Cada vez que salta la alarma de un nuevo asesinato por violencia machista, surge una pregunta. ¿Había denunciado?. Eso es lo primero que se preguntan los medios y lo primero que nos preguntamos quienes intervenimos como profesionales en estos temas.
Si echamos un vistazo a la noticia de cualquiera de estos casos terribles, lo comprobaremos. Siempre hacen constar que “la víctima no había denunciado” o el más correcto y neutro “no existían denuncias previas”. Y desde luego, es un dato importante. Pero hay que tener cuidado de no darle la vuelta y que al final resulte que se está culpabilizando a la víctima. Porque a veces, ésa es la impresión.
¿Por qué digo esto?. Pues porque parece que el silogismo fácil es pensar que es culpa suya por callarse la boca. Incluso hay quien comenta que a ella no le hubiera pasado, con una evidente falta de conocimiento de esta compleja materia, además de una más que evidente falta de empatía.
Lo primero que hay que recalcar es que nos encontramos ante un delito público. Por mucho que se crea otra cosa, no depende de la denuncia de la víctima, sino que es perseguible de oficio. Por ello, sería más correcto ampliar el campo y decir que “nadie había denunciado”. Y, de paso, dirigir el reproche a quienes conociendo lo que pasaba cerraron ojos y oídos y actuaron como si la cosa no fuera con ellos. A ver si aprendemos de una vez que la violencia de género nos afecta a todas las personas, como la corrupción o cualquier otro delito público.
Pero lo que ocurre es que nuestra legislación, pese a quienes hemos pedido por activa y por pasiva su reforma, sigue reconociendo a la víctima ese privilegio –que no derecho- de negarse a declarar contra su esposo o su pareja, en este caso, su verdugo. Y ello da lugar a confusiones, intencionadas o no, que hacen depender la existencia del delito de la denuncia de la víctima. Y eso no es así, aunque tampoco hay que perder de vista que esa falta de declaración o de denuncia nos pone las cosas muy cuesta arriba a la hora de continuar el procedimiento. Salvo que existan otras pruebas, claro. De modo que si una víctima no denuncia, o no declara, pero sí lo hace la vecina que oía sus gritos, podría continuarse adelante con más garantías de éxito. Y podría haberse evitado el trágico final que los periódicos acompañan con la frase “la víctima no había denunciado”.
Y lo peor es que ahí no acaba la cosa. Las víctimas no solo pueden acogerse a la posibilidad de no declarar, sino que pueden cambiar de opinión en cualquier momento y echarse atrás en la denuncia que hicieron. Y como en nuestro Derecho Penal lo que vale es lo que declare en el jucio oral, de nuevo nos lo ponen dífícil. Pero no hay que culpabilizarlas. Son muchísimas las razones que pueden llevar a una persona a retractarse del paaso que dio en su día. Miedo, dependencia emocional, dependencia económica, presiones del autor o de la propia familia, hastío, resignación y hasta la esperanza de que las cosas vayan a arreglarse solas y el amor todo lo puede –el amor mal entendido, claro-.
Esa posibilidad de poder dar marcha atrás en cualquier momento del procedimiento es una verdadera mochila extra con la que se carga injustamente a las víctimas de violencia de género. Imaginemos cualquier decisión difícil de las que toca tomar en la vida, como un cambio de trabajo o la elección de una determinada carrera. E imaginemos que sucedería si, una vez hecha la opción y comenzada la labor, alguien nos preguntara a diario si estamos seguras, si nos arrepentimos y queremos cambiar la opción deseada. Sería un tormento y nos impediría avanzar, sin duda. Y ahora imaginemos que en esa decisión nos va la vida, y tal vez la de quienes están a nuestro alrededor. Y así un día tras otro.
He conocido casos en que las víctimas, tras denunciar , en lugar de quedarse tranquilas y dejar que las cosas se solucionen, se veían constantemente presionadas. Si los niños suspenden en el cole, es por lo mal que lo pasan desde la denuncia. Si tu madre tiene una depresión, es por lo mal que lo pasa desde la denuncia. Si hay problemas económicos, es porque los ha causado la denuncia. Si te han dado la espalda los amigos, es porque has puesto la denuncia. Y sigue y sigue. Así que, como si no tuviera suficiente con lo que ha pasado, ha de sentirse culpable de los males del mundo y de quienes le rodean. Como decía, una mochila extra a la espalda a la que se van añadiendo piedras.
Lo que de verdad nos debería importar del hecho de que una víctima no denuncie, o que más tarde no quiera declarar, es por qué lo hace. Por qué no echa mano de los medios que tiene a su alcance, a diferencia de lo que ocurría en otras épocas. Y tratar de darle solución y apoyo, y no desviar la balanza de la culpa. La culpa es de toda la sociedad. Y ella es solo una victima, una víctima que podría no haberlo sido si alguien hubiera dado el paso que ella no se atrevió a dar.
Tal vez si la próxima vez –ojala no la hubiera- desviamos el foco de atención de ella, enfoquemos mejor el problema. “Nadie había denunciado los hechos” en lugar de “la víctima no había denunciado”. Recojamos las piedras de esa mochila que tocan a cada cual y repartamos la carga. Y quizás, haciendo la mochila más liviana, consiga desprenderse de ella.