Hacia la abolición del sistema prostitucional: #LOASP

Jessica Lara
Jessica Larahttp://jessicalara.es/
Periodista y activista feminista. Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos.
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Las feministas somos abolicionistas, valga la redundancia como diría la jurista Paula Fraga. ¿Y por qué abolicionistas? La periodista Kajsa Ekis Ekman cuenta en su libro El ser y la mercancía que «los oponentes de la prostitución se denominan “abolicionistas”, a la usanza del movimiento decimonónico de abolición de la esclavitud. Sin embargo, los que quieren mantener la prostitución no se denominan partidarios de la prostitución, sino “antiabolicionistas”. No tienen el valor de decir que están a favor de la prostitución, sencillamente están en contra de los oponentes. Es interesante resaltar que los partidarios de la esclavitud empleaban exactamente el mismo término: antiabolicionismo».

En el momento actual medios de comunicación sin el más mínimo rigor lanzan el mantra de que el feminismo está dividido y uno de los motivos de esa escisión al parecer se encuentra en la forma de abordar la prostitución. Aquí de nuevo estamos las abolicionistas y quienes se oponen al abolicionismo enarbolando una bandera a la que llaman “pro derechos” y que ondean junto al oxímoron de “trabajo sexual”.

El presente se nutre del pasado y en el feminismo es imprescindible tener memoria, mirar hacia atrás para recuperar la genealogía que nos hace estar aquí, con lo conseguido gracias a la fuerza de la vindicación que nuestras predecesoras llevaron hasta el final con todas las consecuencias. Por ellas y por nosotras mismas caminamos hacia la abolición del sistema prostitucional.

Abolir la prostitución es una cuestión de derechos humanos; algo que no admite discusión si nos enorgullecemos de esa foto de Eleanor Roosevelt portando el texto de la Declaración de los Derechos Humanos. O quizás esto es sólo para los varones al igual que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que tuvo que reformular Olimpia de Gouges tras la Revolución Francesa; o el sufragio femenino, por el que peleó Clara Campoamor ya que mucho disertar sobre el progreso en la Segunda República Española, pero esos diputados progresistas querían dejar fuera a la mitad de la humanidad. Por lo tanto, no se puede hablar de derechos humanos si se legitima desde el Estado que una mitad de su población (los varones) puedan disponer de los cuerpos de la otra mitad (las mujeres) para usarlos sexualmente mientras otro grupo de individuos se lucra y se los proporcionan a través de una serie de mecanismos donde se van a imponer discursos a la altura del capitalismo neoliberal para trasladar la responsabilidad a las mujeres bajo el mito de la libre elección.

El feminismo es abolicionista y sólo hay que hacer un recorrido por su historia de tres siglos para traer lo que exponían referentes feministas en esta cuestión.

Empezando por el principio encontramos a Josephine Butler, quien mantenía que la prostitución es una contemporánea forma de esclavitud llevando a cabo una lucha que sirvió de inspiración a la Convención de 1949 para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena adoptada por las Naciones Unidas, tal como recoge la presidenta del MAPP (Movimiento por la Abolición de la Prostitución y la Pornografía), Malka Marcovich.

Leer acerca de Josephine Butler despierta admiración y aquí hallamos esa genealogía al corroborar cómo el abolicionismo plasmado en la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional, un trabajo elaborado por la Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prostitución (PAP) y presentado ya en el Ministerio de Igualdad, incorpora como punto clave algo que ya promovía Butler en el siglo XIX: poner el foco en la demanda de la prostitución. Pero, ¿quién fue Josephine Butler y qué hizo por las mujeres?

La socióloga Kathleen Barry en su libro Esclavitud sexual de la mujer dedica un capítulo para hablar de «una dama victoriana de clase media que ya trabajaba, por cuenta propia, en rescatar jovencitas y mujeres de la prostitución en los muelles» y «en defensa de las mujeres más oprimidas y explotadas exigía un cambio de valores que no era nada menos que una revolución feminista»; lo titula Josephine Buter: la primera ola de protesta.

La lucha abolicionista empezó en el siglo XIX y fue la abolición de la esclavitud lo que llevó a Josephine Butler a preguntarse qué pasaba con esta contemporánea forma de esclavitud. El sistema reglamentarista figuraba como un mecanismo para controlar las enfermedades venéreas, como un método de “desagüe” para esa supuesta sexualidad irreprimible de los varones. Cuenta Barry que todo comenzó en 1798 bajo el mandato de Napoleón donde médicos privados examinaban a mujeres prostituidas en Francia, siendo en 1802 cuando la policía las registraba a todas ellas sometiéndolas a exámenes periódicos. El inicio tuvo lugar en Francia y Alemania y a partir de ahí la reglamentación se extendió por Europa. En Gran Bretaña llegó a través de lo que se llamó Leyes de Enfermedades Contagiosas en 1864 y 1869. Estas leyes hacían que la policía determinase quién podía ser prostituta, someter a las mujeres a dolorosos exámenes médicos y quedar fichadas por dicha policía.

