersión se equipara a menudo con la «transfobia»). Por ejemplo: «hay una tasa extremadamente baja de arrepentimiento en los pacientes transgénero después de someterse a cirugía» (es decir, la inmersión asistida médicamente es inofensiva); «la administración de hormonas de sexo cruzado a los y las adolescentes con disforia de género reduce los pensamientos suicidas» (es decir, la inmersión asistida médicamente es beneficiosa); «cuestionar la ‘realidad ontológica’ de las identidades transgénero conduce al acoso transfóbico» (es decir, como persona no trans, negarte a sumergirte en las ficciones de las personas trans da lugar al acoso de las personas trans); «la autolesión no suicida es común en los jóvenes trans y pone de relieve la necesidad de intervenciones que reduzcan la transfobia» (es decir, como persona no trans, negarse a aceptar las ficciones de las personas trans provoca que los jóvenes trans se autolesionen); y así sucesivamente.
El objetivo principal de este tipo de artículos parece ser el de funcionar como un tremendo juego de culpabilidad para el lector. Como en el caso de los filósofos anteriores, el objetivo final no es una búsqueda relativamente neutral de la verdad, sino un simulacro de discurso académico que llevará al lector a aceptar ciertas conclusiones predeterminadas.
Esto se sugiere, en parte, por el hecho de que muchas de las personas que elaboran este tipo de artículos parecen tener intereses creados, económicos o personales, para mantener toda la ficción en marcha; pero también, en parte, porque lo que elaboran está muy a menudo lleno de errores chapuceros, y de fallos a la hora de observar incluso las normas metodológicas básicas. Otras personas están más cualificadas que yo para ilustrar estos fallos, pero, con respecto a los artículos de investigación a los que acabo de enlazar, este artículo, este otro, este otro y este otro parecen reveladores. Una explicación compasiva de este inusual nivel de incompetencia es que el objetivo nunca fue la verdad. Si el objetivo es motivar a los demás para que se sumerjan en las ficciones, entonces el uso real de metodologías fiables de seguimiento de la verdad está destinado a ser menos importante que la apariencia superficialmente convincente de su uso.
2) Explorar un universo paralelo
Una ficción convincente puede ofrecernos una instantánea de cómo podría ser la vida si nuestro punto de partida fuera diferente al mundo que conocemos: qué otra cosa podría ser cierta, digamos, si los británicos vivieran bajo una dictadura totalitaria con poderes de vigilancia de masas (1984); o si existiera una especie de seres parecidos a los humanos que no tuvieran un sexo fijo (La mano izquierda de la oscuridad); o si Alemania y Japón hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial (El hombre en el castillo), etc. Suplir las consecuencias ficticias de un escenario inicial inventado es otra forma en que los autores hacen que ciertas historias sean vívidas e interesantes. Los niños que se sumergen en historias inventadas hacen algo más básico, pero igualmente similar, utilizando juguetes y otros accesorios domésticos que tienen a su alrededor. Así, por ejemplo, un juego de fantasía infantil podría ser: si este muñeco es un «explorador» y esta silla es un «elefante», si pongo el muñeco encima de la silla, «un explorador está montando un elefante».
También el transactivismo, con la ayuda de los medios de comunicación y la universidad, trabaja para suplir las consecuencias de las ficciones originales de que las mujeres trans son «mujeres», los hombres trans son «hombres» y las personas no binarias «no son ni hombres ni mujeres».
En parte, se trata de resolver lo que se seguiría lógicamente, dada la forma en que suelen funcionar los conceptos «mujer» y «hombre». Por ejemplo, si las mujeres trans son «mujeres», entonces las mujeres trans son un subconjunto de las mujeres en general, por lo que también necesitamos una palabra especial para el subconjunto de mujeres que no son trans: «mujeres cis». Si las mujeres trans son «mujeres», entonces, como las mujeres antes de la edad de madurez sexual son «niñas», las mujeres trans antes de la edad de madurez sexual también son «niñas». Puesto que las mujeres que tienen hijos son «madres», las mujeres trans con hijos también son «madres». Dado que las mujeres que se sienten exclusivamente atraídas por otras mujeres son «lesbianas», las mujeres trans que se sienten exclusivamente atraídas por otras mujeres también son «lesbianas» (y así sucesivamente). También es frecuente la ficción de que las mujeres trans son «hembras» (porque las mujeres trans son mujeres y las mujeres son hembras).
