Como si quisieran mantener vivo el recuerdo de una época definitivamente perdida, los estantes de las bibliotecas siguen manteniendo el peso de los libros de papel. Mientras tanto, la gente carga con ligereza en sus dispositivos móviles los libros de bibliotecas enteras. Ahora bien, del mismo modo en que se ha modificado el peso de los libros lo hace el del significado de nuestras palabras. Sostengo un libro de papel entre mis manos, anterior a la popularización del libro digital pues ha sido publicado en el año 1991. Su título es Sexo y filosofía. Sobre «Mujer» y «Poder» y la autora que lo ha escrito es la filósofa española Amelia Valcárcel[1].
Hoy la sociología ha evacuado de su vocabulario la palabra sexo –porque suena mal y huele demasiado a lo biológico- para sustituirla por otra que se ha vuelto un imperativo: la palabra género. El género para no nombrar al sexo, el género como taparrabos del sexo, bromean algunas filósofas. Sin embargo, para la filosofía (incluyendo aquí la filosofía feminista), sexo ha sido siempre un término abstracto que unificaba luchas por el poder y el control de los significados -y por lo tanto no una realidad biológica-. Y si la filosofía atendiese al requerimiento de la sociología, se vería obligada a abandonar el término -y con ello una buena parte de su historia pasada-.
Esto pueden parecer abstractas cuestiones académicas pero el tema ha invadido la calle. Y como el contenido de nuestras palabras se modifica, al ver el título sexo y filosofía alguien de las nuevas generaciones podría pensar que de lo que se trata es de biología y filosofía -cuando de ningún modo es así-. Veamos por qué.
Antes de la irrupción de la teoría estadounidense de género – y llamarla así, teoría, quizás sea demasiado puesto que toda teoría supone un consenso y consenso es lo que falta en torno a la noción de género en filosofía, por lo que solo por comodidad admitiremos tal denominación-, la filosofía funcionaba desde una asunción que no necesitaba ser demostrada: la superación del paradigma naturaleza-cultura –lo cual supone admitir la historicidad o construcción cultural de cualquier realización o condición humanas-. Así, por ejemplo, la filósofa francesa Simone de Beauvoir trató de mostrar a mediados del siglo XX que hombres y mujeres no son nada en sí mismos, por su biología o naturaleza, sino solamente aquello que se establece en cada momento histórico como masculinidad y/o feminidad. Los seres humanos devienen, se construyen y se transforman en función de su situación, en dependencia de las experiencias sociales e históricas que les toca vivir.
Cada persona individual ha de construirse–o deshacerse- a sí misma en relación con el significado, variable en cada época, de las categorías masculinidad y feminidad, o lo que es lo mismo en relación con los dispositivos establecidos de sexuación del mundo[2] que se manifiestan en la cultura, en los rituales y costumbres sociales, en el lenguaje, etc. etc.
Ahora bien, es extraño que a pesar de que la filosofía continental Europea había superado la dicotomía naturaleza-cultura ya desde Nietzsche llegase de repente desde el otro lado del Atlántico una teoría como la de género, que reactualizaba y le daba nueva vida a la caduca distinción naturaleza-cultura asegurando que el sexo estaba del lado de la naturaleza o lo biológico y el género del lado de lo cultural y social.
La teoría de género se construye en base a esa oposición o antiguo dualismo que deja del lado de lo oscuro y lo biológico al sexo (y casi podíamos decir que a las mujeres pero esto es otra cuestión) para reclamar únicamente el género y la construcción social del sexo. Así que la teoría exige la separación naturaleza-cultura o biológico-social y no tendría sentido suprimiendo una de esas nociones.
Evidentemente que el éxito de esta teoría llegada de Estados Unidos echó por tierra lo que se pensaba en Europa sobre el sexo, pues el sexo era en la filosofía europea una noción que implicaba significados sociales e históricos, formas de poder de los hombres sobre las mujeres y formas de emancipación desarrolladas por el movimiento de mujeres desde el siglo XVII. Algo que, por ejemplo, pone de manifiesto el libro citado antes de la filósofa Amelia Valcárcel cuando aborda el tema del sexo como construcción normativa, como idea de igualdad, como teoría política feminista y como crítica a la percepción ideológica y esencialista del término mujer.
Otra cosa es que la teoría de género se mostró eficaz para llevar al primer plano la cuestión de la identidad sexual; a veces de una manera tan radical que parece como si a partir de ahí la sexual fuese la identidad principal y a cada persona se le obligase a posicionarse respecto a su género presionándola para que elija uno y por lo tanto quede situada en el par heterosexual-homosexual. La teoría de género aportó la gran ventaja de otorgar visibilidad al movimiento homosexual pero como también trataba de superar la categoría mujer por considerarla biológica y esencialista tuvo la desventaja de provocar una desmovilización feminista. Ya no existía sujeto mujer.
Todo esto ha sido muy interesante como cuestión política así como por sus indudables efectos éticos pues produjo la visibilización y empoderamiento de todo un colectivo homosexual históricamente discriminado y vulnerable. Ahora bien, como cuestión filosófica carece de interés ya que solo haría retroceder a la filosofía hacia dualismos del tipo naturaleza cultura que habían quedado atrás. Su importancia filosófica y feminista es del todo cuestionable.
Puede decirse que actualmente el paradigma Europeo de la diferencia sexual se muestra mucho más eficaz a la hora de abordar la discriminación de las mujeres que el mencionado paradigma norteamericano de género. En mi opinión, para la filosofía feminista la teoría de género es solo un pequeño capítulo que añadir a su larga historia. Y esto es lo que defienden filósofas europeas como Rosi Braidotti y Geneviève Fraisse.
[1] VALCÁRCEL, A. Sexo y Filosofía. Barcelona. Anthropos.1991
[2] Tomo esta expresión prestada del último libro de la filósofa francesa G. Fraisse. Cfr. FRAISSE, G. La Sexuation du Monde. Réflexions sur l’émancipation. Presses de Sciences Po. Paris. 2016