El tratamiento que los medios de comunicación han dado al “fenómeno trans” será estudiado en los próximos años en las facultades de periodismo, pero también en las de sociología, psicología e incluso en las de filosofía. Será un buen ejemplo de cómo se silencia, se sesga, se manipula, se tergiversa y se elude el debate público sobre un tema trascendental por intereses políticos y económicos que resultan opacos para la mayor parte de la sociedad.
Ya sabemos que la acción de los medios de comunicación es fundamental para imponer la agenda pública, es decir, los temas sobre los que la ciudadanía recibe información, y sobre lo que después habla, comenta, discute, se posiciona… o se queda pasmada incapaz de digerir tal cantidad de impactos audiovisuales. Ni que decir tiene que la mayor parte de las personas no puede formarse una opinión fundamentada sobre los temas que se le proponen porque pasan ante sus ojos y sus oídos con velocidad de vértigo. Lo más a lo que se puede aspirar es a tener un batiburrillo de ideas inconexas que nos permite balbucear sobre todo sin entender de nada.
En el tema “trans” todos los medios, sin distinción, (salvo los muy conservadores y alguna excepción) han abrazado acríticamente la visión positiva del fenómeno eludiendo las voces que se han desgañitado advirtiendo de las múltiples consecuencias que para la sociedad tiene la libre autodeterminación de sexo. Los medios han edulcorado el tema hasta silenciar por completo los argumentos razonados que las feministas hemos dado sobre la cautela con que habría que abordar este asunto. No han querido ni escuchar, ni entrevistar, ni convidar ni debatir con personas expertas que llevan años investigando sobre el sexo y el género, los roles sexuales que la sociedad impone, el descontento que muchas personas experimentan con sus cuerpos sin que por ello tengan que cambiar de sexo, etc.
Han ninguneado a mujeres y asociaciones que tienen experiencia y conocimiento del tema, como por ejemplo Dofemco, profesionales de la educación que están viendo lo que ocurre en los centros educativos donde aumentan cada día los y las jóvenes que se autoperciben como trans debido, entre otras cosas, al contagio social. Tampoco se han hecho eco de la marcha atrás que están dando países como Suecia, Nueva Zelanda o el propio Reino Unido, que ha cerrado la Clínica Tavistock tras un demoledor informe de la Dra. Cass sobre la ligereza con que se administraban tratamientos con bloqueadores de la pubertad. Tampoco han dicho ni mu sobre los problemas de salud que muchas personas arrastran a consecuencia de las hormonas, de las cirugías salvajes o de los efectos de los bloqueadores, sobre los que no hay todavía estudios rigurosos que aseguren su inocuidad. Las detransiciones no existen.
En fin, los medios han preferido dar altavoz a personajillos recién llegados al activismo trans, a influencers sin ninguna formación científica, a modelos que cantan las excelencias del cambio de sexo, y a otros individuos que no tienen empacho en mezclar el activismo con la publicidad comercial (como Paul B. Preciado con Gucci o L. Duval con Adolfo Domínguez).
La gota que ha colmado el vaso de mi paciencia –que ya se agotó hace tiempo, pero aún tenía alguna esperanza– ha sido la nula cobertura que ha dado Televisión Española a la presentación en el Colegio de Médicos de Madrid, a rebosar hasta la bandera, de la Asociación AMANDA, familias que están bregando con este tema y luchando para que a sus hijos e hijas no les desgracien la vida con cambios de sexo imposibles. TVE le dedicó 27 segundos a las protestas en la calle y sin declaraciones de la organización. En cambio, hacen una noticia de casi minuto y medio sobre Jamie L. Curtis, una actriz que hace tiempo está fuera del candelabro (Sofía Mazagatos dixit), que se queja de lo mucho que sufre su hija trans. ¡Qué notición!
Para más inri y escarnio de profesionales curtidos en el tema, en ese minuto y medio entrevistan a personajes de segunda que dan fe de lo muy perseguidos que están los trans, aunque como hemos dicho los medios se han volcado en promocionar por tierra, mar y aire la felicidad que irradian todos los que descubren su “verdadero yo interior” y deciden “performar” el género contrario en el que fueron socializados.
Tampoco se han hecho eco, o mínimamente, sobre las situaciones de otros países, los despidos en empresas, en universidades o instituciones de personas que se han mostrado críticas con la idea de “identidad de género”, concepto que, por otra parte, los medios han aceptado con una sumisión inconcebible en un oficio que por definición se basa en cuestionarlo todo. Hay una larga lista de feministas represaliadas en varios países por ser críticas con el concepto de “identidad de género” o por defender simplemente que el sexo importa y que es inmutable, lista que se puede consultar en El Confidencial y también en algunas cuentas de Twitter.
Pero todo esto no le interesa a los medios, porque han decidido que las feministas somos de ultraderecha, aliadas de la Conferencia Episcopal, como vilmente tuvo a bien ilustrar eldiario.es en una noticia sobre la iglesia con una foto de las concentraciones de mujeres el día 8 de octubre en Madrid. Hay que decir que las quejas fueron tantas que la foto fue sustituida con prontitud. Hay un interés especial en asimilar a las feministas con la ultraderecha, y como la gente solo oye a medias lo que vocean los medios, mujeres laicas, agnósticas, ateas y que llevan militando en el feminismo desde antes de que se inventara la rueda, ahora se ven tachadas de femifachas, el nuevo invento que ha sustituido a feminazi, de tránsfobas o de terfs.
De las cadenas privadas no esperamos nada. Pero de los medios públicos que paga la ciudadanía con sus impuestos, al menos esperamos un poquito de verdad. Es nuestro derecho y su responsabilidad.
Juana Gallego