Butler se oponía a las leyes de enfermedades contagiosas puesto que «formalizaban y legalizaban la esclavitud sexual de las mujeres. Las leyes establecían que, para proteger la salud de los militares, se sometería a un examen quirúrgico a cualquier mujer identificada como prostituta por la policía especial encargada de vigilar la ‘Moral Pública’ […] Si en la revisión una mujer resultaba estar libre de enfermedades venéreas, quedaba inscrita oficialmente en un registro y se entregaba un certificado que la identificaba como prostituta sana».

Butler situaba la responsabilidad en los hombres como compradores de prostitución, cuestionando esa sexualidad difícil de reprimir e inició lo que ella llamó “la gran cruzada” para acabar con el sistema reglamentarista de la prostitución; publicó un manifiesto contra estas leyes cuya acción encontró adhesiones que ayudaron a ponerle fin en 1886.

Malka Marcovich analiza en la Guía de la Convención de la ONU de 1949 la trayectoria de Josephine Butler y cómo el movimiento abolicionista obtuvo victorias llevando a gobiernos y a asociaciones a establecer la conexión entre trata, prostitución y pornografía. Fueron investigaciones emprendidas por la Sociedad de Naciones las que demostraron que tanto la existencia de burdeles como la reglamentación propiciaban la trata. Por lo tanto, esta convención une de manera inexorable prostitución y trata y se constituye como un instrumento internacional sobre Derechos Humanos.

El abolicionismo de Josephine Butler también llegó al movimiento sufragista y su activismo fue reivindicado por Sylvia Pankhurst, tal como lo documenta la investigadora Eva Palomo Cermeño en una rigurosa investigación en su libro Sylvia Pankhurst, Sufragista y socialista: «Josephine Butler, elegida Ladies’ National Association for the Repeal of the Contagious Diseases Acts (LNA) en 1869, fue considerada por las sufragistas como la ‘gran madre del feminismo moderno’. Su contribución principal, además de la de visibilizar a la mujer como sujeto político, fue la de abordar el tema de la prostitución desde una perspectiva de género, desafiando el tabú victoriano que imponía un ‘pacto de silencio’ sobre todo lo relativo a la sexualidad». Tanto Butler como las sufragistas denunciaban la doble moral, la posición de privilegio de los varones y el tabú de la sexualidad: «Christabel Pankhurst explicó la prostitución como una manifestación de la sujeción de las mujeres y defendió la idea de que los sexos no podrían tener una buena relación mientras las mujeres permaneciesen en una situación de desigualdad económica y política. Era necesario que los hombres contemplasen a las mujeres como iguales».

Como la genealogía está presente es crucial mencionar a Alexandra Kollontai cuya obra, como cita Eva Palomo, también influyó en el pensamiento de Sylvia Pankhurst.

En 1921 Alexandra Kollontai ofrece un Discurso en la Tercera Conferencia de Dirigentes de los Departamentos Regionales de la Mujer de toda Rusia con el título La prostitución y cómo combatirla, editado en el libro Mujer y Lucha de clases. Destaco estas palabras: «Un hombre que compra los favores de una mujer no la ve como una camarada o como una persona con iguales derechos. Ve a la mujer como dependiente de él mismo y como una criatura desigual de rango inferior que es inservible al Estado de los trabajadores. El desprecio que tiene por las prostitutas, cuyos favores ha comprado, afecta en su actitud hacia todas las mujeres. El desarrollo de la prostitución, lejos de permitir el incremento del sentimiento de camaradería y de la solidaridad, fortalece la desigualdad de las relaciones entre los sexos».

En los comienzos del abolicionismo tiene que estar Flora Tristán, de quien cuenta la biógrafa Evelyne  Bloch- Dano que no duda en transitar lugares peligrosos en las callejuelas de Whitechapel para quedar afectada al ver a las chicas desnudas abordadas por hombres en el barrio donde creció. Ella supo que lo que veía respondía a la desigualdad. En el pasaje Mujeres públicas (Paseos en Londres, 1840) recopilado en una antología editada por las filósofas Ana de Miguel y Rosalía Romero leemos: «La prostitución es la más horrorosa de las plagas que produce la desigual repartición de los bienes de este mundo. Esta infamia marchita la especie humana y atenta contra la organización social más que el crimen. Los prejuicios, la miseria y la esclavitud combinan sus funestos efectos para producir esta sublevante degradación».

