La dictadura de la purpurina

Susana Rioseras
Susana Rioseras
Docente de Artes plásticas y diseño
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Estos días, aún con la resaca mediática de la ceremonia de los Premios Anuales de la Academia, los Goya, llevamos observando a la prensa rosa, amarilla y del resto de tonos, centrándose en llenar las paginas de los grandes medios escritos, con frívolos análisis más de “forma” que de “fondo” del evento.

A estas alturas de siglo XXI, los medios de opinión, se empeñan en “vendernos” como transgresor, el hecho de, que para dicha  gala, una productora, a la hora de promocionar su película La piedad, invierta fondos e imaginación en presentar a su actor principal con un espléndido vestido de silueta crinolina o miriñaque adornado con unos lazos rosas enormes, al más puro estilo de la emperatriz Eugenia de Montijo, durante el Segundo Imperio francés.

Estilismo que a mi, sincera y personalmente, me parece acertado, sino fuese por la descarada intencionalidad supuestamente transgresora, de que se quiere dotar al hecho en sí; el cual, sino surge el efecto inmediato deseado, se magnifica y amplifica machaconamente a posteriori durante días, por nuestros medios.

 A lo largo de mis más de 15 años ya, de profesora impartiendo asignaturas como Historia del diseño de moda, en las Enseñanzas Artísticas Superiores (nivel Grado) de la misma especialidad, llevo y llevamos  observando en equipo, ya desde hace mucho tiempo, cómo parte de nuestro alumnado varón (siempre en porcentaje minoritario en estos estudios),  utiliza tacones de aguja y ropa identificada como femenina, no solo de fiesta, sino para venir a clase todos los días. Hecho visto como algo habitual, que tenemos más que asimilado y naturalizado en estos últimos tiempos en nuestro contexto.

Incluso contamos con ex alumnado, muy reseñable, que han volcado su enorme talento, ya como diseñadores profesionales, en la alta costura historicista de estilo femenino, destinada precisamente para un target de moda masculina actual, dentro de lo que se conoce como moda sin genero o genderless (tendencia de la que también podríamos matizar muchas cuestiones).

En los años 80 y 90, también por aquí, jóvenes de ambos sexos sin tanta diferencia inducida estética de genero como hoy, nos dejábamos crestas de colores, mientras Vivienne Westwood se convertía en la diseñadora de moda británica considerada como la precursora de la estética punk New Wave, comercializada como alta costura, hasta el día de hoy.

Igualmente nuestras generaciones desde los años 70, vivimos muy de cerca, con la mayor normalidad, esa “revolución” hoy genderless, entonces de la mano de Annie Lenox, Prince, Freddie Mercury, Boy George…, y un largo etcétera de admiradas estrellas musicales y mediáticas de ambos sexos del momento.

Unas y otras formas de ayer y hoy, cuando no van más allá de la apariencia en el vestir, siguen siendo creativas  transgresiones “de postal”,  rupturas aparentes que por gran valor innovador y creativo que contengan e incluso provocador en su momento, no transforman de fondo, ni revolucionan la férrea base del sistema  opresor de genero, ni de clase, ni económico…, ni política, ni real, ni materialmente, más allá de lo identitario, contracultural, artístico y tristemente comercial  (que no es poco, por supuesto).

Pero de ahí a “vendernos” estas, en ocasiones, meras estrategias publicitarias, como algo “mega revolucionario”, rupturista  o “super novedoso”, a estas alturas, es un verdadero despropósito; puesto que configuran  dinámicas, que al ser apropiadas e incluso lanzadas  ya, desde, y por  la propia cultura de consumo inmersa en la sociedad patriarcal institucionalizada, no solo no transgreden, sino que se aplican histórica y reiteradamente para blindar y asentar lo establecido, disfrazándolo de constante novedad provocadora, que es lo que requiere este insaciable mercado devorador de tendencias en el actual capitalismo.

