“Dejar de patologizar” es una frase que últimamente se escucha y lee mucho a raíz de los debates surgidos en torno a la nueva Ley Trans, aprobada recientemente por el Gobierno. Es una frase recurrente y que zanja debates, ¿quien quiere ser acusada de ir endosando enfermedades por ahí a personas perfectamente sanas? Y más teniendo en cuenta, por un lado, la carga negativa que deja entrever esa frase y por otro, que produce el efecto contrario al que en un principio se busca ya que en vez de ayudar a capacitar y empoderar a las personas con una patología, las estigmatiza y deja desprotegidas. Parece que el enfermo lo es porque quiere, y basta con dejar de “patologizar” para curar.
La frase de por sí es torticera, pero más aún si tenemos en cuenta que los malestares, dolencias y enfermedades existen, afectan y provocan sufrimiento. No por negar que existen van a desaparecer. Y negando su existencia lo único que hacemos es desproteger y desatender a las personas que los padecen.
El problema no es patologizar, entendiendo esto como aceptar que existe algo que nos provoca sufrimiento. El problema es la respuesta que se le da al malestar y que puede llevar a la cronificación del mismo. Y aquí está el eje principal de la demanda de los colectivos que luchan por un cambio de paradigma en salud mental. No en negar la existencia de los malestares, porque estos existen y hay que acompañar a las personas en el arduo camino de entender que está pasando y qué pueden hacer por mejorar. Sino a no cronificar aún más las dolencias, que siendo abordadas de otro modo, quizá tendrían un menor recorrido o por lo menos un menor impacto en la vida de la persona afectada.
Aquí es donde debemos poner el foco, en la cronificación, porque la patologización es una farsa, un discurso manipulador para hacernos olvidar que las personas que se acercan a los diferentes servicios dirigidos a personas con disforia de género de sus comunidades autónomas lo hacen porque están sufriendo, y están sufriendo no porque nos lo inventemos las feministas empeñadas en crear enfermedades, sino porque el género les provoca malestar. Y la respuesta que le demos a este malestar es la que va a producir pacientes cronificados o personas sanas y libres, y ¿qué tipo de respuesta le interesará más al lobby farmaceútico? Sin duda la primera ¿no?.
¿Qué cronifica más? ¿Tomar medicación y someterse a agresivos tratamientos quirúrgicos que probablemente conlleven otros problemas de salud asociados que te convertirán en paciente de por vida? ¿O recibir un acompañamiento que indague en los motivos del malestar e intente ofrecer recursos propios para hacerle frente, y así en el futuro dejar de necesitar este apoyo?
Da la sensación que lo que patologiza es el acompañamiento profesional por parte de personas psicólogas o psiquiatras, si el que te visita es el médico o el cirujano, eso no es enfermedad, es simple “reajuste estético”.
Pero lo peor de todo esto, es que engañándonos tras una falsa preocupación por las personas con problemas de salud mental, lo que hacen es dificultar su normalización e integración y yendo aún más allá, obstaculizando en muchas ocasiones que pidan ayuda profesional, porque eso supone, en cierta manera, no solo aceptar si no querer estar enfermo. Las personas con experiencias y vivencias previas en el ámbito de tratamiento de la salud mental saben lo que conlleva, en muchas ocasiones, entrar dentro del sistema. No salir.
No salir porque tenemos un sistema de salud mental profundamente cronificador y asistencialista. Que sin recursos atiende como puede a la cada vez mayor cantidad de gente afectada por un problema. Y que los atiende con largas lista de espera que suple con medicación y donde el que no tiene dinero es probable que jamás reciba ayuda terapéutica más allá del seguimiento periódico del psiquiatra para el reajuste del tratamiento farmacológico. En este sistema es casi imposible conseguir salir.
Y eso lo saben las personas que lo han vivido, pero también lo intuimos el resto de la sociedad y si a esto le sumamos el estigma y el desconocimiento que tenemos acerca de las enfermedades mentales, creamos un cóctel propicio para que las personas perciban de una forma muy negativa los problemas de salud mental y que les sea más difícil identificarlos y pedir ayuda.
Por ello es importante que nos mantengamos con los ojos abiertos y no dejemos que con sus discursos vacíos de sentido imposibiliten que las niñas y adolescentes, en su mayoría, que están sufriendo a causa de su cuerpo, sean empujadas casi a ciegas a falsas soluciones mágicas que las van a volver pacientes de por vida y que van a provocar daños irreversibles en su salud y en su desarrollo. Basta de manipulaciones, nosotras no patologizamos y no solo eso, luchamos por una atención basada en la escucha y el acompañamiento, una atención multidisciplinar que indague en los motivos del malestar y que ayude a la persona a superarlo por un camino, que aunque a simple vista parezca el más largo, llevará a las personas afectadas a ser libres y a aceptarse y nos ayudará a todas a vivir en un mundo cada vez más libre de estereotipos de género donde las niñas y los niños podrán crecer siendo, sencillamente eso, niñas y niños.
!Cuanto me ha gustado tu artículo!. ¡Cuanta verdad , ciencia y sentido común en tus palabras! . Me reconfortan.
Muchas gracias, Candela.