Big Little Lies (2017), basada en el libro homónimo de Liane Moriartry, es una miniserie de 7 capítulos en la que han trabajado actrices bastante conocidas, como Nicole Kidman, Shailene Woodley y Reese Witherspoon. Mantiene el equilibrio entre la comedia, el misterio y el drama sin frivolizar el patriarcado, conjugando tópicos y prejuicios machistas con miradas críticas a este orden establecido. No quiero hacer ningún spoiler de modo que no voy a detenerme a hablar de las protagonistas ni de a quién le sucede el qué, lo que pretendo es animar a quien aún no la haya visto a hacerlo porque creo que rompe con el cine androcéntrico y patriarcal, mereciendo por ello pasar a formar parte de nuestra lista de películas y series con un enfoque feminista.
Casi todas las protagonistas y personajes secundarias -divinas todas, por supuesto- están emparejadas con un hombre y tienen hij@s, siendo todas las familias acomodadas -apenas se alimentan otras estructuras familiares, ya que solo se sale de la norma una madre soltera, u orientaciones sexuales, debido a que solo aparece una pareja gay-. Hay una división establecida por las propias mujeres entre aquellas que dejaron sus carreras profesionales para dedicarse a la familia y las que continuaron con ella y son vistas como exitosas; sin embargo, hay algo que todas tienen en común, el deseo de alcanzar la perfección: de ser buenas profesionales, buenas esposas, buenas vecinas y, sobre todo, muy buenas madres. La decepción de no haber alcanzado la realización personal exclusivamente a través de la maternidad es compartida por algunas, así como la satisfacción vivida cuando se han dedicado a ellas mismas y a sus proyectos personales fuera del ámbito doméstico y de la familia, demostrándose a sí mismas y al resto sus capacidades y competencias en el espacio público. No estamos ante personajes planas sino complejas, con sus motivaciones, frustraciones, opiniones, deseos, inquietudes y contradicciones, estamos ante personajes que son humanas.
No estamos ante personajes planas sino complejas, con sus motivaciones, frustraciones, opiniones, deseos, inquietudes y contradicciones, estamos ante personajes que son humanas.
La violencia sexual y la violencia de género son temas centrales. Respecto a esta última, quiero hacer hincapié en que la serie tiene un punto de vista burgués, de modo que las salidas que da a la mujer que la vive habrían sido distintas si se hubiese tratado de un entorno menos pudiente. Este hecho también es un punto a favor para la desmitificación de que la violencia de género es inherente a las familias de bajo estatus socioeconómico, ya que realmente está presente en todas las capas de la sociedad. Así que, habiendo hecho este apunte sobre la perspectiva de clase, quedémonos con lo central del asunto: la violencia que sufre la personaje por el hecho de ser mujer. Es un retrato que me ha dejado satisfecha, aunque ni mucho menos pueda estar, creo yo, a la altura de Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín. Me ha parecido estupendo porque no se revictimiza a la mujer que se encuentra en esa situación; porque el ciclo de la violencia de género se muestra perfectamente; porque también se ve muy bien la normalización de esa violencia por parte de quien la padece; porque aborda la diferencia entre emplear la violencia como acción y emplearla como reacción, y porque aparece cómo influye en l@s hij@s vivir en un hogar así, aunque no presencien el maltrato. También se pasa un poco de puntillas sobre la prostitución, un tema que aunque es tratado brevemente, creo que está bien enfocado: se cruzan el patriarcado, el capitalismo y la importancia de los medios de comunicación de masas a la hora de generar conciencia sobre qué importa y qué no, ante qué mujeres que son vendidas y compradas podemos removernos menos en el sofá y ante cuáles parece que sí debemos poner el grito en el cielo si son explotadas de esta manera.
La rivalidad entre mujeres, a lo que tanto nos empuja el patriarcado –divide et impera-, está presente en toda la serie, pero también lo está la sororidad, mostrando lo fundamental que es contar con compañeras que te cuidan.
La rivalidad entre mujeres, a lo que tanto nos empuja el patriarcado –divide et impera-, está presente en toda la serie, pero también lo está la sororidad, mostrando lo fundamental que es contar con compañeras que te cuidan, que no son competidoras sino amigas y por eso no te juzgan, te escuchan y te ayudan; esta sororidad termina triunfando y nos da una verdadera lección de vida: las violencias -simbólicas, sexuales, institucionales y demás- que sufrimos las mujeres por el hecho de ser mujeres, son nuestros puntos en común al margen de las diferencias que nos distancian a medida que vamos añadiendo variables al necesario análisis interseccional de la realidad, la herramienta con la que podemos obtener una fotografía lo más ajustada posible a ella para así poder -bien- transformarla.
Creo que es una serie sobre la que se pueden hacer lecturas interesantes porque de lo que se ocupa tiene una tremenda actualidad, es uno de los muchos retratos de las realidades tan plurales que vivimos y compartimos las mujeres, en mayor o menor medida. Es un ejemplo, de otros tantos que ya existen y que afortunadamente están proliferando, de producción que entiende que los contenidos mencionados son parte de la realidad en la que existimos y por ello deben ser tratados, reflejados y consumidos como producto cultural, asumiendo además la responsabilidad de generar conciencia y dar lugar a la reflexión sobre las desigualdades de género y las opresiones que vivimos las mujeres. Por nuestra parte, como público, en palabras de Pilar Aguilar: “tenemos el poder de la taquilla”, de modo que una forma de contribuir a que estos proyectos se sigan realizando es dedicándoles nuestro tiempo.