Y luego está la práctica de extender los derechos y recursos de las mujeres a las mujeres trans, porque las mujeres trans son «mujeres», por lo que cabe imaginar que comparten precisamente esos derechos y necesitan también exactamente esos recursos.
Como sabemos ahora a costa de las mujeres, estar inmersa en la ficción de que las mujeres trans son «mujeres» lleva a la gente a pensar que las mujeres trans deben estar en los vestuarios de mujeres, en las escuelas, en las residencias universitarias, en las prisiones, en los grupos sociales, en los equipos deportivos, en los servicios de crisis por violencia sexual, en las piscinas, en los refugios contra la violencia machista, en las listas de espera, en las reuniones políticas… La lista es interminable.
Los servicios y recursos exclusivos para mujeres, construidos minuciosamente a lo largo de años, son ahora efectivamente desmantelados, en gran medida en la búsqueda de la verosimilitud estética para los varones.
Mientras tanto, si las mujeres trans son «mujeres», y ciertos acontecimientos y experiencias les ocurren característicamente a las mujeres, entonces la lógica de la ficción dicta que las mujeres trans deben sufrirlos también. Así, por ejemplo, se supone que las mujeres trans sufren de «misoginia«, porque las mujeres sufren de misoginia (una ficción a la que se le da más fuerza por el hecho de que experimentar la misoginia o incluso la violencia sexual es una fantasía sexual común de los varones autoginéfilos). Las mujeres trans tienen los síntomas de la menstruación, porque las mujeres tienen los síntomas de la menstruación. Las mujeres trans tienen los síntomas de la menopausia, porque las mujeres tienen los síntomas de la menopausia. Y así sucesivamente. En estos últimos casos, al igual que en el caso de que una silla cuente como «un elefante» en un juego infantil de fantasía, se introducen algunas cosas del mundo real como atrezzo para la historia. Así, cualquier discriminación real a la que se enfrenten las mujeres trans se rebautiza como «misoginia» y cualquier efecto secundario físico derivado de tomar estrógenos de forma artificial se rebautiza como «síntomas del periodo» o «síntomas de la menopausia» para mantener la ficción.
Esta elaboración de consecuencias ficticias se produce tanto a nivel particular como general. Martine Rothblatt es una mujer trans, y las mujeres trans son mujeres; Martine Rothblatt cobra más que cualquier mujer directora general de Estados Unidos; esto convierte a Rothblatt en la «ejecutiva mejor pagada de Estados Unidos», según la revista New York. Lia Thomas es una mujer trans, y las mujeres trans son mujeres; Lia Thomas es una nadadora más rápida que cualquier mujer de la Universidad de Pensilvania; esto significa que Lia Thomas ha batido «récords femeninos» de natación. La novelista Torrey Peters es una mujer trans, y las mujeres trans son mujeres: esto significa que la novela de Peters, Detransition Baby, puede ser candidata al Premio Femenino de Ficción 2022.
En este mundo de historias, los logros de las mujeres van reduciéndose para ser sustituidos por titulares mucho más sombríos que se refieren a «mujeres» involucradas en delitos típicamente masculinos como la pedofilia, la agresión violenta y el exhibicionismo.
La semana pasada, el Daily Record escocés informó de que “una mujer” llamada Shay Sims, que se había «declarado ante el tribunal culpable de tres cargos de agresión, lesiones penales e indecencia pública», se había «levantado el vestido y bajado los pantalones para dejar al descubierto un pene y siguió caminando 12 metros con el miembro al aire». Y el miércoles pasado, el New York Times informó de que se había grabado a una «mujer de 83 años», ya culpable de haber matado a otras dos mujeres, sacando el torso de una mujer desmembrada de un edificio de apartamentos.
¿Qué pasa, mientras tanto, con las consecuencias de las ficciones originales de que los hombres trans son «hombres» o la ficción de que las personas no binarias no son «ni mujeres ni hombres»? En este último caso, el trabajo es frustrante por su escasez para los aspirantes a narradores, ya que no tenemos un concepto bien elaborado de lo que significa «no binario» y, desde luego, nada tan bien elaborado como el concepto tradicional de «mujer». Lo mejor que pueden hacer los activistas, al parecer, cuando intentan rellenar las lagunas de la ficción no binaria, es remitirse a los puntos negativos sobre lo que no son las personas no binarias: no son ni hombres ni mujeres, ni varones ni hembras y no utilizan los pronombres «ella» o «él». Pero esto es una papilla demasiado fina para una línea argumental inmersiva y no deja a los activistas mucho que hacer en positivo (excepto seguir hablando de cómo las personas no binarias son «válidas» en el sentido de Tumblr-Jenkins).
