En el metro PATH, miro a mi alrededor en el vagón lleno de viajeros que vuelven a casa por el día. Hay tantas mujeres jóvenes bien vestidas que me siento cohibida por mi modesto atuendo para la entrevista, pero también me recuerdo a mí misma que, a menos que esté dispuesta a gastar bastante dinero, es muy difícil vestir bien cuando se es mayor, porque, como todo, la mujer trabajadora perfecta que los diseñadores de moda prefieren es más joven. La discriminación por edad no siempre es violenta como otros tipos de discriminación laboral, sino más matizada y, sin embargo, igual de dolorosa. Como mujer madura, empiezas a notar que los argumentos de las películas ya no te hablan. Representan los problemas de las personas más jóvenes y sus vínculos románticos, los problemas de la maternidad temprana y otros similares. Los rostros de los medios de comunicación no se parecen a los tuyos. La ropa ya no se diseña pensando en la mujer de una cierta edad, en su cuerpo o en sus gustos y no te ves representada en ningún lugar remotamente aspiracional o interesante. De repente, te das cuenta de que las revistas de moda, a la hora de dar consejos de belleza, meten a tu edad junto con décadas posteriores en la misma categoría porque, supongo, tu categoría no merece consejos de belleza específicos.
Cuando era más joven y me encontraba con este fenómeno de agrupación de «40 y más», me preguntaba qué pasaba con las mujeres mayores, por qué no tenían su propia categoría de edad específica. ¿Qué han hecho las mujeres mayores para merecer tal exclusión, tal falta de respeto? ¿Acaso una mujer de cincuenta y cinco años no era digna de disfrutar de consejos de belleza personalizados y adecuados a su década para arreglar unos labios ligeramente asimétricos? ¿Cómo se supone que una mujer de cuarenta y dos años debe contornear su rostro si no es perfectamente ovalado, sino más bien cuadrado? ¿No se debe incluir a una persona de sesenta y tres años en el debate crucial sobre la base de maquillaje más guay del momento, o si puede prescindir de aplicar la base de máscara de pestañas para conseguir un efecto más natural? Parece que no. ¿Es la tez de una mujer de cuarenta años exactamente igual que la de una mujer de cincuenta y es por eso por lo que todos los consejos sobre el cutis para mujeres maduras se meten en el mismo saco? Supongo que sí.
Ahora, décadas después, sé lo que nos pasa, nos despachan hacia el olvido, hacia la obsolescencia. Ni siquiera se nos considera importantes como clientes, como constata con consternación un perfil de Instagram dirigido a «chicas» de cincuenta, sesenta años. Pasando totalmente por alto la cruda realidad de muchas mujeres mayores: la pauperización de la edad avanzada, a menudo por las responsabilidades de cuidado o la discriminación por edad en el trabajo, las enfermedades crónicas y la desigualdad, entre otros tragos amargos con los que tenemos que lidiar. No solo no se pone nombre al problema, sino que en las pocas ocasiones en las que sí se trata, el tono general debe ser muy alegre, esperanzador. El tema se centra en el poder adquisitivo que tenemos los queenagers (queen significa reina y agers viene de teenagers o adolescentes), una afirmación muy alineada con el mundo neoliberal en el que vivimos, donde sólo se nos valora como clientes.
El hecho es que cuando se es de mediana edad, y especialmente una mujer de mediana edad, una se vuelve irrelevante y deja de tener voz en la sociedad, porque a la sociedad no le interesa lo más mínimo lo que tenemos que decir.
cuando se es de mediana edad, y especialmente una mujer de mediana edad, una se vuelve irrelevante y deja de tener voz en la sociedad,
Algunas personas bienintencionadas dicen que la edad es sólo un número, pero no lo es. Si lo fuera, la gente no se gastaría fortunas en estiramientos faciales, coloración del cabello u otros procedimientos para parecer más joven. Si fuera cierto, la gente mayor (y a veces la gente realmente joven) no sería discriminada en el trabajo. Si fuera cierto, veríamos a personas de todas las edades promoviendo los cosméticos y la moda, todos los productos para verse bien, porque todas las edades serían consideradas bellas e igualmente aspiracionales. Pero ese no es el mundo en el que vivimos. Algunas edades son más deseables que otras. Y para las mujeres maduras que afirman en los medios de comunicación que no cumplen años, vaya si los cumplimos. Uno de los principios del neoliberalismo es la fantasía de la elección. Es decir, todo es opcional, incluso, enfermar o envejecer. O sea, vivimos en un mundo libre en el que uno se enferma porque no se cuida adecuadamente, y lo mismo ocurre con la vejez. De ello se deduce que, si te haces viejo, si no te cuidas lo suficiente como para evitar que se te noten los años, te mereces lo que te espera, lo mismo con la enfermedad.
