“Nanette” y el síndrome del hombre blanco heterosexual aparentemente concienciado

Víctor Sánchez
Víctor Sánchez
"Promotor para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres. Co-Autor del libro "Diálogos Masculinos. La masculinidad tarada"
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Yo soy uno de esos cientos de miles o millones de espectadores, hombres blancos heterosexuales, que seguro se han enfrentado por primera vez al visionado de este documental de Hannah Gadbsy, que se estrenó el año pasado en la plataforma Netflix, y que está recibiendo todo tipo de elogios y excelentes críticas, totalmente merecidas, por otra parte.
No había oído nunca en esta parte del planeta hablar antes de esta comedianta, monologuista de reconocido prestigio y éxito en su país de origen y con más de 10 años de experiencia a sus espaldas y numerosos premios.
Cosas de la comodidad o privilegio de vivir en el centro de la sociedad, no en los márgenes de la misma, como muy bien nos recalca la protagonista en su relato, de escasamente 70 minutos de duración, pero enorme y brillante en su resolución y puesta en escena.
Muy difícil mantener el interés y la tensión del monólogo durante tanto tiempo, con las muy pocas armas que parece querer Hannah poner sobre el escenario.
Una expresividad gestual, casi concentrada únicamente en su rostro y sus manos -algo imperceptible en un escenario tan grandioso como el de la Ópera de Sidney donde está rodado el documental, pero plenamente disfrutable en la pequeña pantalla de nuestro comedor-, y la modulación de una voz que aporta en muchas ocasiones, los momentos más divertidos y cómicos de su discurso.
“…He basado mi carrera en burlarme de mí misma, y no quiero seguir haciendo eso. No es humildad, es humillación …”, llega a reconocer en un momento muy temprano de su monólogo, en una de sus primeras verdades como puños.
Cuando vives, sientes y te encuentras en las antípodas de lo que te cuentan, es difícil que aflore la empatía necesaria para tratar de digerir todas y cada una de las palabras que con tanto acierto y destreza despliega Hannah Gadbsy en su monólogo-testimonio.
Sin embargo, es tal la intensidad y la profundidad de lo relatado, y tantas veces las que a lo largo del metraje interpela y de qué manera al público masculino, que no es posible salir indemne del visionado de esta bofetada vivencial con la que nos sorprende la protagonista, salvo que tengas una roca más dura que el diamante, en lugar de un corazón latiente.
Monólogo que por cierto, no deja títere con cabeza, y que apunta en todas las direcciones, no solo hacia al patriarcado y hacia esos hombres blancos heterosexuales que siguen sin reaccionar (a pesar de las continuas dosis de tensión o incomodidad con la que nos bombardea en algunos momentos del relato de manera soberbia), sino también a “su gente”, o con las personas que la sociedad considera que se supone que tienen que ser “su gente”, porque tu orientación sexual ya determina los márgenes o las afueras de una sociedad en donde quizás, solo quizás, te permitan incluso dejar que te ubiques para tu supervivencia.
Inolvidable el testimonio y el dato del 70% de la población, de ese entorno de ese pequeño pueblo donde creció, de la isla australiana de Tasmania (vecinos, conocidos y gente cercana), sociedad abiertamente homófoba y que hasta 1997, apenas hace 20 años (media vida de la que actualmente tiene la protagonista), no dejó de considerar que la homosexualidad era un delito que tenía que ser perseguido y castigado.
Modificación producida al menos en el ámbito legislativo, porque como muy bien nos relata Hannah en varias ocasiones, su vida no dejó de ser perseguida y castigada en múltiples ocasiones por ser, simplemente, diferente.
Una interminable persecución sufrida a lo largo de toda una vida, que la protagonista, tal y como ella nos explica al principio, nos ofrece concentrada en pequeñas píldoras adornadas con chistes (método utilizado como inevitable forma de supervivencia), a modo de miel que endulza el sabor amargo de la medicina para una cura de una enfermedad, que nosotros solo vamos a “sufrir” en un teatro, durante poco más de una hora, pero que ella ha estado sintiendo toda una vida.
Ojalá que no se convierta el visionado de este documental en formato-bofetada, en una de esas visitas teledirigidas a una realidad que no es la nuestra y a la que le hemos hecho, literalmente “la visita del médico”, por lo breve y poco profunda, y que ni nos ha transformado ni nos ha hecho reflexionar ni media palabra sobre la manera en que tenemos construidas nuestras (privilegiadas) vidas.
Seamos algo más trascendentes y aprovechemos para pasar algo más de una hora y diez minutos con Nanette y tratemos de al menos que el efecto de esa “tensión incómoda no resuelta” nos dure un poquito más de la cuenta, que el efecto que nos produce cualquier otra película a la salida de un cine.
Querido compañero hombre-blanco-heterosexual al que, por enésima vez nos siguen interpelando de manera directa tantas y tantas veces, tantas y tantas mujeres… No te conformes con tu dosis de tensión e incomodidad finalmente resuelta con un puñado de buenos chistes, y sé capaz de vivir, sentir y reflexionar un poquito más allá de tus acomodados beneficios sociales.
Tenemos que dejar de ser meros espectadores del sufrimiento que nuestro género por activa y/o por pasiva, ha causado y sigue causando a una cantidad inmensa de mujeres.Tenemos que dejar de pensar erróneamente que estamos en el lado correcto de la vida por nuestro declarado activismo afín al feminismo, como si eso fuera suficiente, o como si de verdad nos creyéramos que estamos haciendo algo más para cambiar una realidad que nosotros solo consumimos en formato píldora concentrada en una dosis controlada que nos permite el suficiente margen de maniobra que solo nosotros tenemos y disfrutamos.
-¡Nadie lo detuvo! Grita Hannah cuando vuelve a relatar la escena de la parada del autobús y de la agresión del hombre que la confundió (al principio) con un maldito maricón de mierda que estaba ligando con “su” chica para después, en un segundo acto de violencia, recibir la brutal paliza que recibió poco después.
Nadie lo detuvo.
Y ése es el mensaje (y otros muchos) que nos siguen repitiendo una y otra vez, una y otra vez.
Y nosotros seguimos permaneciendo impasibles en esa cómoda butaca de ese anfiteatro durante un intervalo de tiempo moderadamente corto.
Pagando nuestra entrada por echarnos unas risas, por a veces sentirnos un poquito incómodos, y por creernos que en el fondo nosotros, no somos esos hombres blancos heterosexuales que denuncia la protagonista de este relato.
Porque nosotros, aparentemente estamos de acuerdo con todo lo que allí se denuncia.
Y si hace falta, nos quitaremos el sobrero en señal de admiración y nos pondremos de pie para aplaudir enfervorizados durante un par de minutos si la ocasión lo requiere.
Pero no es eso lo que nos están reclamando.
Porque nosotros seguimos una y otra vez volviendo a nuestras vidas.
A ese caldo de cultivo social que sigue macerando hombres sin escrúpulos que siguen siendo la norma y no la excepción de esta todavía no suficientemente cuestionada sociedad patriarcal.
Y cada minuto y cada segundo que pasamos en nuestras vidas sin resolver lo que otras vidas no tienen resuelto, son minutos y segundos de unas vidas que no nos corresponden vivir de esta manera.
No es justo.
No te permitas bajo ningún concepto apropiarte de un sentimiento de comprensión de un problema que ni alcanzamos a entender en toda su complejidad, y que sigue generando tal cantidad de sufrimiento a nuestro alrededor.
Aprendamos a vivir algo más de una hora y diez minutos, con el sentimiento de que no estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano, y hagamos algo (más) de una vez por todas.