En el caso contrastado de la ficción de que los hombres trans son «hombres», dada la centralidad del concepto «hombre» en tantos discursos, en teoría debería haber muchísimo material para que los activistas se pongan a la labor. Hasta cierto punto lo han hecho: por ejemplo, en la campaña en curso en el Reino Unido para que se registre a un hombre trans como «padre» legal en un certificado de nacimiento. Curiosamente, en la mayoría de los demás ámbitos, los espacios, recursos, derechos y logros de los hombres se mantienen intactos.
3) Retrocontinuar el pasado
Algunos creadores de historias se dedican al popular «retconning», es decir, a hacer que las nuevas historias sean un continuo con las antiguas, cambiando elementos de las mismas a posteriori. Resulta llamativo —al menos para la gente de mi edad y mayor— que en la telenovela Dallas el personaje Bobby, previamente asesinado, fuera traído de vuelta varias temporadas después, vivo, con la explicación de que todo había sido un sueño mientras estaba en la ducha.
En el transactivismo, se produce todo el tiempo una especie de retrocontinuación, como un medio más para producir historias de fondo convincentes para las ficciones actuales. Gran parte del mundo de las historias transactivistas depende de que las personas trans hayan sido una característica permanente de la vida humana a lo largo de la historia, sin importar el contexto cultural o histórico. Y así nos encontramos con la “transización” ficticia retrospectiva de notables figuras históricas no conformes con el sexo: Marsha P. Johnson, Ewan Forbes, James Barry, Juana de Arco, la reina Hatshepsut, Kurt Cobain… También tenemos la reinterpretación creativa de otras tradiciones culturales, con los pueblos hijra, fa’afafine, fakaleitī y kathoey, todos ellos representados de forma anómala bajo el concepto esencialmente occidental y relativamente moderno de «trans».
Por supuesto, también tenemos la ficción del niño «trans», el “retcon” más audaz de todos. Las mujeres trans que son «mujeres» deben haber sido alguna vez «niñas», y los hombres trans que son «hombres» deben haber sido alguna vez «niños», lo que, por extrapolación, significa que debe haber «niñas» en la población de niños varones y «niños» en la población de niñas mujeres, en este momento. Los niños «trans» (muy a menudo niñas, pero qué más da) «saben quiénes son» y deberían tener la «libertad de ser ellos mismos», se nos dice.
Sin embargo, esta «libertad» bien puede implicar que una niña tome fármacos que la harán estéril; o le provocarán una osteoporosis prematura; o provocarán la extirpación quirúrgica de sus pechos, ovarios y útero antes de que haya tenido la oportunidad de reflexionar sobre las implicaciones. Los adultos han animado a miles de niños, niñas y adolescentes de todo el mundo a sumergirse a fondo en esta ficción —de hecho, a empezar a creer en ella, y punto— en lugar de tratarla como un juego de fantasía entre muchos otros, como parte de un desarrollo saludable.
Los cuerpos de los y las niñas están siendo utilizados como accesorios en los dramas adultos y no tienen forma de comprenderlo bien hasta que es demasiado tarde.
4) Acordarse de apagar el teléfono
Cuando vas al cine, a veces te recuerdan que tienes que apagar el teléfono. Los molestos tonos de llamada pueden captar la atención de alguien inmerso en una ficción y devolverle desagradablemente a la conciencia del mundo real. De la misma manera, recordar de repente que la actriz que estás viendo interpretar a María Bolena es también una superheroína de Los Vengadores puede sacarte de la corte de Enrique VIII.
Los recordatorios de la realidad también están al acecho ahí, listos para distraer a quienes están inmersos en ficciones transactivistas. Está el desagradable hecho de que el sexo biológico en los humanos es inmutable. Recordar esto puede ser un verdadero fastidio cuando te intentas convencer de que Lia Thomas no es más que una mujer corriente e inusualmente buena en natación. Creo que esta es la razón por la que los transactivistas se oponen sistemáticamente a las afirmaciones de que el sexo biológico en los humanos no puede ser trascendido. En un caso reciente, varios estudiantes editores de la revista académica Law and Contemporary Problems dimitieron públicamente cuando se enteraron de que su revista iba a publicar un artículo mío titulado «La importancia de referirse al sexo humano en el lenguaje». (Por favor, léelo para fastidiarles). Hay varios precedentes, por supuesto; el más obvio, el tratamiento anómalamente duro del artículo de Lisa Littman sobre la disforia de género de inicio rápido hace unos años.
