Talento y mercado: las consultorías de género

Soledad Murillo
Soledad Murillo
Profesora Sociología Univ. Salamanca. Fue Miembro de Naciones Unidas (CEDAW).
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En España el mundo de la consultoría es tres veces menor que en Alemania según el informe publicado por FEACO (Federación Europea de Asociaciones de  Empresas de Consultoría). La consultoría se desenvuelve en un mercado competitivo. Sin embargo, unos juegan con más ventajas que otras en función de cuál sea el producto que oferten.

Las Consultorías de Género ofertan un saber experto en políticas de igualdad a las Administraciones Públicas y aunque también el sector privado pudiera demandarlas, el hecho es que son las Diputaciones, los Ayuntamientos, o las Comunidades Autónomas los principales demandantes de sus servicios. Lo saben muy bien las profesionales que trabajan en esta rama. Por estas razones se creó la Asociación Profesional de Consultorías de Género (www.apcgenero.org) Hoy en día resulta imposible avanzar sin disponer de redes estables y operativas, sabiendo que la perspectiva de género, tanto en el mundo empresarial como en la función pública, debe afrontar retos importantes.

Entre los más urgentes para obtener el reconocimiento merecido, el primero sería dejar de definir a las mujeres como un colectivo, siempre con “especiales” dificultades, cuando los datos demográficos desmienten este supuesto (50,9% datos INE, 2015). Y  más que dificultades, las mujeres representan la solución para el resto de los sujetos que conviven con ellas. De hecho, son las principales proveedoras de tiempo disponible para que hijas, hijos y pareja aumenten su tasa de tiempo excedente. Y todo el mundo sabe que el tiempo es el capital más preciado, necesario para la participación ciudadana, o para la promoción en el trabajo remunerado.

El segundo es concebir la igualdad como una competencia vinculada sólo a las políticas sociales y no, como debería ser, a cualquier área de trabajo en las Administraciones, empleo, urbanismo, economía, seguridad ciudadana.

El tercer reto es una paradoja, dado que tanto la función pública, como las empresas están constantemente renovando sus criterios de calidad pero siguen manteniendo el perjuicio que la igualdad no equivale a conocimiento experto, dado que cualquiera puede asumirlo, desde una asociación, cuyos estatutos incluyan “la mujer”, hasta otras consultoras sin experiencia, pero capaces de concurrir a una oferta con el único propósito de entrar en la subasta de precios a la baja.

Depreciar el conocimiento es una severa falta de profesionalidad en cualquier ámbito, pero lo más grave es que se convierta en una devaluación del feminismo como aportación científica capaz de generar cambios eficientes y, sobre todo, no discriminatorios.

 

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