En la frontera sur de México, un sinnúmero de trabajadoras migrantes vive en condiciones precarias, sobreviviendo con trabajos irregulares. Según datos del Censo de 2010, ocho de cada diez personas vive en situación de pobreza en el Estado de Chiapas y el 55 por ciento de las personas nacidas fuera del país son mujeres, la mayoría centroamericanas. A ellas se suman muchas migrantes internas que van y vienen de distintas zonas dentro del país y que muchas veces se enfrentan a malos tratos y discriminación.
“Derramé muchas lágrimas por lo que me hicieron. Me encerraron y me obligaron a trabajar sin remuneración alguna. Aunque no fui a los Estados Unidos, como otras personas, migrar es difícil también aquí en México”, recuerda Teófila Díaz Jiménez, de 20 años, nacida en la comunidad de Dos Lagunas, San Cristóbal, en la provincia mexicana de Chiapas y proveniente de una familia de migrantes internos.
Teófila se fue de casa muy joven para buscar formas de ganarse la vida. No pudo estudiar secundaria porque la escuela estaba situada muy lejos de su comunidad y solo hablaba el idioma indígena tzotzil. En 2009 se estableció en Cancún, Quintana Roo, vendiendo artesanías o como trabajadora del hogar, pero continuamente expuesta al abuso laboral. La vida digna con la que soñaba parecía muy lejos de su alcance.
A través de otra familia de migrantes, Teófila conoció la organización Voces Mesoamericanas, y comenzó a acudir a sus talleres de capacitación para fortalecer su participación como mujer migrante en la comunidad. Estos incluyeron cursos de formación implementados en tres países (Filipinas, México y Moldavia) en el marco de un proyecto de ONU Mujeres financiado por la Unión Europea, que busca promover y proteger los derechos de las trabajadoras migrantes en todas las etapas de la migración.

Estas sesiones sirvieron como espacios seguros en los que las mujeres pudieron compartir sus experiencias, mientras que las organizaciones y las funcionarias y los funcionarios de gobiernos pudieron analizar cómo aprovechar su influencia en diferentes niveles para mejorar la vida de las mujeres migrantes. Las y los participantes identificaron la importancia de reconocer que la migración es un proceso que afecta de forma diferente a mujeres y a hombres y que se deben analizar, con una perspectiva de género, los procesos migratorios. Destacaron que las mujeres, cuando migran, suelen buscar a otras mujeres que les cuiden a sus hijas e hijos en el país de origen; también, que las mujeres migrantes suelen encontrar empleos más informales y con peores salarios, como trabajadoras domésticas, empleadas de comercio, etc.
Teófila dice que la formación le ha permitido encontrar su voz, entender sus derechos y enseñar este conocimiento a otras mujeres migrantes indígenas: “Ya no tengo miedo de participar, ahora me valoro mucho”, asevera.

Junto a otras participantes de los cursos, Teófila ha desarrollado su capacidad de liderazgo en su comunidad. En la actualidad, todas juntas están construyendo proyectos de trabajo para su subsistencia, sembrando maíz, frijol y hortalizas orgánicas que comercializan, apoyando sus economías.