Las barreras invisibles y las realistas de Madrid

EstherTauroni Bernabeu
EstherTauroni Bernabeu
Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.
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La necesidad de patriarcal de someter a la mujer para potenciar al varón satisfaciendo sus necesidades e impidiendo el crecimiento personal y profesional de ellas, pese a los logros conseguidos, continúa siendo una realidad que se traduce en barreras invisibles pero con sólidos cimientos en nuestra sociedad y que prevalecen en la actualidad. Estas barreras aparecen en diferentes periodos de la vida y se traducen en desigualdades laborales que se describen gráficamente en las expresiones  “techo de cristal” ,  “suelo pegajoso” , “techo de cemento” y »techo de diamante”.

“Techo de cristal” es una barrera invisible, difícil de traspasar, que describe un momento concreto en la carrera profesional de una mujer, en la que, en vez de crecer por su preparación y experiencia, se estanca dentro de una estructura laboral, oficio o sector y que  en muchas ocasiones, coincide con la etapa de su vida en la que decide ser madre.
No se trata de un obstáculo legal sino de prejuicios extendidos para confiar en las mujeres puestos de responsabilidad, pagar un salario y otorgar una categoría similar por las mismas funciones al considerar que se conformará con menos, así como sutiles prácticas patriarcales del mundo de los negocios, como el tipo de reuniones, el corporativismo masculino o el amiguismo.

“Suelo pegajoso o piso pegajoso” se refiere a las tareas de cuidado y vida familiar a las que tradicionalmente se ha relegado a las mujeres. Salir de este «espacio natural» que según el patriarcado les corresponde es un obstáculo para su desarrollo profesional. Existe mucha presión dentro de la pareja, en la familia y en la sociedad para hacer creer a las mujeres que son las principales responsables del cuidado. El sentimiento de culpa y las dobles jornadas dificultan su promoción profesional, tal y como está configurado el mundo empresarial masculino.

“Techo de cemento” son los límites que tienen las mujeres para crecer política, social o empresarialmente, debido a la falta de referentes, la maternidad, la vida personal, una mayor autocrítica o una forma diferente de entender el liderazgo y la ambición profesional. Este concepto tiene que ver con la educación sexista, la organización del tiempo en las empresas (sin tener en cuenta la conciliación) o la forma en la que históricamente se establecen las jerarquías en las corporaciones. Para vencer este techo, muchas mujeres tienen como única opción adaptarse a estructuras laborales, horarios y dinámicas masculinas renunciando a su condición de mujeres.

“Techo de diamante” es un término acuñado por Amelia Valcárcel en su libro ‘La política de las mujeres’ (1997, Ediciones Cátedra) y se refiere al hecho de que, en la sociedad patriarcal, el hombre sea un «objeto de aprecio» y la mujer un “objeto de deseo” , subordinándola así a una situación en la que el hombre perpetúa su poder. El  techo de diamante  impide que se valore a las mujeres por criterios estrictamente profesionales y merma la autoestima femenina de cara a aspirar a un puesto de mando.

Estas barreras, imperceptibles a veces, podemos comprobarlas en el surgimiento, evolución y final del movimiento  artístico conocido como “Realistas de Madrid” formado por un grupo de hombres y mujeres nacidos en España en la década de los 30 y que se conocieron estudiando en la de los 50 El grupo estaba formado por Isabel Quintanilla , María Moreno, Antonio López , los hermanos Julio y Francisco  López Hernández , Esperanza Parada,  Amalia Avia y Lucio Muñoz , un amigo madrileño de todos ellos, aunque era un pintor abstracto. Un núcleo bastante cerrado porque, aparte de los lazos familiares, la amistad común data desde que se conocieron. En sentido estricto, lo que se viene llamando un clan.

El grupo defendió una pintura realista académica  pero  ambiciosa, con vocación de seriedad y teniendo como objetivo demostrar que la pintura había dejado de constituir la vanguardia y la luz de las artes, tal y como había venido siendo desde principios del XIX. Los realistas no volvían al pasado, trataban de traer el pasado al presente.

Paradójicamente pese a hombres y mujeres tener la misma formación y gozar de igual prestigio en sus primeras exposiciones, el contraer matrimonio unido a cuestiones de género supuso que ellas abandonaran sus carreras profesionales teniéndose que dedicar al cuidado primero de sus maridos a la par que de sus hogares, después de sus hijos e hijas y terminar con el de sus mayores. Actualmente nos encontramos con genios de la pintura como Antonio López, y de la escultura como los hermanos Julio y Francisco  López Hernández, mientras Isabel, María, Esperanza y Amalia por su condición de mujer quedaron postergadas del panorama artístico.

