Lenguaje, pronombres y libertad de expresión [1]

Laura Lecuona
Laura Lecuona
Filosofía en la UNAM. Traductora y editora,. Autora del ensayo "Las mujeres son seres humanos" (Secretaría de Cultura, 2016). De vez en cuando desempolva su formación en filosofía y escribe sobre temas de interés feminista
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En todo el mundo, las mujeres están siendo acosadas, perseguidas y castigadas por creer, ya no se diga declarar públicamente, que los hombres no pueden ser mujeres, las mujeres no tienen pene y no existe tal cosa como la identidad de género, es decir, no tenemos almas con género: nuestros gustos, personalidades, habilidades e inclinaciones no tienen nada que ver con el hecho de que seamos hombres o mujeres.

Las mujeres satanizadas por el activismo de la identidad de género sabemos que género no es sino otra manera de referirse a los estereotipos sexistas, y por supuesto no vemos nada positivo en los empeños por reemplazar “en documentos, estrategias y acciones de Naciones Unidas”, “las referencias a la categoría de sexo, que es biológica, por el lenguaje de ‘género’, que se refiere a los roles sexuales estereotipados”, como señala la Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo en su artículo cuarto, sobre la libertad de opinión y expresión. Esto ha “generado una confusión que a la larga pone en peligro la protección de los derechos humanos de las mujeres”. Y sí, estamos muy preocupadas.

Hoy en día la expresión de “identidad de género” está en boca de todo mundo y vemos por doquier a gente, incluso mujeres, celebrando el debilitamiento de los derechos de las mujeres… en nombre del feminismo. Mujeres, medios de comunicación e instituciones están tomadas. Ahora mismo, en México, casi todos los organismos gubernamentales despliegan por junio, “mes del orgullo LGBTTTIQ+”, la bandera de arcoíris y la bandera azul y rosa del movimiento por la identidad de estereotipos sexuales. ¿Cómo ha logrado esta ideología tan fenomenal conquista?

A través de diversas estrategias. El dinero tiene una parte enorme, por supuesto. Jennifer Bilek y su blog The 11th Hour han hecho un gran trabajo para documentarlo. Varias entradas están traducidas al español.

El chantaje emocional es también un arma muy efectiva. Lo vemos tiro por viaje en redes sociales, en grupos feministas en Whatsapp o Facebook: citar la consabida y falsa estadística de que se suicidan a los 35 años obra milagros.

Y, poco a poco, a través del lenguaje. En esto me quiero concentrar hoy.

Primero te dicen: “Usa sus pronombres de preferencia, ándale, no seas malita, ¿qué te cuesta? Si no lo haces se van a traumar”. Y vas cediendo: empiezas a decirles “ella” a algunos hombres y a hablarles en femenino. “Ay, qué guapa te ves”. Por pura amabilidad y porque son tus amigos.

Cuando algunos de esos hombres cometen delitos violentos, cosa que no es rara en los hombres, los periódicos hablan de “la violadora”. “Ella lo mató”; “Ella tenía una enorme colección de pornografía infantil”.

Las estadísticas de delitos cometidos por mujeres empiezan a dispararse como por acto de magia. A veces sólo gracias a la foto que acompaña el texto sabemos que esas supuestas violadoras, asesinas y abusadoras de niños no son mujeres. A veces tenemos que adivinarlo porque esta información, este simple detallito, se oculta o disimula. Porque sería muy grosero indicar que en realidad era un hombre: un violador, un asesino o un abusador sexual de niñas. Tenemos que ser lindas con él y decirle violadora o asesina. No nos cuesta nada. Embarrar a las lesbianas y contribuir a su estigmatización es lo de menos; lo que importa es que ese hombre no se sienta mal porque lo andamos misgenerando.

Y luego, si acaso esos violadores a los que llamabas “ella” llegan a la cárcel, prefieren estar en una de mujeres, ¡por supuesto! Entonces ya no nada más usamos sus pronombres de preferencia sino que nos parece muy bien que entren en sus cárceles de preferencia.