Y en estos momentos donde los medios de comunicación referidos al principio y en su gran mayoría, que no tienen clara la diferencia entre sexo y género y que tienden a alinearse con aquellos sistemas que intentan coartar la emancipación de las mujeres, quiero traer a una periodista como Carmen de Burgos para que sirva de guía, y que como introduce Mercedes Gómez Blesa en el ensayo La mujer moderna y sus derechos (1927), este libro es un anticipo de El segundo sexo (1949) al considerar el género una construcción social y cultural. Esto opinaba Carmen de Burgos acerca de la prostitución: «…La reglamentación sigue existiendo y las mujeres todas humilladas por ella. Con la complicidad del Estado hay una categoría de mujeres, verdaderas esclavas, mientras que el hombre goza de seguridad e irresponsabilidad en el vicio. Se hacen pesar sobre la mujer sola las consecuencias de un acto cometido en común».

Hay una tendencia a tergiversar el pensamiento de algunas autoras para acomodarlo a un discurso complaciente con el orden patriarcal unido al capitalismo neoliberal y este revisionismo torticero es activado por personas que se erigen como líderes de la izquierda. Puede que algunas feministas cuando hablaban de la prostitución no utilizasen el término “abolicionista”, pero está claro que su argumentario y sus acciones iban encaminadas a liberar a las mujeres de lo que consideraban una esclavitud. A través de la filósofa Laura Vicente conocemos a las integrantes de la organización anarquista Mujeres Libres (Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Posh y Gascón) que entendieron que tenían que separar sus reivindicaciones de la lucha obrera y que las mujeres prostituidas eran hijas del pueblo, de la pobreza, de la miseria y del paro. Pusieron en marcha los liberatorios de la prostitución  y esto declaraban al respecto: «La empresa más urgente a realizar en la nueva estructura social es la de suprimir la prostitución. Antes que ocuparnos de la economía o de la enseñanza, desde ahora mismo, en plena lucha antifascista aún, tenemos que acabar radicalmente con esta degradación social. No podemos pensar en la producción, en el trabajo, en ninguna clase de justicia, mientras quede en pie la mayor de las esclavitudes: que incapacita para todo vivir digno. Que no se reconozca la decencia de ninguna mujer mientras no podamos atribuírnosla todas. No hay señora de tal, hermana de tal, compañera de tal, mientras exista una prostituta».

La abolición de la prostitución también adquirió protagonismo en la Segunda República Española, pero eso es algo que no quieren reconocer quienes veneran a Clara Campoamor cuando llega su aniversario. La diputada luchó por el voto para las mujeres y también para acabar con la prostitución ya que pensaba que «las casas de prostitución reglamentadas por el Estado son los centros de la trata de blancas». Consiguió que se suprimiese la prostitución reglamentada por decreto en 1935 (dejo un artículo que lo trata con más detalle).

más de 150 asociaciones feministas apoyan la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional que será exigida en una manifestación abolicionista este sábado 28 de mayo en Madrid.

A lo largo de estas líneas he destacado a algunas figuras claves para saber de dónde venimos y qué nos conduce al presente. Y en este presente más de 150 asociaciones feministas apoyan la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional que será exigida en una manifestación abolicionista este sábado 28 de mayo en Madrid. Se trata de una ley feminista, ya que desde el feminismo sólo puede darse un posicionamiento que es el de la paz de las mujeres como refleja la ley pionera de Suecia de 1999 o modelo nórdico y a la que siguió Francia en 2016. Tenemos historia y observatorios para conocer qué lugar tienen las mujeres bajo los distintos sistemas de prostitución en sociedades democráticas que presumen de construir su Constitución nutriéndose de una carta de Derechos Humanos. Y sobre todo para decidir dónde queremos estar. Tal como queda registrado por la PAP (aquí podéis consultar toda la información) la #LOASP tiene tres ejes centrales que reproduzco a continuación:

  • Garantizar a las mujeres en situación de prostitución, con independencia de su origen o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, los derechos y recursos necesarios para su protección, atención y reparación integral.
  • El desmantelamiento de la industria de explotación sexual y de las actividades de los proxenetas que, con medios coercitivos o por mero ánimo de lucro, intervienen o median en la prostitución ajena en beneficio o provecho propio.
  • La desactivación de la demanda de prostitución por construir la misma un elemento esencial y clave para la pervivencia de esta forma de violencia y explotación.

Quienes se oponen al abolicionismo arguyen que abolir la prostitución es una utopía, algo irrealizable y que por ello la solución está en que la esclavitud sea menos esclavitud, cuando sabemos que no hay derechos humanos a medias porque los derechos humanos son universales, inalienables e intransferibles; y que de haber pensado eso hace siglos no estaríamos hablando ahora de ellos. Las abolicionistas creemos que es posible y que el único camino es ir hacia la abolición del sistema prostitucional, aun sabiendo el poder que hay detrás para que caiga esta estructura criminal. Y junto a un sólido argumentario que hemos ido construyendo también brilla la esperanza. Termino con ella, con la esperanza, a través de Kathleen Barry:

«Mientras que la dominación produce desesperación, la lucha por la liberación es un acto de esperanza. La esperanza hace añicos la convicción de que la dominación es inevitable, especialmente en el caso de la explotación sexual, en particular en lo que se refiere a la prostitución».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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