Ha tenido que irrumpir violentamente nuestra Madre Tierra para recordarnos que existen límites a la estupidez humana, que se ha convertido en la especie más depredadora de las que habitan el planeta. Claro que la Naturaleza no discierne ni discrimina y tal vez se lleve por delante a quienes menos culpa tienen en todo este desastre, pero lo que ha provocado es un caos que sin duda buscará su camino hacia el equilibrio. Y esto del COVID-19 ha conseguido en muy poco tiempo limpiar la atmósfera, los mares, los ríos, tranquilizar los cielos de tanto tráfico y estelas basura y hasta permitir retozar a los cervatillos en las playas y a los jabalíes refocilarse en las urbanizaciones de lujo. Con todo, son muchas más cosas buenas las que tenemos que agradecer a este virus que apareció en la historia con la misión de pararla. Y entre estas bondades está la de mostrarnos los límites.
No sé si conocen a la economista Kate Raworth, pero se la recomiendo, una investigadora formada en Oxford, que tal vez les suene si la señalo con aquello de la “economía del donut” o de la rosquilla. Es tan simple su planteamiento que no se considera economista en el sentido más “cool” del término, sino que ella ve su concepto de la economía, no como ese complicadísimo tráfago de cifras y curvas en función de los beneficios, sino como la administración del “oikos”, hogar en griego, tal como un ama de casa dispone las entradas y los gastos según sus límites y las necesidades de cada uno de sus integrantes. Su punto de partida es que la Naturaleza es inherente a la economía, ya que el sistema de producción no puede ser ajeno a la salud ecológica y a la salud de la población, a sus recursos y sus límites. Sin embargo, quien manda en la economía actualmente es el PIB, el indicador del crecimiento, cuando lo que se debe primar, según el sentido común, no es el crecimiento, sino el progreso. El progreso humano.
El Producto Interior Bruto es el conjunto de bienes y servicios producidos por un país, normalmente en un año, traducidos monetariamente. Los bienes y servicios se expresan numéricamente para poder sumarse. La cantidad de barras de pan vendidas en un año se suman al beneficio de los “servicios sexuales”, contabilizado todo monetariamente, indiscriminadamente, así como los beneficios del tráfico de drogas o los gastos de un hospital. Este modo de medir la riqueza de un país ha sido confrontado hasta por el mismo inventor del concepto, Simon Kuztnes. Es absurdo medir así la riqueza, pero es al mismo tiempo un modo simple (y perverso) de medir el crecimiento económico, que entre los políticos despierta entusiasmos porque así pueden demostrar si son capaces de crecer y crecer sin tener en cuenta si ese crecimiento sirve para algo, salvo para engordar su vanidad, o para que los inversores o fondos buitres se fíen lo suficiente económicamente como para venir a desangrar el país. Sin embargo, estas cantidades no miden en absoluto las desigualdades. Si Bill Gates se fuera a vivir a un pueblo pequeño de la Mancha, de golpe todo el pueblo sería millonario en términos de PIB, por más que el resto de sus habitantes fueran miserables campesinos en el sentido económico. Pero, en el fondo, todo esto se fundamenta en un error, el error de creer que la economía de un país se basa en un crecimiento sostenible, cuando el crecimiento humano no radica en un guarismo, sino en un progreso en lo personal, en el bienestar, en la equidad, en la educación y la cultura como alimento espiritual. Lo de crecer indefinidamente sólo se le puede ocurrir a un imaginario patriarcal, que siempre necesita compararse y competir con otro. ¿Qué existe en la Naturaleza que pueda crecer indefinidamente? Se me ocurre una: el cáncer. Sólo el cáncer crece indefinidamente, y ya sabemos qué significa.
Me parece mucho más sensata la economía del donut propuesta por Kate Raworth, que consiste en algo de sentido común. En colaboración con la actual alcaldesa de Ámsterdam, Femke Halsema, se plantea comenzar a reestructurar la ciudad según esta economía “donutsiana”, la misma alcaldesa que apoyó la prostitución como un trabajo y que ahora se plantea cerrar el famoso Barrio Rojo, pues como dice – ¿qué esperaba, que todas fueran “belle de jour”? – “La mayoría de estas mujeres son pobres, extranjeras y resultan muy humilladas. Yo, como mujer, no puedo tolerarlo”. Vaya, habrá que esperar a tener muchas dirigentes mujeres para erradicar semejante pandemia de “puteros por el mundo”. El reto, a nivel local y global, es llevar a las personas al espacio seguro del donut, en el que por debajo de la primera circunferencia (comenzando desde dentro) están las carencias, en las que nadie debe vivir, y por encima del segundo círculo están los excesos que destruyen el planeta, sus recursos y la salud de sus habitantes. El espacio de vida, por tanto, de nuestro hogar en la Tierra, es el espacio del donut, por encima de las carencias y por debajo de los excesos. Como afirma Raworth, “la OCDE ha hecho clasificaciones desde 1960 para incentivar la competitividad y seguir creciendo. Se ha utilizado para justificar desigualdades extremas de renta y la destrucción del medio natural”.
Si algo debiera de cambiar tras la pandemia es que esos señores multimillonarios que salen en las portadas del Forbes no sean considerados dignos de admiración, sino enemigos de la humanidad, ya que son los que provocan que miles y millones de personas vivan instaladas en la carencia, al mismo tiempo que los desequilibrios provocados en el planeta por su ambición desmedida sean reconocidos como crímenes contra la humanidad, ya que nos pueden llevar a la extinción. El crecimiento de su riqueza es un crecimiento cancerígeno. Y, por cierto, ¿para cuando el delito de ambición? No es odio todo lo que reluce. Ya va siendo hora de que el sentido común femenino se imponga y administre el mundo, los países y las ciudades como si de un hogar se tratara. En esto tenemos mucha experiencia. Frente a esa estructural locura económica patriarcal, cualquier propuesta de sentido común resulta de lo más genial y creativa. O sea, que a tener ideas geniales para la salida de la pandemia. Es muy fácil, se trata sólo de pensar con dos dedos de frente.