¿Y ahora qué tras parar el mundo?

Ester Ruiz
Ester Ruiz
Enfermera, Estudiante de Derecho, feminista, madre, activista, coordinadora de la Plataforma Luna contra el SAP, directiva del proyecto "Doble Victimización, violencia institucional hacia mujeres"
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Pasó el 8M de 2019 como pasó el 8M de 2018. Tenemos las cifras, las fotos, la satisfacción y la resaca de una labor que durante meses y meses se fue gestando.
Salimos a las calles, inundamos las plazas, coreamos uno tras otro los eslóganes que dejan claro que estamos hartas. Hartas de ser esclavas sexuales, de ser mutiladas, de ser humilladas, insultadas, vejadas, asesinadas. Hartas de ser vetadas por nuestra inteligencia, de no tener las mismas oportunidades de ascenso que un hombre. Hartas de cobrar menos cuando realizamos el mismo trabajo y hartas de ser cuestionadas, excluídas e incluso ignoradas por ser madres.
Queda claro que no somos cinco o seis, queda infinitamente demostrado que ya no aguantamos más, que no vivimos en un mundo igualitario donde mujeres y hombres tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Hemos inundado las calles, hemos parado el mundo por un día y estamos felices de ver el resultado. Pero, ¿y ahora qué? ¿Por dónde continuamos? Hacer estas preguntas, a según quién no le gusta, es como si todo se centrase en participar un día en una manifestación y después empezáramos a preparar la siguiente y fuera incorrecto preguntar. En este momento en que escribo este artículo ya son tres más en 48 horas las mujeres asesinadas por sus parejas.
Me duele, me duele terriblemente que no se esté siendo fiel a la realidad. Los partidos políticos, los sindicatos, las coordinadoras feministas, todas estas formaciones se felicitan de su éxito. No, pongamos las cosas en su sitio, esta oleada de mujeres que invaden las calles no pertenecen a ningún partido político ni a ninguna formación feminista. Es más, todas estas formaciones que se consideran responsables de esta respuesta deberían reflexionar. Han tenido que pasar años, ha tenido que tomar conciencia la juventud de lo que está pasando en el mundo con nosotras, las mujeres, para protestar, levantarse y luchar. Todas las mujeres, TODAS, hemos contribuido a que los principios de esta juventud sean los que son. Sus madres, sus abuelas, sus vivencias personales hacen que reclamen la equidad que se nos ha negado durante años. Es momento de avanzar, de ocupar nuestro lugar.
Llegar a un ministerio, ocupar un cargo político relevante es consecuencia de unas votaciones, de depositar en esas personas la confianza y la seguridad del cambio que se reclama, el que se grita el 8M en las calles. Y si en 2019 la reclamación de las mujeres se traduce en la manifestación pasada, está claro que quienes fueron elegidos y elegidas para llevar a cabo el cambio no lo han hecho bien. Y no se ha hecho bien porque el patriarcado, el machismo ha vuelto a jugar una partida perfecta, permitiendo a las mujeres de su partido acceder a puestos de poder y responsabilidad pero sin perder ni un ápice de poder.
Conseguimos avances, sí, pero han resultado inservibles, escasos. Mientras, las mujeres seguimos siendo asesinadas, seguimos siendo violadas, seguimos siendo acusadas de manipuladoras, perversas y falsas, de inventar denuncias por violencia machista, de implantar en nuestros hijos e hijas falsos recuerdos y como resultado de todo ello NOS LOS ARRANCAN. Y aquí quería llegar. Seguimos siendo responsabilizadas de nuestro destino, de nuestros asesinatos, de nuestros divorcios, seguimos siendo señaladas y estigmatizadas ya no sólo por los machos alfa, también por el sistema. Doblemente victimizadas, doblemente maltratadas, doblemente juzgadas y condenadas, como en tiempos pasados, por querer ser dueñas de nuestras vidas. Mientras, los políticos y políticas a quienes votamos miran para otro lado y dicen no saber nada, aunque nos hayamos cansado de aporrearles en sus puertas y de poner negro sobre blanco en multitud de escritos y de reuniones mantenidas con todos ellos.
Parte de esa juventud que sale a la calle ha sufrido ya el maltrato institucional, muchos y muchas de esas jóvenes se han visto obligados y obligadas a convivir con maltratadores, a frecuentar puntos de encuentro familiar un día sí y otro también. Han sido cuestionados y cuestionadas cuando contaban, tras superar el miedo y el dolor, los malos tratos a que eran sometidos por sus padres varones con quienes no querían estar y a quien temían. Han vivido en primera persona la anulación por parte de profesionales, hombres y mujeres, adoctrinados en no creerles y no dar valor alguno a sus testimonios, ni siquiera a las marcas físicas que presentaban. Han oído una y otra vez que sus madres están locas y ellos y ellas han llorado, sufrido y sentido el duro golpe de un sistema patriarcal, una justicia machista que jamás les protegió cuando sólo deberían haber disfrutado su infancia.
Seguramente que si preguntásemos cuántos han frecuentado los puntos de encuentro familiar no tendríamos respuesta porque todavía sienten y sentimos vergüenza, una vergüenza que no nos corresponde sentir, una angustia que nunca deberíamos tener y un miedo que a pesar del tiempo transcurrido nos paraliza.
El miedo, ese miedo paralizante, que bloquea nuestro organismo, que impide que nos defendamos TIENE Y DEBE CAMBIAR DE BANDO. Para muchas de nosotras estos 8M llegan tarde. Para otras, para nuestras hijas, nuestras nietas tienen que servir. Toca escuchar a las mujeres, darles su lugar, rendir homenaje a quienes perdieron la vida y dar paso a las que no perdieron la vida pero les arrancaron las ganas de vivirla. Ellas, unas y otras cambiarán el mundo, un mundo que no está preparado para la revolución feminista pero que les guste o no AVANZA IMPARABLE.

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