De repente se me ocurre que si nosotras, las mujeres más mayores, aceptáramos nuestra edad, nos beneficiaría a todas a largo plazo. No se trata de negar nuestra edad ni de pretender que la invisibilidad y la devaluación que la acompañan aporten algún tipo de superpoder, porque no es así. No hay nada remotamente empoderador en ser una mujer mayor en una sociedad que glorifica la juventud. La edad no es una enfermedad, ni un problema que haya que arreglar, sino parte del proceso natural de un cuerpo a medida que avanza por la vida. Nosotras, las mujeres de mediana edad, tenemos que saber que la discriminación por edad existe, tenemos que nombrar el problema y contárselo a las mujeres más jóvenes, tenemos que decirles que a ellas también les pasará. De hecho, creo yo que el problema se recrudecerá en parte por los muchos trabajos que la tecnología eliminará, una tendencia que se encontrará de frente con mujeres cada vez más preparadas y para las que no habrá muchas posiciones de acuerdo con sus estudios. El edadismo es una discriminación, un problema estructural que se cruza con el género, y no se puede arreglar con acciones individuales, aunque personalmente se puede obtener mucho alivio si las mujeres dejamos de criticar a otras mujeres por envejecer, de compararnos con otras y de dejar de leer revistas de moda. En su mayoría, las llamadas revistas femeninas promueven una idea de belleza femenina que es inalcanzable para la mayoría de nosotras, y lo hacen con fines de lucro. Existen para hacer que las mujeres se sientan mal con su cara y su cuerpo y luego venderles la solución.
A medida que las mujeres envejecemos, perdemos nuestra capacidad de dar a luz y nuestra sexualidad ya no interesa a los hombres y ya no puede ser explotada tanto. Es en este momento cuando nuestro valor social disminuye, somos descartadas y laboralmente también nos encontramos redundantes. Estamos en limbo. Este es el dilema, que la sociedad no ha evolucionado lo suficiente para saber qué hacer con nosotras; se nos considera demasiado mayores para que los hombres nos quieran follar y procrear la siguiente generación de trabajadores y consumidores, y al mismo tiempo somos demasiado jóvenes para morir. Las mujeres maduras que necesitamos trabajar para mantenernos nos encontramos con que nuestra experiencia laboral ya no se valora. De hecho, se considera que les quitas empleo a la gente joven y te empecinas en competir contra ellos. Por consiguiente, se nos empuja suave pero firmemente hacia los trabajos que según esta sociedad misógina y edadista deja para para nosotras, posiciones en las que estas subempleada o a tiempo parcial sin importar tu experiencia laboral. Las mujeres tenemos que nombrar el problema o los problemas de la discriminación por edad y la misoginia, tenemos que hablar de esto, para ayudar a las mujeres más jóvenes a navegar por este terreno traicionero cuando llegue su propio momento.
Estos párrafos pertenecen al primer libro de ML Latorre, llamado La Mujer Obsoleta, un ensayo autobiográfico en el cual la autora, una mujer de mediana edad empieza un infructuoso proceso para encontrar empleo de marketing en Nueva York. Parte ensayo, parte cuaderno de viaje, la escritora lleva al lector a través de un viaje en el lugar y el tiempo desde Bristol, Reino Unido, a Nueva York y Hoboken, Estados Unidos, para acabar en Cádiz, España. En el libro se abordarán temas como lo que significa ser una mujer madura en un mercado de trabajo y una sociedad cada vez más orientados a la gente joven, la cual condena a la obsolescencia y la exclusión social a gran parte de la sociedad a medida que cumplen años y no se los considera productivos.
Más sobre el libro, aquí: La mujer obsoleta (conmdemujer.es)