Las jóvenes fuera del sistema educativo: abandono escolar y trabajo doméstico

Melody García
Melody García
Docente uruguaya, especialista en Tecnología Educativa. Ha trabajado en la redacción de biografías de mujeres científicas y participado en el diseño de propuestas educativas y didácticas.
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Como docente, trabajando con niñas y adolescentes cuyas edades están comprendidas entre los  12 y los 18 años, me he encontrado con un sinfín de situaciones tristes y preocupantes.
En espacios de diálogo con mis estudiantes, siempre hago énfasis en la emancipación de hombres y mujeres, en la importancia de volcar nuestra pasión en aquellas cosas que nos gusta hacer, que nos movilizan y nos dan libertad para construir una identidad individual y colectiva, en la vocación y en el estímulo.
De todos modos, y pudiendo relatar decenas de casos de éxito, también he observado determinadas problemáticas que parecen no tener salida y que resultan reiterativas. Una de ellas radica en la postergación de las niñas a la hora de continuar los estudios y optar por una profesión. Frases como ‘mi novio no me deja’, ‘a mi novio no le gusta’, ‘necesito que alguien me acompañe a casa porque mi expareja insiste en esperarme a la salida’, ‘me insultaron sus amigos en la calle’, han sido moneda corriente y preocupaciones reales expresadas por las adolescentes.

Las jóvenes que se queden en casa realizando tareas domésticas lo hacen para que otros puedan ir a trabajar al tiempo que ellas están al cuidado de niños y enfocadas en múltiples responsabilidades

Frente a estas y otras dificultades, las jóvenes dejan de concurrir al liceo y optan por quedarse en casa, dedicarse a las tareas del hogar y/o colaborar activamente en la economía familiar. Esto implica ingresar a un mercado laboral sin especialización alguna, con jornadas de trabajo interminables, abusos de poder por parte de jefes y gerentes, explotación, y magros salarios (entre otros).
Así las jóvenes que se queden en casa realizando tareas domésticas, o ingresen al mercado  laboral tempranamente, lo hacen para que otro/s puedan ir a trabajar al tiempo que ellas están al cuidado de niños y enfocadas en múltiples responsabilidades.

La realidad en números

El porcentaje de mujeres y niñas que desertan el liceo para dedicarse a las tareas domésticas y al cuidado de otras personas, ha generado polémica y debates en todos los sectores. El estudio realizado por INE-ENAJ en 2013 en Uruguay, arroja que 275.700 jóvenes cuyas edades están comprendidas entre los 12 y 29 años, llevan a cabo tareas de cuidado.
De esa cifra, se pudo constatar que la mayoría de estos cuidados recaen sobre mujeres jóvenes y adolescentes (44,2 %), mientras que el porcentaje de varones que realizan este tipo de tareas, es del 27,5 %.
Si bien en este estudio, las actividades domésticas y de cuidado se incrementan con la edad, en los varones aumenta su participación en edades comprendidas entre los 25 a 29 años, mientras que en las jóvenes se registran dos importantes momentos: entre los 12 y los 14 años, y entre los 15 y 19 años (con un salto de diez puntos porcentuales).
En la asignación de tareas, también existen importantes diferencias. Las vinculadas al aseo y la alimentación recaen sobre las mujeres, y otras como el juego y los paseos, son mayoritariamente realizadas por varones. Estos aspectos han sido detectados en el primer quintil de ingresos más bajos.

Las vinculadas al aseo y la alimentación recaen sobre las mujeres, y otras como el juego y los paseos, son mayoritariamente realizadas por varones.

