No creo que haya demasiadas discrepancias respecto a que Irene Montero sea la peor ministra de esta legislatura y de seguramente, unas cuantas más. Habría que compararla a Wert (de la LOMLOE posterior es mejor no hablar) o Gallardón para encontrar figuras similares. Similares, al menos, en cuanto a su resistencia en el cargo pese a concitar el disgusto y la crítica prácticamente unánime de propios y extraños. Puede incluso que para el gobierno de coalición sea un lastre aún mayor que los citados, cuya gestión, por cierto, no pudo ser más lamentable y contestada.
Irene Montero tiene el mérito de haber llegado a un ministerio sin experiencia política previa y sin formación alguna en la materia de su cartera. En aquella formación de Gobierno, de la que hoy parece que hayan pasado siglos, muchas confiamos en que el PSOE no se deshiciera de su autoridad en política feminista y en ningún caso entregara la cartera de igualdad a la formación morada, no porque piense, en absoluto, que el feminismo sea patrimonio exclusivo del PSOE, pues el feminismo desborda las siglas y la política institucional, sino porque tan cierto como eso es que legislando en esta materia, los socialistas han demostrado eficacia y solvencia, tal vez con muchos “peros” y poca ambición en asuntos como combatir la demanda de prostitución y pornografía o impedir que los ciudadanos residentes en España acudan al extranjero a explotar reproductivamente a mujeres y puedan regresar con la persona menor traficada con plena impunidad, siendo considerados sus padres a todos los efectos. Pero, en fin, suyos han sido muchos los aciertos legislativos feministas.
Lo cierto, con todo, es que si el horizonte abolicionista siempre quedaba más lejos de lo recomendable al PSOE, Podemos le ha dado una patada para que al Gobierno de coalición ni siquiera lo atisbe, por más que enreden con una supuesta ley abolicionista que no es tal, sino un remiendo que reintroduce la tercería locativa en el Código Penal, excluida, cierto es, por otro gobierno socialista en 1995. Mientras, se desoyen las proposiciones de ley de agrupaciones feministas que no se conforman con un parche sino con una política abolicionista integral, que erradique la prostitución en tanto realidad inescindible de la trata.
En tal asunto, Montero se declara abolicionista, pero no quiere saber nada de políticas efectivas e integrales al respecto. Considera, por plena ineptitud y analfabetismo en lo que se refiere a la teoría y al movimiento feminista, que el de la prostitución es un debate abierto tanto en el seno de la izquierda como en el del feminismo. Sin embargo, no hay socialista, comunista, anarquista o feminista que no se declare abolicionista en todo el siglo XIX y XX. Lo mismo ocurre en el actual, con la precaución de tomar consciencia que las maniobras de entrismo -postmodernidad mediante- libran una batalla sin cuartel por carcomer a estos movimientos por dentro, por lo que no se encuentran pocos indeseables que, enarbolando dichas banderas, defienden prácticas de explotación como la citada.
Capítulo a parte merecería el empeño de la ministra por sacar adelante la llamada ley trans y LGTBI que, sin ampliar un solo derecho a las personas asfixiantemente agrupadas en esa sopa de letras sin sentido, impone una ley mordaza sin precedentes a cualquiera que defienda el conocimiento científico, materialista y racional. Su homofobia y particular misoginia espanta tanto como para que todo el feminismo, to-do, sin excepción, lleve cerca de cuatro años levantado contra esta regresión sin precedentes, en la que no abundo aquí porque se cuentan por cientos los libros, artículos académicos y divulgativos, conferencias, debates, coloquios y manifiestos que advierten de esta reacción misógina encabezada por la ministra de Igualdad y aplaudida y apoyada sin reservas por el presidente del Gobierno.
No es necesario que recuerde lo que ha significado la ley del “Sólo sí es sí”, reducida a un eslogan tan simplista, reduccionista y vacío como la ley misma. Es sencillamente una humillación a la democracia y un insulto a la inteligencia que una ley nacida al calor de un caso aberrante de violación grupal para evitar la ínfima condena que implicó para sus perpetradores sirva apenas un mes después de aprobarse para la excarcelación de varios agresores sexuales y violadores y la revisión a la baja de más de un centenar de condenas que cada semana se duplican, suponiendo una burla a sus víctimas.
Lo peor no es que la ley sea un trabajo prescolar y chapucero de cuyo perjuicio han advertido desde su primer borrador asociaciones feministas, juristas y todos los profesionales implicados que, desde los más conservadores a los más progresistas, llevan semanas pidiendo la dimisión de la ministra. Lo peor es que el Gobierno, a día de hoy sigue sin rectificar y reformar la ley, todo por dar gusto a una ministra inculta, anti intelectual e incompetente más centrada en su lucro y promoción personal que en cumplir las labores del cargo con eficacia y dignidad.
La señora ministra Irene Montero representa lo peor de la política. Ha hecho del Ministerio su cortijo particular, desde donde dictar leyes estrambóticas, socialmente inútiles, políticamente vacías y jurídicamente nefastas.
La señora ministra Irene Montero representa lo peor de la política. Ha hecho del Ministerio su cortijo particular, desde donde dictar leyes estrambóticas, socialmente inútiles, políticamente vacías y jurídicamente nefastas. Ha hecho buena la consideración rancia y misógina de que su ministerio (Matizo: ahora, por estar a su servicio y por haberse rodeado de otras igualmente iletrada, frívolas y superficiales) es prescindible y que de él no surgen sino chirigotadas elevadas a la categoría de ley. Lo mismo en él recibe a colectivos “no binarios” que a hombres homófobos con vestimenta sadomasoquista en supuesta representación de un colectivo. Pasará a la historia por haber sido la peor ministra de la democracia (y suerte tiene de que nuestro desmemoriado país entienda por tal el arreglo sucedido desde la transición. Si se comparase con la talla de algunas políticas de la República, no habría en este mundo agujero suficientemente profundo donde debiera esconderse).
Lo peor, con todo, de esta legislatura, serán las siguientes. Han hecho, no sólo la ministra sino la formación que dirige, un circo tanto del Congreso como del Gobierno mismo. Han vuelto zafias las instituciones, con una exaltación del irracionalismo y del desprecio al saber, al rigor y a la eficacia de la política digna de tiempos oscuros, promoviendo una reacción conservadora sin precedentes. La misma culpa tiene el Presidente del Gobierno, por elevarla a Ministra el primer día y por no cesarla el segundo ni en todos los siguientes. Montero ha desprestigiado el feminismo, ha impedido hacer políticas de igualdad y ha complicado que las instituciones, en el corto y medio plazo, vuelvan a ser útiles y serias en nuestra tarea más grave: lograr la igualdad entre los sexos. “Que nadie entre sin saber geometría (o matemáticas, según las traducciones)” rezaba el lema inscrito en la entrada a la Academia de Platón. “Qué nadie entre sin saber siquiera un poco de algo de lo que aquí se dirime” debería figurar en la entrada de cada Ministerio. Si se obedeciera tal máxima, el de Igualdad quedaría desierto.