Isabel Quintanilla nació en Madrid en 1938 y en 1953, a los quince años de edad, ingresó a la Escuela Superior de Bellas Artes. Se graduó con éxito cinco años más tarde, en 1958. En 1960, Quintanilla recibió una beca para hacer una sangría de ilustración en el Instituto Beatriz Galindo. En ese ambiente estudiantil y artístico conoció al escultor Francisco López con quien se caso y mudó a Francia.

Aunque su marido prefería que pintara a que le planchara una camisa, a duras penas pudo conciliar la crianza de su hijo, el cuidado de su madre enferma alojada en su casa, la atención de las tareas del hogar y apoyar incondicionalmente la carrera de su marido por lo que tuvo que abandonar durante años su dedicación a la pintura. Además, en los intentos que hizo por exponer en Francia se encontró con galeristas que se llevaban los cuadros y no le pagaban, sintiendo que la trataban con desprecio por ser mujer y no considerándola pintora.

Con más tiempo para ella, retomó sus estudios y en 1982, se licenció en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, comenzando a dar  clases de dibujo en un taller dictado por Trinidad de la Torre.

Isabel Quintanilla falleció en octubre de 2017, en su residencia de Brunete, dejando como legado series de bodegones y paisajes al óleo  donde demostraba  su capacidad para capturar texturas, casi siempre usando luz difusa.

 

María Moreno  nació en 1930 en Madrid en el seno de una familia liberal que abandonó la capital para trasladarse a vivir a Valencia, aunque pronto regresaron a la capital de España. En 1954, a los 21 años, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Allí conoció a Antonio López con quien se casó en 1961, tras licenciarse y convertirse en profesora de dibujo.

Un año después de casarse y en 1962  parió a la primera de sus hijas, María y en 1965 a la segunda, Carmen. Entre embarazos, partos y post partos, además de cuidados y crianzas, siguió pintando la realidad intimista que le rodeaba, su mundo concebido en pasillos, escaleras, ventanas interiores, búcaros, flores, bodegones, escenas del ámbito doméstico trazadas desde la ventana de su estudio desde dónde observaba el jardín que ella misma cuidaba. Pintura de género de la mano del género, que iba alcanzando prestigio hasta, en 1962,  participar en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en el Palacio de Velázquez del Retiro, en 1966 expuso  en la Galería Edurne “Óleos con silencio dentro”; en 1973 en Frankfurt, en la  Galería Herbert Meyer-Ellinger y en  1990 en París, en la Galería de Claude Bernard. El galerista, Claude Bernard,  en aquellos momentos quedó embelesado con su obra y la compró toda. Años después  Bernard quiso organizar otra exposición dedicada a la pintura de María Moreno, pero ya no fue  posible. María ya no pintaba.

En 2016 se emitió en la 2 de TVE el programa dedicado a su obra y titulado “María Moreno, la luz de Antonio”, aludiendo a ser la esposa del segundo artista español más cotizado internacionalmente.

 

Esperanza Parada nació en San Lorenzo del Escorial, el 18 de febrero de 1928 y en Madrid comenzó su carrera pictórica en la Academia Peña, lugar dónde se preparaban entonces para ingresar posteriormente en la Escuela de Bellas Artes. En la década de los cuarenta completó su práctica del dibujo natural en el Círculo de Bellas Artes de Madrid dónde conoció al que posteriormente, y con quien se casó en 1962, el escultor Julio López Hernández. Antes de casarse, en 1957, realizó su primera exposición en la Sala Macarrón de Madrid, única galería privada que exponía a los artistas de su tiempo. En los 60 realizó medallas y relieves de pequeño formato que expuso tanto en España como en el extranjero por encargo de la Fábrica Nacional de Moneda y  expuso en la Galería Juana Mordó, pero al casarse  y tener a sus dos hijas Marcela y Esperanza, decidió dedicarse a su vida familiar y a priorizar la obra de su marido por encima de la suya propia. Su actividad pictórica quedó prácticamente abandonada hasta que en los años 90, más liberada de sus ocupaciones familiares, retoma la pintura y participa en diversas muestras colectivas, siempre vinculadas al grupo de los realistas madrileños. Así en 1992 participa en la muestra Otra Realidad. Compañeros en Madrid. En 2002 participó en la muestra Nocturnos  y Luz de la Mirada. Falleció en Madrid el 30 de enero de 2011 y  en  2016 su obra  intervino en el Museo Thyssen en la relevante muestra dedicada al grupo pintores y escultores realistas que habían vivido y trabajado en Madrid con el títuloː Realistas de Madrid.

