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Volviendo a la Jornada crítica con el enfoque de las “nuevas masculinidades” celebrada en Pamplona el pasado 26 de mayo, en dicha Jornada, Luis Bonino, precursor del concepto de micromachismo y especialista en el estudio de la condición masculina, identificó algunos de los beneficios que producen en los hombres las nuevas masculinidades: un nuevo lugar social muy valorado y un “certificado” de hombre justo, bueno y admirado por muchas mujeres. Bonino señala que este hombre justo y bueno incorpora valores asociados a lo femenino (sensibilidad, empatía…) pero estos no los suele poner en juego con las mujeres y tampoco acepta muy bien que ellas incorporen los valores asociados a lo masculino (ambición, autoridad…). Este “nuevo” hombre, a diferencia del varón tradicional, se ha “descargado” más fácilmente del papel de proveedor, procreador o protector, pero no ha creado la necesidad de asumir otras obligaciones para con sus parejas.
Las nuevas masculinidades ponen el foco en cuestionar los costes del ser hombre y sus mandatos de género, con lo que se busca una nueva identidad que sea cómoda y positiva pero que no produce un cuestionamiento real de sus posiciones de poder y sus privilegios, lo que hace que no vean ni reflexionen sobre su propio machismo, el que ejercen en sus entornos cotidianos y con sus parejas. En el mismo sentido, Roberto Garda, psicólogo mexicano, otro ponente de la Jornada, entrevistado por elDiario.es , señala que “los hombres, al evitar una agenda que hable del poder y sustituirla por una agenda que habla de la identidad, han centrado su preocupación en cómo estar ellos mejor con ellos mismos en vez de cómo aprender a convivir con mujeres empoderadas, autónomas, que ejercen sus derechos”. Dice también que hay una parte del movimiento feminista que quizá piensa que los hombres ya cambiaron pero que no es cierto porque esos hombres están aprendiendo nuevas formas más sofisticadas de ejercer el poder, disfrazándolas de otra cosa.
Por otro lado, en nuestro país, en las políticas feministas más situadas a la izquierda, fue arraigando la idea de “diversidad” a partir del concepto de “diferencia”. Las políticas del reconocimiento de la diversidad han pretendido, en línea con la reivindicación y la defensa de los derechos humanos, ser más inclusivas para acoger y defender a los colectivos de mujeres que presentan más o mayores opresiones. Esto introdujo lo que se ha llamado el enfoque de la “interseccionalidad”, que propone poner en el centro a diversos colectivos de mujeres que sufren esas múltiples discriminaciones u opresiones: mujeres migrantes, sin hogar, prostituidas, trans, con diversidad funcional, mayores, gitanas y de otras etnias, etc…
Pero, como ya hemos visto, desde los años 90, se iba fraguando un concepto de diversidad que ha ido resaltando la diversidad sexual, algo que complica o deconstruye la identificación del sujeto del feminismo. Este enfoque, es el que ha cristalizado en los últimos años en nuestro país complicando la lucha feminista, ya que la visión del transfeminismo y la pretensión de legislar a favor del derecho de autodeterminación de las personas trans, ha generado una verdadera ruptura y un duro enfrentamiento entre el feminismo radical y el feminismo que apoya esta idea de la diversidad.
desde los años 90, se iba fraguando un concepto de diversidad que ha ido resaltando la diversidad sexual, algo que complica o deconstruye la identificación del sujeto del feminismo.
Desde este enfoque se han acogido todas las demandas del transfeminismo, lo que hace que se relativice la desigualdad entre los sexos y, por tanto, se invisibilice la opresión de las mujeres (de todas), al no poner en el centro esa desigualdad estructural en la que se ha asentado la sociedad, tal como ha hecho el feminismo durante tres siglos en su crítica al patriarcado.
Muchas mujeres se han sumado también a este enfoque al identificarse más entre sí como personas subordinadas, excluidas o marginadas respecto de las estructuras de poder (ya sean económicas o políticas) que como mujeres. Esta nueva identidad parece ser más fuerte para muchas mujeres que la que aporta el feminismo tradicional o radical (feminismo de la igualdad), que nos sitúa a todas como subordinadas al poder patriarcal-neoliberal. Esta elección hacia el feminismo de la diversidad (o queer) de tantas mujeres no hubiera sido posible sin la alianza construida con los varones menos tradicionales.