En las tareas de cuidado, se detectan otras desigualdades que generan alarma e impotencia. El  54,2% de las mujeres afro realizan este tipo de actividades domésticas, en comparación con un 42,5% de mujeres que no son afrodescendientes. Es decir que a las desigualdades de género, la falta de participación activa en la sociedad y en la vida académica, y a las dificultades económicas de los sectores más vulnerables, se suma la ascendencia de carácter étnico.
Es importante destacar que si bien el porcentaje de mujeres jóvenes que concurren a una institución educativa es relativamente mayor que el de varones (61,1% y 54,1%),  al momento de establecer realidades, la relación pasa a ser 40,3 % de mujeres que cuidan y asisten a estudiar, y 45,1% de varones que también desarrollan este tipo de tareas a la vez que asisten al centro de estudios.
Las jóvenes que forman su familia siendo adolescentes, desertan antes del sistema educativo y pasan a desempeñar tareas domésticas, manteniéndose al margen de las opciones de formación y crecimiento académico. El porcentaje de mujeres que no pudieron acceder al mercado laboral por dedicarse exclusivamente al cuidado familiar, asciende a 97,2%.

Compatibilizar la escuela con las responsabilidades del hogar

Estas marcadas diferencias atentan contra la continuidad de las niñas en el sistema educativo, la participación en sociedad, el vínculo con otras personas, el desarrollo de habilidades y la búsqueda de una vocación. La jornada laboral asciende a decenas de horas semanales, y quienes tienen la posibilidad de formar su familia y trabajar fuera del hogar, deben enfrentarse a una inevitable doble jornada.
Sin ir más lejos, UNICEF alertó en julio de 2016 sobre la elevada cifra de matrimonios adolescentes en Uruguay, donde un 7,4% de las jóvenes de entre 15 y 19 años ya están casadas, situación que no se desliga del embarazo adolescente que en nuestro país alcanzó la cifra de 9,6%.

El 10,2% de las mujeres de entre 20 y 24 años, contrajeron matrimonio con hombres diez años mayores que ellas, lo que llevó a UNICEF a plantear la imperiosa necesidad de realizar una investigación al respecto

A esto hay que añadir, que el 10,2% de las mujeres de entre 20 y 24 años, contrajeron matrimonio con hombres diez años mayores que ellas, lo que llevó a UNICEF a plantear la imperiosa necesidad de realizar una investigación al respecto.
El informe explicita lo siguiente: «Requeridas para realizar grandes cantidades de trabajo doméstico, presionadas para demostrar su fertilidad y responsables de la crianza de los hijos cuando todavía son niñas, las chicas casadas y las madres en edad infantil se enfrentan a restricciones en la toma de decisiones y a opciones de vida reducidas».
Esta reducción en sus posibilidades, abarca desde factores vinculados a la salud, la calidad de vida, la educación, el empleo, la eventualidad de sufrir situaciones de violencia doméstica, y el estar expuestas a todo tipo de vulnerabilidad, entre otros.
El informe es aún más exhaustivo. Aquellas adolescentes que apenas cursaron primaria, constituyen el 40,2% de las mujeres que se casaron siendo menores de edad. La cifra se reduce al aumentar el nivel educativo de las jóvenes.

Un poco de historia…

El acceso a la educación de niñas y jóvenes continúa en la mira de los organismos internacionales que ven con preocupación estos aspectos. Las posibilidades de continuar la vida académica se ven afectadas ante la multiplicidad de responsabilidades que las adolescentes deben enfrentar desde temprana edad.
En Uruguay, el registro más antiguo de ingreso femenino a la educación universitaria sobre el que existe documentación, tiene como fecha el año 1879. En ese entonces, la estudiante Luisa Domínguez escribió una nota al rectorado de la Universidad (conformado por hombres), solicitando rendir exámenes y acceder a una carrera científica.
El texto emociona profundamente, y debo confesar que he recurrido a él una y otra vez en mis clases, ante la mirada incrédula de los estudiantes a quienes les cuesta creer que una mujer haya tenido que realizar alguna vez en su vida una petición de esta naturaleza.
Comparto un fragmento de la carta escrita por Luisa Domínguez en ese entonces:

«…vengo a solicitar se me conceda lo siguiente: Examen de 1° y 2° año de filosofía.

