La complejidad del resultado electoral del pasado 23J no permite aún avanzar ni qué partido podrá acometer una investidura con mínimas garantías de éxito, ni en qué plazo sería viable debido a la dificultad de las negociaciones que, en todo caso, conllevaría.
Pero sea cual sea el partido, o coalición de ellos, que consiga formar gobierno, en el feminismo hemos constatado, por primera vez desde que hay democracia, una innegable realidad: que, salvo honrosas excepciones, las mujeres estamos solas en la esperanza de conseguir la igualdad de derechos entre los sexos. Les invito a acompañarme en la lectura de las razones que avalan lo que afirmo.
¿Qué ocurrirá si gobierna la izquierda?
Es evidente, como Sánchez ya ha insinuado, que volverá a dejar la cartera de Igualdad en manos de SUMAR, partido heredero y marca blanca de Unidas Podemos, que no ha hecho otra cosa -en los casi cuatro años de la última legislatura- que negar a las mujeres, al ignorar la realidad biológica que las oprime y sustituir el concepto de “mujer” por lo que diga el Patriarcado qué es serlo. Y lo ha convertido en mandato legal mediante la conocida como “Ley Trans”. Lo que ha requerido, además del soporte de los partidos nacionalistas e independentistas que apoyaban al Gobierno, el apoyo decidido del PSOE, que incluso defendió esta Ley en su trámite parlamentario en la Cámara Alta.
Sánchez ya ha insinuado, que volverá a dejar la cartera de Igualdad en manos de SUMAR, partido heredero y marca blanca de Unidas Podemos
Por eso, ante el clamoroso silencio del PSOE en la campaña electoral, y el no menos clamoroso apoyo de SUMAR a la Ley Trans, es del todo previsible que un eventual Gobierno de izquierdas, dé continuidad a esa ley; según la cual, cualquier hombre que diga que es mujer, lo es. Palabra de varón. Y sean cuales fueran los motivos que le lleven a formular esa declaración, nadie -especialmente las mujeres- puede cuestionarla. Porque esa misma ley autoriza mordazas durísimas para quien se atreva a negar que ser mujer pueda ser el sentimiento de un varón. Aunque ese varón demuestre una y otra vez su socialización masculina exigiendo silencio a las mujeres, su total sometimiento, o que se atengan a su violencia en caso contrario. Reproduciendo con milimétrica exactitud los mandatos patriarcales en que son socializados los varones para mantener en la opresión a las mujeres. Y aunque ni yo -ni nadie- podamos conocer los auténticos sentimientos de ese varón, yo -y cualquiera- podemos observar sus conductas. Y, como dice la Biblia (que en esta ocasión acierta), «por sus hechos los conoceréis».
Así pues, de la mano de un gobierno supuestamente progresista y feminista, la tan cacareada ampliación de derechos ha consistido -básicamente- en la capacidad legal (conviviendo con la imposibilidad biológica), de elegir sexo. Lo que permite, a cualquier varón autodeclarado mujer, hacer uso de todos los espacios -físicos o simbólicos- privativos de las mujeres; y apropiarse de acciones positivas establecidas inicialmente para corregir la opresión por sexo que él nunca ha sufrido, lo que supone una auténtica -e impune- desviación de poder.
Por medio de esa vía vemos como la supuesta ampliación de derechos de unos pocos varones tiene dos efectos sociales inmediatos: de una parte, la satisfacción de deseos individuales incomprobables y, de otra, la neutralización de los derechos conseguidos por las mujeres. A menudo me dicen, incluso las propias mujeres, que exageramos, que no son muchos los varones que se autodeclararán mujeres. Pero es que aquí ocurre lo mismo que con la violencia machista: no se necesita que todos los varones ejerzan violencia todo el tiempo. Basta con que unos pocos varones la ejerzan con frecuencia para que TODAS las mujeres estén amenazadas por esa violencia. Igualmente, ahora sabemos -gracias a la Ley Trans- que unos pocos varones pueden conseguir que ya no tengamos NINGÚN ESPACIO libre de su intrusión.
no se necesita que todos los varones ejerzan violencia todo el tiempo. Basta con que unos pocos varones la ejerzan con frecuencia para que TODAS las mujeres estén amenazadas
Ante las gravísimas repercusiones de la Ley Trans, que además no solo compromete los derechos humanos y sociales de las mujeres, sino también los de infancia y adolescencia, el feminismo, superada la sorpresa inicial y la incredulidad de que esas políticas antifeministas vinieran de la mano de quienes creíamos nuestros aliados, tomó conciencia del peligro para el avance de las políticas igualitarias y reaccionó posicionándose contra ellas.