Quizá, las mujeres, al conformarnos con esos cambios hacia la igualdad de estos varones cercanos (parejas, amigos, compañeros de trabajo…), hemos aceptado el “pacto” con ellos, algo que quizá nos garantiza su aprobación y su complicidad sumándonos a defender esta y otras causas sociales con ellos.
Si conectamos todas estas dinámicas de las alianzas, podemos encontrar una confluencia de intereses: por una parte, el colectivo LGTBI que, precisamente porque incluye hombres gais y trans, está forzando un cambio para modificar lo que se entiende por feminismo (y controlarlo) y, por otra, los varones (mayoritariamente heterosexuales) que se identifican con las “nuevas masculinidades” que, como ya se ha señalado, creen que ya son suficientemente igualitarios y necesitan que no se siga hablando de machismo o de desigualdad entre hombres y mujeres. A defender estos intereses se han sumado muchas mujeres que se definen y consideran feministas. La alianza entre todos estos grupos ha favorecido la construcción de un “imaginario progresista”, a base de sumar todos los conceptos y valores positivos que rodean a la izquierda y de apropiarse de ellos: anticapitalismo, solidaridad, derechos humanos, cuidados, antirracismo, inclusión, interseccionalidad, identidad, respuesta colectiva al neoliberalismo, etc. Todos estos conceptos, connotados de una importante superioridad moral, especialmente si son defendidos por representantes intelectuales o activistas (hombres o mujeres) reconocidos/as socialmente, quedan (inconscientemente) asociados e identificados también como “verdaderamente” feministas y, al dejar de hablar de machismo y de desigualdad entre hombres y mujeres y poner el foco en defender los derechos de las minorías y de las identidades, generan mucho más fácilmente la adhesión de la mayor parte del colectivo LGTBI, de muchas mujeres y de los varones (sobre todo los más progresistas) que, gracias a ello, no se sienten interpelados para mirar sus relaciones de poder con sus compañeras o cuestionar sus privilegios. Del otro lado, el feminismo de la igualdad o radical, que sigue denunciando el machismo y las violencias contra las mujeres, queda asociado a algo antiguo, caduco o retrógrado. Así está ocurriendo, por ejemplo, en el ámbito de la Universidades, en las redes sociales o en medios de comunicación supuestamente también progresistas, donde este feminismo queda relegado, censurado o -directamente- excluido y prohibido sin que esta falta de libertad y de democracia se problematice o se denuncie desde una gran parte de la izquierda.
Con esta reflexión no se pretende simplificar una realidad que es muy compleja. Para que las cosas en el feminismo hayan llegado hasta aquí, son múltiples los factores que se pueden analizar, pero no por ello, las mujeres debemos bajar la guardia a la hora de hacer pactos que no van a representar una auténtica emancipación para todas. Es tentador hacer un pacto con intelectuales y representantes que defienden a las personas más vulnerables porque, entre otras cosas, eso produce una fuerte sensación de pertenencia a un grupo muy “atractivo” simbólicamente, pero las mujeres, que estamos socializadas para ocuparnos y preocuparnos por los demás, no podemos confundirnos y olvidar que como mujeres tenemos todavía mucho que luchar para conseguir la igualdad real respecto de los varones. Y, no debemos olvidar que el patriarcado usa sus armas más seductoras para llevarnos a su terreno y conseguir que claudiquemos.
no podemos confundirnos y olvidar que como mujeres tenemos todavía mucho que luchar para conseguir la igualdad real respecto de los varones.
Si, como dice la filósofa Maria José Binetti, asistimos actualmente a una auténtica “infiltración de una ideología posmoderna en ámbitos relacionados con las mujeres y a un constructivismo discursivo relativista y subjetivista en el ámbito ético-político”, no podemos eludir un análisis que identifique dónde están las trampas del poder patriarcal-neoliberal que hace que sigamos sufriendo muchos malestares y violencias en la vida cotidiana o se vulneren nuestros derechos humanos a través de ser objeto de múltiples violencias o explotación sexual o de ser usadas como vasijas para vientres de alquiler.
Se hace más necesario que nunca -por tanto- que identifiquemos los obstáculos a la igualdad real y de todo aquello que contribuya a reforzar el patriarcado. Para ello, es preciso que creemos y reforcemos más las alianzas entre las mujeres (de todas, en toda su diversidad) y exijamos a los varones un mayor compromiso ético que les impulse a cambiar realmente su subjetividad renunciando al poder y a los privilegios que deben compartir con nosotras. Es de justicia social y, más allá de nuestras diferencias, éste debe ser el horizonte feminista.