Paradójicamente, en un momento en el que una sexóloga “experta”, en horario prime time de programación infantil Clan TV de la Televisión Pública estatal, afirme literalmente en su MasterClass ante niñas y niños : «- Cómo nos vestimos, cómo nos expresamos y los gestos que hacemos, determina el sexo del que somos»;  reactivando de forma perversa, el neurosexismo más rancio, hace mucho tiempo ya, descartado científicamente, de cerebros rosas y azules, en base, parece, a los estereotipos y mandatos de género, impuestos en parte, a través de la vestimenta actual y la interactuación con ella, de niños, niñas y jóvenes.

Y ahí está el problema, una vez más.

La Historia de la Moda, como el sistema socio-económico que hoy conocemos, (los periodos anteriores se suelen denominar ”Historia del vestido o de la indumentaria”), en su evolución como tal,  a partir de la ilustración,  su conformación en  las llamadas  sociedades modernas industrializadas, pasando por los avatares del siglo XX, con la sociedad de consumo y la llegada del Prêt-à-porter, hasta hoy…,  como toda expresión artística y creativa, es una continua  búsqueda rupturista con “lo anterior”, muy condicionada siempre, por la situación cultural y especialmente político-social y económica de cada momento.

Cada nueva corriente dentro de la historia de la moda impuesta en su contexto, especialmente desde el pasado siglo XX, ha conllevado una reacción cada vez más inmediata y muy contrastada con la anterior,  por lo que su dinámica,  siempre ha sido en cierto modo  “trasgresora” -que no siempre liberalizadora-, incluso dentro de ese intento de cuestionamiento critico de la dicotomía de genero, pero sin lograr alterar sustancialmente la jerarquía sexual, ni el férreo sistema patriarcal opresor para las mujeres, e incluso en ocasiones, como en los últimos tiempos, incrementando su despotismo sexista y generista.

Por eso hacer, en parte, de la interpretación comercial o personal de la hipersexualizada moda actual, la base de una supuesta “identidad de género” para la infancia, mezclada intencionada y confusamente con conceptos como “expresión de género”, “identidad sexual”, “orientación sexual”, etc., con reconocimiento jurídico sentido incluido, como se está pretendiendo, es una aberración por completo, se mire como se mire.

Fue precisamente en la moda masculina de la Europa occidental de 1650-1700

con Luis XIV de Francia, como mayor influencia del momento, cuando los hombres poderosos utilizaban profusamente pelucas, ortopedias corporales, tacones, adornos y todo tipo de ornamentos en su vestuario, de forma aún más acusada que las mujeres, no solo sin renegar de su sexo y poder, sino afianzándolo.

Por no mencionar la ardua lucha histórica, que acometieron de nuevo, las mujeres de nuestros entornos, a finales del siglo XIX, por poder vestir calzones, pantalones o los llamados bloomers por la feminista norteamericana Amelia Jenks Bloomer, que simplemente les permitieran andar en bici.

Ejemplo claro, es la vida de Marie-Rosalie Bonheur, cuyo gran reconocimiento artístico en esa segunda mitad del siglo XIX en Francia, no le evitó tener que someterse a solicitar constantemente informes médicos renovables (completamente paternalistas y patologizantes) que le autorizasen legalmente a vestir pantalones, para poder acudir con comodidad a las ferias de ganado y a los contextos que necesitaba, para pintar sus majestuosos animales, que hoy seguimos disfrutando en las paredes del Museo d´Orsay, a espera de su  inclusión en los currículos de enseñanza artística.

Como tampoco fueron personalmente Coco Chanel o Paul Poiret , quienes ya en el siglo XX, eliminarían el corsé, sino hubiera sido por el imperativo forzado con la irrupción de la Primera Guerra Mundial de la necesidad, dada la incorporación de las mujeres a trabajos de fuerza considerados masculinos, para cubrir la masiva ausencia en ciudades y pueblos de millones de hombres matándose en los frentes, teniendo lógicamente, que llevar ropa más cómoda, que no les aplastará el plexo solar, entre otras limitaciones a la libertad de movimientos.