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Comentarios

  1. El empoderamiento matriarcal tiene que ver con el desarrollo del conocimiento sobre hacking neuro-bio-sociologico, en otras palabras, el desarrollo de la consciencia en todas las partes del cuerpo humano con todos los neurotransmisores posibles.
    El empoderamiento matriarcal requiere de una etapa de concubinaje (donde todo puede llegar a ser subjetivo). Esto, para el caso de los cuerpos nacidos sin el desarrollo fisico completo de la funcion vagina, implica necesariamente la transgresion transgenero, travesti u homosexual promiscua. El hombre que siempre ha sido «hetero» esta ejecutando un software matriarcal que descarga de las mujeres y del que nunca ha hecho ingenieria inversa.
    De la etapa de concubinaje solo se sale mediante convenio con otros humanos en la misma situacion, de manera que se pueda recuperar la objetividad. Se puede especular con que el desarrollo del uso de escritura, tecnica y tecnologia en la especie humana tiene que ver con el hallazgo de la salida para el concubinaje. Pero algunas culturas lo copiaron, es decir, se expandieron a lo grande antes de completar el aprendizaje.
    Paralelamente se desarrollo la aproximacion de la prostitucion y el monoteismo (la institucionalizacion de hacks paralizantes a la inteligencia de la mama derecha), donde se mantiene a mujeres continuamente en etapa de concubinaje, donde los hombres pagan para usar la inteligencia de hacking de esas mujeres, pero siempre estan «comprando» algo que tiene fallas impredecibles sin resolver, y que se puede volver en su contra.
    Se puede especular con que las guerras y las crisis se producen por asumir erroneamente que la prostitucion genera energia matriarcal, cuando la prostitucion lo que hace es consumir la energia matriarcal de las otras mujeres, excepto que exista un mecanismo que asegure que las que quieren ser prostitutas operen en una tierra diferente y aislada de la tierra de las que no quieren serlo.

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