La Feria del Libro y el Orden “Natural” de las Cosas

Cristina Lozano González
Cristina Lozano González
Profesora de educación secundaria en la especialidad de filosofía.
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Del 27 de mayo al 12 de junio se ha celebrado en Madrid la 81ª edición de la feria del libro con el lema “Hojea el mundo”. Este importante evento cultural tiene entre sus objetivos que la letra impresa conforme una parte importante del ocio infantil, juvenil y adulto, pero también y no menos importante, que la feria resulte provechosa económicamente para el gremio literario.

Según los datos que se han hecho públicos en esta última edición la recaudación de la Feria del Libro de Madrid ha supuesto un incremento del 2% respecto al año 2019 en el que se recaudaron 10 millones de euros en ventas, cota que no se pudo alcanzar en los dos siguientes años por las condiciones de seguridad que requirió la pandemia. En el presente año 2022, la asistencia a la feria ha superado la cifra de tres millones de personas que la han visitado en sus 107 librerías, 378 casetas y más de 420 expositores (https://elpais.com/cultura/2022-05-27/la-feria-del-libro-de-madrid-arranca-con-la-esperanza-sostener-el-crecimiento-de-ventas.html).

Todos estos datos parecen indicar que la cultura de letra impresa está llegando a un gran sector de la población -en este caso de Madrid- y que se están alcanzando cotas de educación y progreso con posible repercusión en la igualdad y equidad entre mujeres y hombres. Pero ¿es realmente así? ¿Hay correspondencia entre los avances culturales y la superación del sexismo que sufrimos las mujeres?

Una característica de esta 81ª edición ha sido que por primera vez la ha dirigido una mujer, Eva Orúe. Que no haya ocurrido este hecho en las 80 ediciones anteriores, es un indicador de la escasa relevancia que se le ha otorgado a las mujeres en el mundo de la escritura. De hecho, en la feria del libro de septiembre de 2021 el 60% de las sesiones de firmas fue monopolizado por autores, frente al 40 % de autoras. Los datos de la pasada feria 2022 nos indican que la situación ha variado muy poco: de las 4.018 firmantes de libros 2.182 han sido autores y 1.836 autoras. Además, en esta edición, se ha homenajeado a 4 escritores fallecidos entre los que solo hay una mujer -Almudena Grandes- aunque haya habido otras autoras a nivel internacional también merecedoras de este reconocimiento póstumo, como Anne Rice, Angélica Gorodischer o Amparo Dávila entre otras.

Desde la feria del libro de Madrid a menudo se filtran quejas sobre la desigualdad que sufren las editoriales pequeñas en comparación con las grandes, tanto en relación a los espacios como a la visibilidad. Sin embargo, poco o nada se comenta sobre la desigualdad notoria que se da en el tratamiento de los libros escritos por hombres respecto a los escritos por mujeres. Las editoriales suelen argumentar que el mundo del libro es un negocio y que, siguiendo la ley del mercado, hay que promocionar más los que se venden más, ergo, promocionan los escritos por hombres. Pero, ¿es este realmente el orden “natural” de las cosas? ¿Dónde pueden estar las causas de esta situación?

El periódico “ The Guardian”,  ha publicado recientemente un artículo titulado “Why do so few men read books by women?” (“¿Por qué tan pocos hombres leen libros escritos por mujeres?”) (https://www.theguardian.com/books/2021/jul/09/why-do-so-few-men-read-books-by-women)  en el que se pone de manifiesto que mientras las mujeres leen libros escritos por ambos sexos, los hombres lectores son reacios a leer libros escritos por mujeres.  Tal vez esto pueda explicar el porqué de los 5 libros más vendidos de ficción en el año 2021 en España, tan sólo uno fue escrito por una mujer (María Dueñas, “Sira”).

Como resultado de esta situación que se mantiene a través del tiempo, tenemos ejemplos de escritoras que hasta hace pocos años se veían obligadas a publicar sin mencionar su nombre para que el público masculino no las dejara de leer por ser mujeres. Este fue el caso de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling y de muchas mujeres de épocas anteriores, como la autora del personaje Mary Poppins que en el año 1934 ocultaba su nombre completo, Pamela Lyndon Travers y firmaba como P.L. Travers; o Mary Ann Evans, que publicaba como George Eliot; o Amantine Dupin, que escribía como George Sand.