El miedo a romper la cuarta pared es también, creo, lo que hace que los transactivistas tengan tanto pánico a las sinceras intervenciones de J.K. Rowling sobre los daños que el transactivismo moderno inflige a mujeres y niñas. Rowling tiene el valor de describir la realidad de los comportamientos masculinos que perjudican a las mujeres y a las niñas, independientemente de las identidades de unas y otras. Quizá precisamente porque entiende tan bien la diferencia entre la ficción y la realidad, la famosa creadora de «El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado» es capaz de nombrar cosas —y está dispuesta a hacerlo— que otros no se atreven a nombrar en absoluto. También tiene el poder comunicativo y la influencia cultural para hacer llegar su mensaje a millones de personas. Para quienes están inmersos emocional o incluso económicamente en las ficciones trans, y que desean que otros también sigan inmersos, debe ser aterrador.
Y luego está el Subreddit de Detrans. Cuenta con 27.000 miembros, en su mayoría jóvenes. Allí muchos y muchas hablan con franqueza de los daños causados a sus cuerpos y mentes por la transición prematura. Algunos de quienes publican en este subreddit están desesperados por conseguir ayuda y sus testimonios son realmente impactantes. Y ahora te preguntarás: ¿por qué los medios de comunicación progresistas no informan sobre este fenómeno de forma menos ambigua? Porque se trata de un escándalo médico a la vista de todos.
La respuesta es que la existencia de los y las detransicionadoras recuerda a la gente que las identificaciones psicológicas pueden ser temporales, sobre todo en la adolescencia, y que no es inevitable hacer la transición basándose en sentimientos de disforia. La idea de que alguien «nace trans» o que no tiene otra opción que hacer la transición, dado «quién es realmente por dentro», es un mito. Quienes detransicionan lo demuestran. Ahora bien, no todas las personas trans se empeñan en ignorar este hecho, ni mucho menos. Pero muchas parecen hacerlo, al igual que un gran número de autodenominados aliados trans. Y colectivamente parecen estar motivados para ejercer presión sobre los demás para que lo ignoren también, sin importar el coste público.
De forma aún más dolorosa, quizás, el fenómeno de las detransiciones recuerda a las familias de niños y niñas que han transicionado que bien podrían estar cometiendo un terrible error al permitir que su hijo o hija sea medicada, un error que puede causar más tarde graves e irrevocables problemas para su bienestar. He sabido que algunas de las figuras prominentes que se dedican públicamente a intentar cerrar un debate equilibrado sobre la salud de esa infancia trans en el Reino Unido adoptan esta postura en privado, y a menudo me pregunto cómo puede ser que esos intereses particulares no se declaren. Estas personas me recuerdan a Christof, el personaje creador de El show de Truman, desesperado por impedir que su hijo alcance el horizonte artificial del pequeño mundo que, sin saberlo, ha sido creado solo para él.
Mis consideraciones se ajustan a reales situaciones, a riesgo de padecer reiteradas restricciones a las mismas.
a) {Hay diferentes motivos posibles para que una persona trans se sumerja en ficciones de cambio o de huida de su sexo. Uno bien conocido es un fuerte sentimiento de disforia. Si una persona se siente muy incómoda con los aspectos sexuados de su cuerpo ―por ejemplo, porque no se ajustan a las normas corporales predominantes, o porque así lo cree― puede experimentar alivio al actuar como si fuera del sexo opuesto, o de ningún sexo.}
Pues, es la historia de lo que adviene donde no se trataría de saber ni de descubrir, puesto que el feminismo deberá asumir sus responsabilidades, en inventar o reinventar su derecho, sus instituciones, sus estatutos, sus normas, etc. Suponemos que el feminismo debería estar para eso. Debería hacerlo teniendo en cuenta, a partir del psicoanálisis freudiano, su propio saber, su saber más específico y más inflexible, por ejemplo, con respecto a la crueldad del transexual ecuménico perverso varón, al deseo del varón de hacer y de dejar sufrir a la mujer por el placer de hacerlo.
El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual
“El feminismo es única y absolutamente la mujer”
Un travesti no es una mujer
Buenos Aires
Argentina
Osvaldo V. Buscaya (OBya)
Psicoanalítico (Freud)