Examen de primer año de matemáticas. Que el acto del examen de ambas asignaturas sea privado, atendiendo a las circunstancias que dejo expuestas en el final del preámbulo…si la aspiración noble de ser útil a la humanidad y a la familia, no se encarna sólo en el hombre, yo, en mi humilde esfera, quiero contribuir también con las escasas luces de mi limitada inteligencia, al movimiento del progreso que se observa en nuestro siglo. Para conseguir tales propósitos me he decidido, con la venia y beneplácito de mis señores padres, a solicitar examen de las primeras materias que han de iniciarme en la carrera majestuosa de las ciencias. Si es o no legítima mi aspiración, lo va a decidir el Honorable Consejo, en la sabia y justa resolución, que espero merecer…colocándose la piedra fundamental del edificio, a cuya construcción deben concurrir todos los elementos de mi sexo que sobreponiéndose a las falsas preocupaciones del pasado, y emancipándose de las vanidades de los pueblos no educados, harán la felicidad del porvenir de nuestra República».

La nota fue impecablemente respondida por Antonio E. Vigil, en representación del Consejo de la Universidad, quien además de autorizar  la admisión de la joven, expresó lo siguiente:

«Lejos de la idea de oponer la menor traba, cree la Comisión, interpretando aquel cuerpo legal, que la resolución del Honorable Consejo debe inspirarse en el espíritu de la mayor franquicia en el caso actual ya por ser el primero, ya porque cualquier favor en ese sentido ha de estimular, seguramente, al sexo femenino a seguir en la senda que la Señorita Domínguez es la primera en trazarla entre nosotros.

Hacer cocido y hacer calcetas: la olla y la aguja: he ahí el horizonte obligado de nuestras mujeres, cualquiera sea su posición social, sus tendencias y aptitudes…justo es romper de una vez por todas con esas preocupaciones trasnochadas. Iniciar a la mujer en las carreras literarias y científicas, como lo están ya en la enseñanza elemental, es completar la obra civilizadora de nuestro siglo. Si la obra de Laboulaye es un sueño, la Comisión prefiere seguir soñando con él y con los pensadores de su talla, antes que recordarse a la brutalidad del hecho: a la ignorancia; herencia obligada de la mujer».

Desde una Paulina Luisi, primer médica uruguaya que posó en la foto de graduación junto a sus compañeros hombres, feminista y creadora del Consejo de  Mujeres, hasta una Alicia Goyena, directora del Instituto Batlle y Ordóñez (Sección Femenina de Enseñanza Secundaria), e impulsora de la educación femenina en Uruguay, se puede decir que ambas atravesaron importantes dificultades en los cargos que ejercieron y carreras que eligieron. Alicia Goyena, fue cesada en plena Dictadura Cívico-Militar, sin reconocimiento alguno de las autoridades del momento a pesar de su extensa e impecable trayectoria, falleciendo meses después al enfrentar la soledad y el desarraigo.

Empoderar a niñas y jóvenes con el ejemplo de quienes se animaron a desafiar, a transgredir, a hacer más allá de las imposiciones sociales que continúan circunscribiendo el desarrollo de las mujeres a una maternidad casi obligada y al cuidado hogar

Fue el apoyo familiar y la contención de amigos y colegas, los que mantuvieron muchas veces enteras a estas mujeres que se animaron a dar un paso importante en su formación y activismo social, y que marcarían generaciones enteras de estudiantes que perpetuaron su ejemplo de lucha, tenacidad y solidaridad hacia otras mujeres.

¿El camino a seguir?

Tal vez sea ese. Empoderar a niñas y jóvenes con el ejemplo de quienes se animaron a desafiar, a transgredir, a hacer más allá de las imposiciones sociales que continúan circunscribiendo el desarrollo de las mujeres a una maternidad casi obligada y al cuidado hogar. Y en algunos sectores sociales, desde muy temprana edad y sin respaldo de la familia, porque las opciones se reducen, aunque el sistema educativo se afane en retener a las adolescentes para que continúen su formación.
La batalla es dura y a veces marcada por la desazón y el desaliento, porque pretendemos darles desde la institución el impulso que en sus hogares no tienen para proseguir sus estudios, y tener una participación social que cada vez sea más amplia y prolífera.
 
 

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