A algunos hombres les gustan los deportes pero no son tan buenos y no ganan premios, pero hay una fácil solución: empiezan a decir que se identifican como mujeres, a exigir que el resto del mundo les diga “ella”, y el mundo obedece. Luego empiezan a competir en las categorías femeninas. De ciclismo, de levantamiento de pesas, de natación. Eso es lo que prefieren. Y, ay, cuánto más cómodos se encuentran ahí… No sólo ganan medallas y rompen récords, sino que también pueden estar desnudos entre mujeres que no consintieron a eso y ni siquiera se les preguntó.

Y dices: “Ay, qué joven maravillosa, ha roto todos los récords en su categoría. Ella es superior. ¿Pero ves a esa gente? Son malas. ¡Dicen que es hombre! ¡Cómo se atreven!”.

A estas alturas puede ser que ya hayas conseguido creértelo tú misma. “Ella es una mujer con pene”. Empezaste jugando al juego de los pronombres y ahora ni siquiera te das cuenta de que estamos hablando de un hombre, que por cierto es un tramposo y, desde el instante en que entra a los vestidores de mujeres, un abusador sexual.

Si no hubieras permitido que este lenguaje entrara en tu mente y tu vocabulario, sería para ti mucho más fácil ver qué es lo que está pasando, y enojarte, y actuar en consecuencia. Tu docilidad y tu bondad te llevaron a un lugar extraño e incómodo. Estás autoengañándote de una manera monumental.

¿Cómo le hiciste? Con gran ayuda del lenguaje, empezando con los pronombres: esas palabritas inofensivas, esas tres o cuatro letras: ella, y con las terminaciones en a. Mi amiga, la diputada, la periodista que tiene su Only Fans o la influencer de YouTube a la que le gusta que la sabroseen.

Y ahora los pronombres y las terminaciones en a están interfiriendo con tu capacidad de pensar claramente. Los pronombres están constriñendo tu pensamiento.

El juego de los pronombres y las terminaciones vienen en paquete junto con una serie de reglas e ideas estrafalarias: también tienes que creer que el sexo se asigna al nacer y es un constructo social, que los hombres son mujeres si ellos lo dicen, que algunos hombres pueden menstruar y embarazarse, que algunas adolescentes tienen que tomar testosterona y hacerse una doble mastectomía para encontrar su verdadero yo.

Quizá todo empieza con una creencia de mentiritas; a lo mejor al principio no pensabas en serio que un hombre que dice ser mujer es literalmente una mujer.

Así es como funciona:

Un hombre dice creer que es mujer.

Y luego una mujer debe automáticamente creer que él literalmente es mujer.

Y finalmente esta mujer hace que “su feminismo” consista en ser superincluyente y defender el supuesto derecho de ese hombre a imponer su creencia al resto del mundo.

Pero ¿surge esto de una firme creencia de que son mujeres… o de un muy femenino deseo de ser aceptada (por ellos, por la sociedad)?

Gracias al juego de los pronombres, y al gaslighting y al engaño que lleva consigo, tú no ves, como lo vemos nosotras, a hombres invadiendo al feminismo y los espacios de mujeres: tú ves a mujeres frágiles y oprimidas que sufren exclusión y discriminación. Sin embargo, estamos viendo exactamente a los mismos hombres realizando las mismísimas acciones.

Gracias al juego de los pronombres, y al gaslighting y al engaño que lleva consigo, tú no ves, como lo vemos nosotras, a hombres invadiendo al feminismo y los espacios de mujeres:

¿Qué es lo que cambia? ¿Por qué son tan diferentes nuestras opiniones?

querías creer que son mujeres, te las arreglaste para convencerte a ti misma de que lo creías, y ahora a veces actúas como si de verdad lo creyeras. Algunas de tus acciones son consecuentes con la creencia de que son mujeres. Sin embargo, otras acciones tuyas te delatan y sacan a la luz lo que verdaderamente crees. Porque si de verdad creyeras que son mujeres, ¿estás segura de que serías tan obediente y sumisa?