La respuesta del Ministerio de Igualdad y del Gobierno que lo sustenta, fue barrer o relegar de sus instituciones a las mujeres que osaron cuestionar esas medidas, e ignorar -por completo- al movimiento feminista; al tiempo que fomentó su división, proporcionando aliento y soporte institucional al descarado entrismo de personas con posiciones radicalmente opuestas a la agenda feminista, es decir, defensoras de regular -en lugar de abolir- la prostitución y los vientres de alquiler; de no coartar el libre acceso a la pornografía (ni siquiera para menores de edad), y de aceptar -sin reservas- que los varones trans son mujeres hasta el punto de validar que los Fondos del Pacto de Estado contra la violencia de género se desviaran a actividades destinadas a normalizar esta “nueva realidad” en pro del valor de la diversidad que a lo largo de la legislatura ha ido superando en todos los ámbitos a la igualdad entre los sexos.
La respuesta del Ministerio de Igualdad y del Gobierno que lo sustenta, fue barrer o relegar de sus instituciones a las mujeres que osaron cuestionar esas medidas
En una palabra, el Gobierno -a través del Ministerio de Igualdad- diseñó un feminismo a la medida de sus políticas con el -no expresado, pero sí evidente- objetivo de dinamitar el feminismo desde dentro y laminar así cualquier resistencia feminista. Estrategia que también puede observarse en su obsesión por las políticas interseccionales. La interseccionalidad, que es sin duda una valiosa herramienta de análisis teórico de las discriminaciones que pueden entrecruzarse con la opresión por ser mujer, es utilizada en la práctica de manera bastarda para diseñar políticas que se desvían de la remoción de la opresión por razón de sexo -que es la que nos impacta e implica a todas- para priorizar cualquier otra discriminación que se cruce con ella, dejando así intocada la principal causa de desigualdad entre mujeres y hombres.
Tampoco es desdeñable la estrategia gubernamental de ocultamiento de los impactos reales de la Ley Trans a la opinión pública. Cuando ese mismo gobierno no regatea esfuerzos para atribuir el supuesto «avance legislativo» a sus políticas «feministas». Se consiguen así dos efectos simultáneos: que personas progresistas -pero con nula capacidad crítica- acepten esa política como moderna e incluso como transgresora; y que la población que rechace esas reformas como un delirio, las atribuyan al feminismo cuando, por el contrario, se trata de una política gubernamental radicalmente antifeminista.
Se consigue así que el previsible desgaste social de esta operación patriarcal-capitalista, y de su deriva transhumanista (auténtica ideología detrás del dogma queer), recaiga en el feminismo; porque, siendo éste el único movimiento social que resiste al sistema, resulta especialmente útil cualquier estrategia que ayude a destruirlo.
Pues bien, nada hoy nos permite albergar la esperanza de un cambio de rumbo en esas políticas de un eventual gobierno de izquierdas. Antes al contrario, parece que SUMAR se aprestaría, siempre con el respaldo y apoyo del PSOE, a intensificarlas.
¿Qué ocurrirá si gobierna la derecha?
Por otra parte, en el caso improbable de que gobernara la derecha, lo que a mi juicio debería pasar por la repetición de las elecciones y que en ellas el PP obtuviera una victoria más contundente -pero no suficiente- para gobernar sin Vox, el panorama no es mejor, desde luego.
Porque, en el caso de un gobierno de coalición PP-Vox, la extrema derecha no reclamaría el Ministerio de Igualdad sino su directa supresión; y con él, la de todas las políticas enfocadas a remover la desigualdad estructural entre mujeres y hombres.
Y es que Vox ha hecho bandera -para ganar adeptos- del vergonzoso victimismo de muchos hombres (dos tercios de sus votantes son varones) que creen que las mujeres les han arrebatado trabajo y dinero; y con ello su posición de dominio absoluto en el seno de la familia. Es decir, que, al haber sido socializados en considerar el control y la opresión de las mujeres como un destino natural de los varones, lejos de avergonzarse de haber gozado -históricamente, y aún ahora- de multitud de injustos e injustificados privilegios, se creen víctimas de una política que les arrebata ¡derechos!
Así, el derecho a la autonomía económica ganado por las mujeres con dobles y triples sudores de frente, les ha permitido reclamar a sus parejas varones -con toda justicia- unas relaciones más igualitarias y corresponsables. Hecho que demasiados de ellos perciben como una «pérdida de posición dominante y control» con el consiguiente uso de la violencia disciplinaria patriarcal, que perciben como legítima, cuando se trata de recuperarlo. Siendo especialmente peligroso, cuando algunas mujeres, cansadas de que los hombres pretendan mantener sus privilegios, toman la decisión de abandonarles. Se da la paradoja, además, de que ese concreto grupo «Neanderthal» de varones es el que -con más virulencia- niega la violencia machista al tiempo que no duda en ejercerla.
