He asistido recientemente a un Congreso organizado por la PFAC (Partido “Feministas al Congreso”) en el que disfruté de un auténtico ambiente de entusiasmo y sororidad entre la abundante asistencia de mujeres feministas. Fue un verdadero gusto escuchar a esas varias mujeres tan sabias en sus temas, tan elocuentes, tan generosas con sus conocimientos. Las expertas habían sido muy bien elegidas. Y las asistentes estábamos colgadas de su palabra. Sin embargo, mi ánimo se sentía cada vez más acongojado porque el ambiente político actual está provocando una estrategia de repliegue ante tanta confrontación, que las ponentes tenían necesariamente que poner de relieve. Algunas de ellas habían sido canceladas en sus universidades o administraciones. Patético. Todas por el mismo motivo: tener otro criterio respecto a las políticas y leyes que emanan del Ministerio de Igualdad.
Las mujeres empoderadas volvíamos a ser las víctimas del sistema, con el agravante de que el sistema hegemónico hoy se autodenomina de izquierdas. Claro que la delimitación de izquierdas y derechas cada vez está más confusa. Como digo últimamente, el feminismo ya no está a la izquierda o a la derecha, sino delante. Delante porque es futuro y es progreso; detrás, porque es resistencia. Todas las ponentes desgranaban agravios por parte de la Administración, de los políticos y del transactivismo, pero también proponían políticas y ánimo para resistir de cara al futuro. Ninguna estaba desanimada, sino que confiaban en la potencia del Movimiento Feminista, porque las feministas ya sabemos cómo enfrentar a los victimarios, cuyas afrentas no son más que variaciones sobre el eterno tema de la misoginia. Las primeras alarmas se han convertido en la certidumbre de que quieren eliminar al Movimiento y hasta, si pudieran, eliminar a las mujeres porque muerto el perro se acabó la rabia. Precisamente ahora, que todo es feminismo y todos son feministas, pero, si todo es feminismo, nada es feminismo, que es lo que pretenden con eso de “feminismo del 99%”. Cuando lo oí por primera vez no lo entendía muy bien, pero ahora ya lo tengo claro.
Los victimarios, en éste y muchos otros temas, han montado unas estrategias muy arteras, muy inteligentes, porque han atacado por donde menos lo esperábamos y desde donde no imaginábamos. Y esas estrategias esgrimen la bandera de los Derechos Humanos, cooptando a los distintos organismos de la ONU en quienes confiábamos. Ese es el desconcierto, pero nos hemos dado cuenta a tiempo. Sin embargo, las ponentes sólo podían reflejar la situación actual que, realmente, es penosa. Como si hubiéramos vuelto a la casilla de salida. Claro que ahora contamos con lo más valioso: la experiencia. Una experiencia que, paso a paso, ha resultado vencedora con sus fracasos y retrocesos. Y esta situación política actual enriquece ese acervo que vamos acumulando. Lo más importante: que nada podemos dar por conseguido definitivamente. Maquiavelo sigue vivo en la mente de los políticos y, mucho más, del capital. Están arruinando el campo y el mundo rural ¿por qué? ¿Quieren que nos quedemos sin alimentos? ¿Quieren fabricar comida artificial? ¿Quieren que estemos enfermos? Una ya piensa de todo, porque frente al maquiavelismo, tengo que activar mis hipótesis y poner en marcha las neuronas y mi adhesión a un nuevo humanismo. Irrenunciable.
Desde ahora tendremos que reunirnos para pensar más estrategias, una vez denunciada la situación, pero sin quedarnos ahí. Nuestros próximos encuentros tendrán que organizarse para eso. Cuando la rabia supere al miedo habremos salido del bucle porque desde el victimismo no podemos hacer política – porque te la hacen – ni desde el dolor paciente podremos convencer a nadie. Sólo desde el entusiasmo rabioso o desde la rabia entusiasta podremos superar esta etapa. Nos negarán la financiación, pero no podrán con nuestras ganas. Una lideresa agita a las masas con la “furia trans”, pero la política se la hace ella. Claro que la rabia no tiene que ser violenta como se está proponiendo solapadamente para asustarnos. El Feminismo es la primera revolución no cruenta de la Historia.
Para mí, lo mejor que podemos extraer de toda esta situación, que no hace falta describir, porque ya estoy harta, es el “orgullo de ser mujer”, que no es un empoderamiento barato, sino el mayor aporte que podemos hacer para este nuevo humanismo necesario que nos sitúe de una vez a las mujeres con toda nuestra potencia en la dialéctica de la historia. No como no-hombres, no como lo Otro, no como el complemento de nada ni de nadie, sino como nosotras mismas, para nosotras mismas y desde nosotras mismas.
La próxima semana del orgullo será la nuestra. Sin alharacas, sin exhibicionismo, sin performances baratas, sino con el paso firme de sabernos la Resistencia.