He visto mujeres que, naturalmente, tienen miedo si un hombre las sigue por la calle y ve dónde viven, a mujeres que denuncian a taxistas porque les dijeron “guapa” y a mujeres que no quieren a hombres en protestas feministas, rendirse y someterse si el hombre en cuestión dice que se siente mujer. Sus mecanismos de defensa y sus reflejos desaparecen debido a esta creencia en la cabeza del hombre, que ahora ella cree tener el deber de sostener también, o de lo contrario es mala persona. Como él lo cree, o dice creerlo, ahora ella necesariamente tiene que creerlo también.

Hay un hombre enfrente de ti. Quiere entrar a tu espacio exclusivo para mujeres. Un grupo de lesbianas, pongamos por caso. Y le dices: “Ni madres, claro que no”. Pero él contesta: “¡Yo también soy lesbiana! Tengo identidad de género femenina, así que soy mujer, y a mí me atraen las mujeres”. Y entonces tú dices: “Por favor discúlpame, me equivoqué, claro que eres bienvenida, hermana. Es más, ¿qué te parece si nos organizas una marcha lencha?”.

Fíjate: ahora todo es diferente debido al solo hecho de que él dijo “Soy mujer”. ¿Qué propiedades mágicas posee este enunciado, en boca de un hombre?

¿Te das cuenta? Tú misma ves un hombre… a menos que él te diga lo contrario. Tú no crees tu propio razonamiento ni la información que te llega por los sentidos. Necesitas que él te diga qué es lo que tú estabas viendo con tus propios ojos.

Es más: como te dijo que es mujer, tú decidiste que podía entrar a un espacio lésbico, sin siquiera preguntarles a tus “hermanas” lesbianas. Lo pones por encima de ellas. ¿Por qué? ¿Sólo porque no quieres que te digan “terf”? ¿Porque no sabes qué contestar si te dicen que ahora resulta que tienes que andarles viendo los genitales para saber si son mujeres? ¿Porque cita a teóricas queer y te dejaste apantallar?

Veo incluso feministas que se dicen “críticas del género” o hasta “radicales” dándoles por su lado a algunos hombres y usando sus “pronombres de preferencia”. Quizá no sean tan radicales, pero al menos saben que los hombres no pueden ser mujeres, que es todo lo que se necesita saber para usar el pronombre correcto y la terminación en o.

Por ser buenas y por tener miedo, muchas mujeres le están entrando al peligroso juego de los pronombres.

Por ser buenas y por tener miedo, muchas están aceptando acríticamente ideas ajenas a ellas hasta que unos hombres les dijeron “Tienes que creer esto”.

Por ser buenas y por tener miedo, están dejando que otros les digan cómo pensar y qué creer.

Por ser buenas y por tener miedo, muchas mujeres están dejando que se desvanezcan nuestros derechos basados en el sexo, que no fue nada fácil ganar.

Si usas su terminología y participas en sus juegos de lenguaje, estás acatando sus reglas (es decir, las reglas de los hombres).

Si usas sus pronombres, si les dices “mujeres trans”, si les dices “compañeras”, si usas su lenguaje: “infancias trans”, “sexo asignado al nacer”, “no binario”, si te dices a ti misma “mujer cis”, estás dejando que ganen.

Y así, por ser buena onda y porque qué te cuesta, les estás dando un poder extraordinario sobre tu mente, tus ideas, tus opiniones, tus acciones… y las vidas de otras mujeres.

Mejor no lo hagas.

 


[1] Una versión preliminar de este artículo se presentó originalmente en inglés el 22 de marzo de 2022 en el webinario especial de Women’s Declaration International en el contexto de la sesión 66 de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (ONU) y después, en español, el 5 de mayo del mismo año, en un conversatorio feminista de los jueves en las redes de WDI-México.

 

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