 

Amalia Avia nació en Santa Cruz de la Zara, provincia de Toledo en 1930, trasladándose a Madrid donde se formó con el pintor Eduardo Peña e ingresando posteriormente en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde conoció al que después fue su marido, Lucio Muñoz, también artista y con quien se casó en 1960. La pareja  se compenetraba en lo artístico y en lo personal. Amalia, realista, y Lucio, abstracto, tenían estudios contiguos y fueron un apoyo el uno para el otro. A pesar de ser ambos grandes artistas, con estilos radicalmente distintos y nada comparables, Amalia siempre quedó relegada a la condición de “mujer del artista”, injusta etiqueta en la que el error es haber supuesto un genio por encima de otro. Casarse supuso quedar relegada al espacio doméstico donde intentó continuar trabajando aunque con una quietud tensa y  una languidez incómoda. Así se dedicó a pintar escenas donde se reflejaban las cargas de las tareas del hogar, quejándose en forma pictórica y manifestando su rebeldía al respecto. Pese a que su marido Lucio la ayudaba en las tareas, las la responsabilidad de la casa y el cuidado de la familia eran en exclusiva para ella de modo que tuvo que renunciar a su carrera profesional a la par que colaborar en potenciar la de su esposo, que, con un tiempo lineal dedicaba todo el tiempo que precisaba a pintar. La crianza de su hijo Diego le privó de dedicarle tiempo a su trabajo permaneciendo prácticamente doce años sin actividad teniendo que esperar a 1972 para exponer en la Galería Biosca dónde se presentó como una “pintora de ausencias” cuyos temas, tremendamente humanos, se inspiraron en plazas, tiendas, rincones y bodegones. Amalia pintaba lo que no podía fotografiar.

En 1978 se le concedió el premio Goya de la Villa de Madrid. En 1992 se celebró una gran exposición («Otra realidad. Compañeros en Madrid») sobre el grupo de amigos, tanto realistas como abstractos que surgió en torno a la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

En 1997 realizó una gran exposición antológica en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y se le concedió  la Medalla del Mérito Artístico de dicho  Ayuntamiento. En los años ochenta empieza a trabajar también en interiores. A su obra sobre tabla hay que añadir una larga trayectoria como grabadora.

En 2004 publica sus memorias De puertas adentro, con notable éxito en el mundo del arte.

Sobre su obra han escrito Camilo José Cela dijo de Amalia Avia que era la pintora de las ausencias, la amarga cronista del «por aquí pasó la vida marcando su amargura e inevitable huella de dolor».

Falleció el 30 de marzo de 2011 en Madrid. Hoy es recordada con un papel relegado como pintora componente del grupo “Realistas de Madrid”

Isabel Quintanilla, María Moreno, Esperanza Parada y Amalia Avia,  las Realistas de Madrid son un claro ejemplo de opacidad de lo femenino ante lo masculino, de la conversión de pintoras en musas, de la existencia del término “genio” y la inexistencia de “genia”, de la renuncia, la invisibilidad y el esclavismo a que hemos y estamos  sometidas las mujeres. Luces, sombras y estrellas fugaces que desaparecen ante la hegemonía masculina.

 

 

 

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Comentarios

  1. EstherTauroni Bernabeu, describe acertadamente que: “La necesidad de patriarcal de someter a la mujer para potenciar al varón satisfaciendo sus necesidades e impidiendo el crecimiento personal y profesional de ellas, pese a los logros conseguidos, continúa siendo una realidad que se traduce en barreras invisibles, pero con sólidos cimientos en nuestra sociedad y que prevalecen en la actualidad”. Pues la imposición cultural y educativa del transexual ecuménico perverso patriarcado es inamovible. Su hipócrita ecuménico milenario poder se adapta en los tiempos, hoy, en las antinomias derecha/izquierda/populista/sindical/liberalismo, pero rigurosamente machistas y vorazmente corruptas.
    EstherTauroni Bernabeu en sus expresiones “techo de cristal” , “suelo pegajoso” , “techo de cemento” y “techo de diamante” nos sitúa en el racionalismo que organiza el pensamiento del transexual ecuménico genocida perverso patriarcado, en el más riguroso sentido institucional de una realidad, que cubre la verdad del sometimiento de la mujer como mero objeto de uso.
    Por eso el sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es absolutamente la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
    Mi Femeninologia Ciencia de lo femenino es la serie de configuraciones que con mi conciencia voy recorriendo constituyendo, más bien, la historia que desarrollo en la formación de mi conceptualización. Es decir, una suerte de escepticismo consumado, que en realidad sería, el propósito de no rendirme, a la autoridad de los pensamientos de otro, sino de examinarlo todo por mí mismo ajustándome a mi propia convicción; o mejor aún, producirlo todo por mí mismo y considerar como verdadero tan solo lo que yo hago.
    *Hoy, como ese infante entre los 4 a 5 años adaptando mi pensar en la realidad, interpretando mi actividad onírica . . . . .
    Por Osvaldo Buscaya (Bya)
    (Psicoanalítico)
    Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
    Lo femenino es el camino
    Buenos Aires
    Argentina
    25/06/2019

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