Al igual que de la mano de Christian Dior, como su  línea «Corolle» presentada en Paris en 1948, (una línea de nuevo ultra femenina que volvía a la histórica “silueta  princesa” de cintura marcada y amplia falda, tras las maravillosas siluetas femeninas –mucho menos sexualizadas- de Balenciaga), pasó a ser rebautizada por Claire Snow, la editora de la revista Harper´s Bazaar, como New Look para lanzarla al mercado internacional.

En esa época todo “se lanzaba” como  “New”, para esa incipiente sociedad de consumo. Tras la II G.M., el imperativo de las propias políticas conservadoras marcadas para el mundo occidental desde EEUU, consistía en la necesidad de volver a “meter” en casa a las mujeres, muchas también trabajadoras de oficinas y fabricas, algunas factorías pesadas y de armamento, durante la época de contienda (como la forzuda Rosie la remachadora, del mítico cartel). Desde el poder tras la guerra, impusieron reactivar la familia tradicional, a través de las poses de felices mujeres en “sus cocinas”, con sus new looks y modernos electrodomésticos, haciendo cupcakes, época prolongada hasta ese «problema que no tiene nombre» relatado por  Betty Friedan en su Mística de la feminidad del año 1963.

Así vemos como ya a mediados del siglo XX, se gestó esa moda cada vez más acentuada de la diferencia sexual, que volviese a la imposición de la hiper feminidad como tendencia (silueta ajustada de cintura y pecho marcado, neo corsés, faldas al vuelo… y demás tiránicos mandatos estéticos para la mujer moderna). Hoy nos vuelven a vender la hipersexualización femenina, que siempre ha estado ahí, como un eficaz recurso en épocas de crisis para anular los derechos de las mujeres y volver a limitar su autonomía, con esa dictadura de la belleza y la cosificación sexual, que tan bien nos describe  Naomi Wolf en su libro El mito de la belleza, ya a principios de los años 90.

Vemos una y otra vez cómo en estos momentos históricos de crisis y necesidad de profundos reajustes estructurales y económicos globales, cuando las mujeres reivindican o han alcanzado ciertas cotas de autonomía y derechos, se activa entre otras, la tendencia estética  “hiper femenina”,  para volver  a socializar en el sometimiento a las mujeres y niñas, en  la sumisión como adorno, a la cosificación sexual de volver a ser un objeto de uso y disfrute masculino.

En los 70 también existe la idea de que la minifalda  implantada por André Courrèges en Francia y Mary Quant en la moda británica, respectivamente, suponía una transgresión de empoderamiento femenino, cuando lo que había precisamente era la necesidad de vender productos confeccionados con nuevos materiales como eran los pantys de forma masiva a las mujeres,  y sobre todo, a nivel social, dar una imagen de la mujer liberada, acorde con esa supuesta revolución sexual que el patriarcado vendió a las mujeres de nuevo como empoderamiento, y que el feminismo se encargó de desmontar en sus respectivas olas de los diferentes contextos.

Estos y otros tantos innumerables ejemplos que podríamos mencionar, evidencian, que hoy, en pleno siglo XXI , el que un actor joven se presente en una gala cinematográfica con un glamuroso vestido historicista considerado femenino,  o que una actriz vista de smoking en una alfombra roja, en plena ofensiva generista, no es trasgresor en absoluto.

Aunque nos guste como excepción a la regla, lo que no es aceptable, y desde el feminismo se lleva tiempo denunciando, es que el posmodernismo más neoliberal nos continúe “vendiendo” empoderamiento, diversidad y “revolución” de pose y de focos, cuando lo que se impone  de forma férrea es, paradójicamente, el adoctrinamiento sexista a través del cual, la infancia y juventud debe rechazar su cuerpo, si no se somete a los cada vez más déspotas y superficiales mandatos y estereotipos hipersexualizados de género.

Mientras este febrero de 2022, nos despertamos, en este país, con asesinatos machistas de niñas   adolescentes (dos estos días) y los “negacionistas” de la violencia contra mujeres, acceden a mayores cotas de poder.

 

 

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