Parece mentira que a estas alturas tengamos que seguir hablando de segregación en el mercado laboral o de falta de acceso de las mujeres a la toma de decisiones. Es cansado comprobar año tras año que se repiten o aumentan las cifras del paro femenino y las diferencias salariales entre mujeres y hombres. Según los últimos datos oficiales, en el Estado Español, las mujeres cobramos de media un 30% menos que los hombres.
La desigualdad de género en el ámbito laboral es un reflejo de la situación de discriminación de las mujeres respecto a los hombres en la sociedad y su máximo exponente es la discriminación salarial. A iguales capacidades y méritos, nuestro trabajo se sigue pagando peor que el de ellos. Asentada sobre la división sexual del trabajo, el modelo de hombre sustentador y mujer encargada del trabajo doméstico y el cuidado de las personas, esta discriminación salarial es una forma más de la violencia machista. En el mundo laboral existen otras no menos importantes, como el acoso sexual.
A iguales capacidades y méritos, nuestro trabajo se sigue pagando peor que el de ellos
Nosotras cobramos menos por el mismo trabajo y -como consecuencia – cobraremos menos pensiones de jubilación. Sin embargo, al hablar de discriminación salarial tenemos que enfrentarnos enseguida a quienes salen diciendo que es mentira, que las leyes lo prohíben y que no conocen ningún caso en que por el mismo trabajo se pague diferente a un hombre que a una mujer. La discriminación salarial directa está prohibida, es cierto. Por eso es fácil denunciarla cuando se conoce.
Pero sigue existiendo la brecha salarial de género porque existen formas más sutiles de discriminación. En ella influyen muchos factores que siguen teniendo su origen en la perpetuación de los roles y estereotipos sexistas.
La discriminación salarial directa está prohibida, es cierto. Por eso es fácil denunciarla cuando se conoce. Pero sigue existiendo la brecha salarial de género porque existen formas más sutiles de discriminación.
Las mujeres nos hemos incorporado al mundo del trabajo externo o remunerado aunque los varones no lo han hecho de la misma forma al trabajo doméstico y de cuidados de las personas. Con independencia de la unidad familiar o situación laboral, los hombres dedican de término medio dos horas menos a estos trabajos que nosotras.
No tenemos las mismas oportunidades a la hora de acceder al mercado de trabajo que los varones. Ellos acceden libres de cargas, se les presupone unas capacidades mayores y no les penaliza -más bien al contrario, les supone un mérito- el hecho de ser padres.
Perpetuar estos roles nos obliga a aceptar contratos a tiempo parcial, jornadas reducidas, a pedir permisos y excedencias, todo lo que haga falta para poder conciliar el mundo del trabajo externo con el del privado. Aunque son muchas las mujeres que no quieren jornadas reducidas o contratos a tiempo parcial, pero es lo único que la empresa les ofrece. Todo esto las va a penalizar en sus salarios y cotizaciones.
Mientras que el 2,3% de los hombres tiene jornada parcial para atender a necesidades familiares, este porcentaje en las mujeres es del 21,9%. El salario en este tipo de contrato ha caído un 2,6%. Hay más: las mujeres suponen un 90% de los contratos temporales y solo un 10% de los indefinidos.
Mientras que el 2,3% de los hombres tiene jornada parcial para atender a necesidades familiares, este porcentaje en las mujeres es del 21,9%.
Los puestos con menor cualificación son ocupados mayoritariamente por mujeres, y esto a pesar de tener más formación que ellos. Abandonamos el mercado de trabajo y volvemos a reingresar en peores condiciones que cuando lo hicimos, pero lo hacemos porque no queremos que nuestras hijas e hijos sean criados fuera del hogar, porque las personas mayores necesitan cuidados y somos nosotras las que se los damos.
Padecemos más inestabilidad laboral, más trabajo precario, tenemos mayor tasa de inactividad y paro y bastantes menos posibilidades de promoción. Los pluses y complementos de mayor dedicación, por ejemplo, no son para nosotras.
Además, con independencia de que podamos estar más preparadas o formadas que nuestros compañeros, no accedemos en igualdad de condiciones a los puestos mejor remunerados, de más responsabilidad, dirección o toma de decisiones, donde somos menos de la mitad que ellos.
Respecto a la distribución salarial por sexo, hay una mayor concentración de hombres en los salarios más altos. Por ejemplo, según los últimos datos oficiales, un 35,5% de los hombres cobraron salarios de más de 2.136 € frente al 23,9% de las mujeres. Al contrario, las mujeres son mayoría de las personas perceptoras de salarios más bajos. Un 41,1% percibió un salario inferior a 1.217 € frente al 19,8% de los hombres.
Los puestos y sectores laborales “feminizados”, aquellos donde hay mayoría de mujeres, bien por ser ellas las que los elijen, bien porque son los únicos que les oferta el mercado de trabajo, son precisamente los peor remunerados. Otro ejemplo: los sectores de actividades con menor remuneración se concentran en las Actividades del hogar, como empleadores de personal doméstico. Una actividad donde las mujeres son mayoría.
Los estereotipos hacen, por un lado, que las mujeres se sigan decantando por estudios y profesiones relacionados con los roles que tradicionalmente se les asignan, por otro, que el mercado de trabajo no les ofrezca ocupación en otros sectores y actividades que los feminizados.
Sólo un 1,4% de mujeres cobra la pensión máxima.
¿Y qué hay delas pensiones? Pues son más bajas también que las que cobran los varones. Con cotizaciones menores y menos periodos de cotización -debidos a la salida del mercado de trabajo por maternidades o cuidado de personas dependientes, las diferencias entre las pensiones que reciben las mujeres se sitúan en un 39% por debajo de las percibidas por los pensionistas. Sólo un 1,4% de mujeres cobra la pensión máxima. Y en las pensiones percibidas por un derecho derivado, como por ejemplo, de viudedad, las mujeres representan un 34,2% del total. En cuanto a otras pensiones mínimas, como el SOVI, el porcentaje de mujeres perceptoras es del 34,5%. Un 31,8% de las mujeres mayores de 65 años son catalogadas como “pobres”. Somos pluriempleadas toda nuestra vida laboral y pobres de necesidad en la jubilar.
A cambio de esta dedicación al cuidado de las personas, sostén del estado de bienestar, las mujeres recibimos menos salario y pensiones más bajas que los hombres. Tranquilas, no hay que sofocarse. Parece que en 170 años alcanzamos la igualdad salarial.