El patriarcado nos sigue tomando por imbéciles

Esther Torrado
Esther Torrado
Dª en Ciencias Políticas y Sociología. Profesora-Investigadora de la ULL, miembra del Instituto Universitario de Estudios de las Mujeres), la Red contra la prostitución y la trata en Tenerife y militante de la PAC (Plataforma Abolicionista Canaria)
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El patriarcado nos sigue tomando por imbéciles o cómo camuflar a más de 200 niñas secuestradas durante más de 1000 días

Hoy Facebook me recuerda que en estas fechas se cumplen más de 1000 días del secuestro de 264 niñas a manos del grupo terrorista Boko Haram, fecha y hechos que han pasado sin pena ni gloria. Por ello quiero reproducir un artículo que publiqué precisamente a colación de estos hechos, hace tres años en el Diario de Avisos (16-05-2014), “El patriarcado nos toma por imbéciles”.
De repente parece que la opinión pública y la ciudadanía han despertado de un “largo letargo” dándose cuenta con “mojigata indignación” de la existencia de un mercado esclavista de mujeres y niñas en África. El caso de Nigeria y las más de 200 niñas desaparecidas ha puesto como novedoso un asunto estructural y crónico que lleva siglos produciéndose y que, en este último, se articula a escala internacional: el tráfico y trata de las mujeres y niñas con fines de explotación sexual y laboral.
Pero el problema por sus dimensiones y dureza requiere un análisis preciso, tal y como afirma Vladimir Duthiers, al referirse al caso de las niñas nigerianas y preguntarse los porqués de su secuestro. Pues bien, parece que, a priori, la justificación se sostiene en un elemento ideológico-religioso del grupo islamista Boko Haram, cuyo nombre significa “la educación occidental es pecado”, interpretándose desde la simplicidad argumental de que los secuestros son el resultado de la participación de estas niñas en instituciones que promueven una educación laica.
Este argumento dignifica a los terroristas y les dota de un cierto marco ideológico justificativo de su modus operandi, “luchar contra los valores de occidente” a la vez que a Occidente, que en estos casos se erige como “baluarte del laicismo, la educación y los derechos humanos”.

Mujeres y niñas son tratadas como objetos que se pueden violentar de diversas formas: una de ellas limitando el acceso al conocimiento, otra el control de su movilidad, o las múltiples violencias sexuales

Pero esta explicación minimiza y camufla la verdadera y profunda dimensión del problema, que deriva de las múltiples violencias de las que son objeto mujeres y niñas africanas desde finales del siglo XX y principios del XXI (e incluso han ido in crescendo), y que responden por una parte a un mercado lucrativo de migrantes clandestinos con destino al mercado globalizado europeo. Por otra, a la demanda de occidente, “que es juez y parte”, de la servidumbre laboral y sexual de miles de mujeres y niñas procedentes de sociedades patriarcales y que, al igual que la nuestra, manifiestan un profundo desprecio por los derechos de igualdad. Mujeres y niñas son tratadas como objetos que se pueden violentar de diversas formas: una de ellas limitando el acceso al conocimiento, otra el control de su movilidad, o las múltiples violencias sexuales (violaciones, embarazos, matrimonios forzosos, obligación a prostituirse) y constituyen castigos de género cuyo objetivo es desempoderarlas para convertirlas en mercancías dóciles que incrementan el lucro y beneficios de tratantes y Estados.
En anteriores ocasiones (de menor eco mediático) las mujeres y niñas secuestradas que pudieron ser rescatadas (como por ejemplo el caso de las halladas en la selva de Maiduguri), apreciaban signos diversos de violencia extrema (sobre todo sexual) e incluso habían sido obligadas a casarse con sus secuestradores, tal y como denunciaron las organizaciones Human Rights Watch y Amnistía Internacional, entre otras. Pero lo cierto es que resulta escandaloso la habitualidad y facilidad para secuestrar, trasladar y someter a miles de mujeres y niñas a través de fronteras internas continentales africanas e intercontinentales europeas, con una invisibilidad e impunidad aplastante; eso sí, gracias a la complicidad de los Estados proxenetas, de las potentes organizaciones mafiosas y de la demanda de “nuestros puteros”, que exigen una mercancía cada vez más pedofilizada, contribuyendo a la proliferación de estas violencias contra mujeres y niñas que presentan altos niveles de vulnerabilidad e indefensión.

La demanda de “nuestros puteros”, que exigen una mercancía cada vez más pedofilizada, contribuyendo a la proliferación de estas violencias contra mujeres y niñas que presentan altos niveles de vulnerabilidad e indefensión

Frecuentemente, a sus verdugos no se les pone cara o se pierden en la nebulosa de esos Estados y Organizaciones Internacionales, pero lo cierto es que la tienen y son ciudadanos de a pie como nuestros padres, hermanos, maridos, hijos, compañeros de trabajo, vecinos, que por acción u omisión (y habitualmente con su demanda) contribuyen a esta forma de esclavitud. ¿O es que acaso son tan ingenuos que piensan que estas mujeres y niñas han llegado hasta nuestras calles y a los mal llamados locales de ocio voluntariamente en una nave nodriza? ¡Anda ya!.
 

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