Aunque en ocasiones nos resulte pesado hablar de conceptos como igualdad, desigualdad, igualdad de oportunidades, brecha salarial, techo de cristal, igualdad de trato… y un largo etcétera, lo cierto es que podemos asegurar que no avanzamos, ni tanto como resultaría necesario, ni tan rápido.
Es preciso comprender lo que supone la desigualdad en nuestra sociedad y cómo nos influye y nos afecta, y ello a pesar de que diferentes generaciones, y especialmente la de las personas más jóvenes, consideren que ya hemos superado los obstáculos, que parecen invisibles ante algunas miradas.
Hace unos días me enviaron una noticia a través de una red social (Twitter) en la que el Colegio de Salamanca había manifestado: “la educación en el esfuerzo siempre debe estar presente” e incluía una nota con el siguiente texto:
“Querido hijo, esta semana cambiaremos todos los días la contraseña del wifi. Para conseguir la de hoy, tienes que: limpiar tu habitación, lavar los platos, tirar la basura. Mamá y papá”.
Como es lógico, desde que me coloqué “mis gafas moradas” casi cualquier situación me sirve para llevarla a mi terreno. Cuando leí el texto pensé en cómo la familia, uno de los agentes socializadores más importes, y que retomaré más adelante, es esencial en nuestro desarrollo; lo primero que tenemos que plantearnos es, si una vez conocidas las funciones de los agentes de socialización, que seguro conocemos, realmente cumplen sus funciones. Somos seres sociales y resultado de un largo proceso de aprendizaje: el proceso de socialización; este proceso nos ayuda a comprender cómo es nuestra conducta y los motivos que nos llevan a comportarnos de una y otra forma. A través de la socialización vamos asimilando, interiorizando y adquiriendo comportamientos, que nos harán ser de una manera determinada y harán que el entorno nos perciba también de una forma concreta. Es decir, de acuerdo a mi proceso de socialización, tendré un comportamiento ante la sociedad – de la que formo parte, quiera o no – y de acuerdo a éste, se me identificará e incluso se “me etiquetará”.
De acuerdo a mi proceso de socialización, tendré un comportamiento ante la sociedad – de la que formo parte, quiera o no – y de acuerdo a éste, se me identificará e incluso se “me etiquetará”.
Desde nuestro nacimiento, ya nacemos diferentes El proceso de socialización es un proceso de desarrollo que construye la identidad de género, o lo que es lo mismo, el sentimiento de pertenencia a un sexo u a otro, estereotipándonos. Claro está, si te sales de ese patrón conductual que se espera de ti, puedes tener consecuencias. Con esto no solo me refiero la mitad de la sociedad – las mujeres – también me refiero a los hombres, pues si por ejemplo un hombre da un paso al frente para declararse sin tapujos feminista también se sale de la norma, de lo esperado, porque el hombre “varonil, fuerte, valiente….” ¿cómo puede ser feminista?.
El problema es, por una parte la falta de información. Muchos hombres y mujeres consideran que no son feministas porque piensan que el feminismo es lo contrario al machismo. Desde aquí animo a que se den una vuelta por el Diccionario de la RAE para que comprueben que no se trata de un concepto que nos hemos inventado para que las mujeres seamos superiores a los hombres, sino que el feminismo es un movimiento que pretende la igualdad de derechos; y por otra parte, tenemos que soportar la presión del postmachismo; estamos ante una maniobra bien orquestada. Algunos hombres no quieren perder los privilegios que el patriarcado les ha concedido. Parafraseando a Miguel Lorente, «se trata de una forma sutil del machismo que bajo una apariencia de normalidad corrigen la desigualdad, a costa de presentarla como un ataque hacia los hombres porque aseguran que no están incluidos en las medidas que se proponen para lograrla». No se dejan ver porque el fin es que los privilegios que les mantienen en su zona de confort sigan manteniéndose, así no cambiarán ni sus referencias ni sus valores tradicionales y de esta forma no cambiar las referencias y valores tradicionales. Es un machismo adaptado a la actualidad, modernizado, siguen pensando lo mismo pero ya no se les ocurre decir abiertamente a una mujer “tenías que estar fregando” (frase que tantas veces pude escuchar en mis primeros años como Policía).
Tenemos que soportar la presión del postmachismo; estamos ante una maniobra bien orquestada. Algunos hombres no quieren perder los privilegios que el patriarcado les ha concedido
Recientemente, hablando de estos temas (que parece son temas que nos afectan solo a las mujeres) en un coloquio he preguntado a un hombres si se consideraba feminista. En un primer momento su mutismo le delató, para después pasar a dar una gran cantidad de explicaciones y rodeos con el fin de no declararse feminista. Posteriormente sienten como un alivio cuando conocen la definición real. No es la primera vez que esto me ocurre, tanto en ámbitos académicos, como en reuniones distendidas. Vemos que se dan por sentados conceptos que vamos asumiendo y transmitiendo porque nos dejamos llevar por las demás personas que de alguna manera van influyendo en nuestro comportamiento y modo de ser. Así no acabamos con los estereotipos.
A pesar de que los datos están ahí, y que contamos con una Ley de Igualdad, todo se resume a lo mismo: las cosas no están tan mal como algunas aseguramos. Hay muchas personas que no reparan en el impacto de la publicidad, por ejemplo, y la transmisión de estereotipos. Nada es por casualidad, es parte del machismo que se resiste al cambio para disfrutar de las ventajas que conlleva una sociedad igualitaria.
Podemos comprobar en las aulas cómo los chicos y chicas adolescentes que deberían entender lo que significa la igualdad, han absorbido la estructura patriarcal reproduciendo las mismas conductas propias de otro siglo.
Seguimos sin encontrar respuesta a tanta duda. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿En qué nos estamos equivocando? ¿Por qué tanta pasividad y permisividad ante tanto despropósito?… Es lo que me preguntan en mis exposiciones, charlas, conferencias… y siempre la misma respuesta: EDUCACIÓN.
Me pregunto si no se ve la necesidad de invertir en prevención, no se puede, o no se quiere ver; no puedo resistirme a condenar el número de mujeres asesinadas; mejor aún: no puedo resistirme a condenar el número de hombres que han asesinado a sus parejas o exparejas. Porque son los agresores, son ellos los que consideran cuándo, cómo y dónde deben acabar con sus vidas: la vida de esas mujeres que ellos consideran “carentes de derechos, subordinadas, su posesión” consecuencia de la desigualdad que nos ha acompañado y nos sigue acompañando a lo largo de la historia.