En definitiva, lo que Vox plantea (y también -desde luego- no pocos militantes y simpatizantes del PP), es un retorno al modelo franquista de familia, con un varón sustentador, una madre supeditada y cuidadora, quizá con un salario complementario que no reste autoridad al varón ni le otorgue autonomía económica y que haga recaer incuestionablemente en ella toda la responsabilidad de los cuidados; y en el que la “necesaria” violencia que el hombre pudiera ejercer para mantener el control, sea un asunto interno que a nadie más compete y que con toda seguridad se intentará dejar de medir, al menos desagregada por sexo, “porque la violencia no tiene género”. Y es que nadie quiere “luz y taquígrafos” cuando pretende mantener la descarada mentira de que no existe la violencia patriarcal hacia las mujeres por el hecho de serlo.
Para concluir
Las mujeres nos encontramos, por primera vez desde que hay democracia, con un escenario nuevo. Porque las feministas siempre habíamos confiado en que, de la mano de las posiciones izquierdistas y de progreso, vendrían nuestros derechos. Por eso, muchas mujeres feministas que militaban y militan en los partidos de ese espectro ideológico, han colaborado con ellos de manera entusiasta; pensando que -a pesar del permanente aplazamiento de las políticas feministas dentro de sus respectivos partidos por “cuestiones más urgentes”- llegaría la hora del feminismo. Pero ahora podemos constatar que eso no era, no es, así.
De hecho, la prostitución -una de las instituciones fundacionales del patriarcado- ha experimentado un enorme crecimiento, propiciado por un sistema capitalista que lo ha convertido en uno de los más grandes negocios globales. La pornografía, que es violencia sexual grabada, ha pasado de estar en los márgenes de los cines X, a una proliferación exponencial en redes que, además, es de acceso gratuito incluso para edades cada vez más tempranas. Los vientres de alquiler, de constituir un delito, ha pasado a ser también un nuevo negocio del capitalismo global. En una palabra, la explotación sexual y reproductiva de las mujeres no solo no se ha conseguido abolir, sino que sigue experimentado un imparable crecimiento, que burdamente se pretende legitimar a partir de la figura patriarcal del consentimiento y la falacia de la libre elección.
Nadie, salvo el feminismo, está problematizando esas explotaciones y se enfrenta a los todopoderosos sistemas patriarcal y capitalista. Por eso resulta imperativo para esos sistemas desactivar la fuerza del movimiento feminista, radicalmente opuesto a sus intereses. Y es ahí donde la ideología de género hace su papel como hemos visto a lo largo de este artículo, dinamitando el feminismo y, con él, los escasos derechos conquistados por las mujeres.
¿He dicho que estamos solas? Pues no es cierto. Las mujeres no contamos con la ayuda de casi ningún varón, pero somos muchas. De hecho, somos la mayoría de la ciudadanía.
Por eso confío en que muchas mujeres, aunque aún no se reconozcan feministas- sepan reaccionar ante las regresivas propuestas ultraconservadoras. Confío en que cada vez más mujeres se indignen porque toda la responsabilidad de los cuidados gratuitos recaiga en ellas. Porque eso reduzca drásticamente su tiempo propio, sus salarios y aún más sus pensiones. Porque sus maridos les peguen “lo normal”.
Confío también en se indignen muchas mujeres -sobre todo las más jóvenes- por haber sido engañadas con propuestas «posmoprogres» que las han convencido de que perder derechos es avanzar.
Confío en las mujeres migrantes que han cambiado su mundo y que, por eso mismo, pueden cambiar el mundo. Y también confío en las muchas mujeres -tanto si no pueden hablar como si ya no las calla nadie- salvajemente explotadas sexual o reproductivamente.
Confío en las académicas que no se han dejado avasallar y mantienen su dignidad feminista por encima de cualquier interés económico o académico.
Confío también en que las mujeres de las numerosas asociaciones feministas sepan que aisladas no, pero juntas sí, constituyen un conjunto imparable.
Confío en que las mujeres de doble militancia se harten de recibir desprecio a cambio de su fidelidad.
Y confío, desde luego, en las feministas que están manteniendo una desigual batalla ante el tremendo ataque patriarcal, y lo han hecho, además, con especial arrojo y valentía.
Confío, finalmente, en que, si se producen retrocesos, estos alienten un creciente ejército de mujeres que ya no fíen más en los hombres para conseguir los derechos que les corresponden, aprendiendo a decir, como oí a una mujer cuya hija había sido asesinada por la violencia machista: ¡¡Si no vienen a ayudar, aparten!!
Porque no sólo somos más, sino que tenemos la razón y la justicia de nuestro lado.
#SoloJuntasHaremosHistoria