Sandra Vasconcelos, profesora titular de Literatura Inglesa y Comparada de la Universidad de São Paulo (USP), afirma en una entrevista para la BBC que: «Las autoras que se atrevían a publicar usando sus propios nombres recibían muchas críticas porque estaban traicionando el papel reservado socialmente para ellas. La mayoría terminaba usando seudónimo ya que no querían exponerse públicamente» (https://www.bbc.com/mundo/noticias-46293652).

También en España la desigualdad obligó a las escritoras a su auto-invisibilización: Cecilia Böhl de Faber y Larrea publicaba con el nombre de Fernán Caballero y Caterina Albert i Paradis  firmaba como Víctor Catalá después de que, tras la publicación de su primera obra con su nombre, fuera tal el escándalo del público que decidió  publicar con nombre de hombre.

Y con estos antecedentes llegamos al presente siglo y nos preguntamos: ¿Cómo es posible que en el siglo XXI una mayoría de hombres no muestren interés en las obras realizadas por mujeres? ¿Cómo podemos animar a las niñas en las escuelas a que lean y escriban si la mitad de la población continúa desvalorizando a las mujeres escritoras?

Según la organización estadounidense VIDA -Women in Literary Arts (Mujeres en las artes literarias), no es sólo que se lea menos a las mujeres, sino que también los críticos de revistas literarias revisan menos los libros escritos por ellas y las revistas especializadas publican un menor número de ensayos de autoras que de autores. Esta situación es un producto del androcentrismo cultural que la escritora Laura Freixas define como “creer que media humanidad puede hablar para toda ella y la otra mitad sólo puede hacerlo para sí misma” (https://www.infolibre.es/igualdad/laura-freixas-cultura-hay-indulgencia-violencia-mujeres_1_1243006.html).

Por otro lado, tenemos actualmente el caso de una “aparente” escritora que después de obtener reconocimiento editorial y mediático (en ese orden), se ha descubierto al público que no es tal, sino tres hombres que han utilizado el nombre de una mujer para lanzar su obra. La cuestión es: ¿podemos comparar su situación a la de las escritoras que necesitan esa estrategia para ser leídas por hombres? ¿Qué han querido demostrar: que el “genio” masculino está por encima del nombre que lo rubrique? En el mundo en el que vivimos tal hecho más que una demostración, supone una constatación de la ideología misógina dominante. Mientras que muchas mujeres tienen dificultades para poder publicar, tres hombres deciden burlarse de esa situación publicando con el nombre de una mujer. Y esa burla es apoyada a nivel editorial, publicitada con gran aparato de marketing y premiada finalmente como un hito literario.

A este estado de cosas se une la idea neoliberal de la valía personal como juez que decide, de una manera neutra y objetiva, el éxito de cada persona. Pero basta con analizar los criterios de promoción de libros de las editoriales para comprender que estamos lejos de esa supuesta meritocracia. Año tras año, en la feria del libro de Madrid, así como en otros eventos literarios (por no hablar de la Real Academia de la Lengua Española), las autoras sufren desigualdad de trato respecto a los autores, impidiéndoles competir en las mismas condiciones y borrando, de hecho, cualquier significado que el término meritocracia pudiera tener.

La antropóloga Gerda Lerner en su estudio sobre la resistencia patriarcal desarrollada a través de la historia para impedir la difusión de la contribución de las mujeres a la cultura, ya nos hizo ver como “La aportación cultural de las mujeres es borrada sistemáticamente de manera que cada generación tiene que empezar desde cero” (The Creation of Feminist Consciousness. 1993). Y esta es la situación que tenemos todavía y que queda reflejada un año más en el acontecer de la Feria del Libro de Madrid, pese a que un sector de la población piense que se ha alcanzado la igualdad entre mujeres y hombres en el terreno literario.

 

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