En la primera parte de este artículo hice un repaso, aunque no exhaustivo, de algunas de las implicaciones en la vida y los derechos de las mujeres, de las políticas “progresistas” de esta última legislatura. Ante esta situación, podría especularse que el voto de muchas mujeres feministas irá a partidos de la derecha.
Esa opción es impensable en el seno del movimiento feminista, entre otras cosas porque las posiciones conservadoras constituyen la mejore representación del patriarcado más rancio. Pero también porque, además, y con muy pocos matices -de hecho, bastantes menos de los que creemos- la derecha e incluso la extrema derecha de este país, suscribirían buena parte de las medidas que posibilitan tan negativos resultados o, al menos, estarían encantadas con sus efectos, puesto que favorece a sus intereses el ataque a los derechos de las mujeres y, simultáneamente, debilitar al Feminismo.
Además, a eso debe añadirse el gravísimo negacionismo de la violencia machista, uno de los temas que socialmente más ha aupado a Vox. Y que, por eso mismo, este partido no puede renunciar a incluir en cualquier pacto de gobierno que suscriba con el PP. Así es que me permito afirmar que la opción feminista de voto a “las derechas” es por completo descartable.
En todo caso, y al respecto de ese creciente negacionismo social no dejo de preguntarme por qué, a pesar del fuerte incremento presupuestario del Ministerio de Igualdad, no se ha hecho prácticamente nada en esta legislatura para revertirlo. Sobre todo, cuando hemos visto numerosas campañas de dicho Ministerio para casi todo lo que tenga que ver con diversidad. Y también me pregunto por qué no se ha otorgado el debido impulso a la coeducación, como uno de los frenos necesarios de la violencia masculina, cuando, en cambio, sí se ha impulsado -con inusitada rapidez- su sustitución por la transeducación.
Lo cierto es que, desgraciadamente, en la actualidad no existen excesivas diferencias entre la derecha y la izquierda en materia de igualdad, salvo lo apuntado en materia de violencia machista (que unos niegan, y otros intentan paliar con medidas claramente insuficientes). Ello es debido a que la supraestructura ideológica por encima de los actuales partidos políticos con representación parlamentaria, es la patriarcal-capitalista. Y son sus intereses, por completo opuestos a los de las mujeres, los que -en esta materia al menos- se encuentran representados en la totalidad del actual arco parlamentario. Así lo demuestra el que una y otra vez, las mujeres y sus derechos no gocen de prioridad alguna o, peor aún, sean ninguneados.
Ante la constatación de este hecho, desde hace tres años el feminismo, como nadie antes había hecho, avisó una y otra vez sobre que no podían postergarse o ignorarse los derechos de las mujeres sin que eso tuviera consecuencias políticas; congregando a las mujeres en torno a un hashtag que, en las elecciones locales y autonómicas fue un clamor: #FeminismoNoVotaTraidores.
#FeminismoNoVotaTraidores.
Pero el gobierno, y todos los partidos parlamentarios que le han apoyado en esta legislatura finiquitada, sabedores de que el voto feminista es de izquierdas, ignoró y despreció esos avisos. El ejemplo más evidente es que, a pesar del intensísimo debate que se intentó acallar y silenciar desde el aparato gubernamental en torno a la Ley Trans, ni se escuchó ni se recibió al feminismo, al que se acusó, por el contrario, sin pruebas ni argumentos, de transfobia. Paradójicamente (o no tanto), el gobierno metió en un cajón la propuesta feminista de Ley Orgánica de Abolición del Sistema Prostitucional ¡con la excusa de que, ahí sí, había debate! Tomadura de pelo tras tomadura de pelo.
Así las cosas, el patriarcado consigue que el feminismo se divida de nuevo, ya que socialmente se está cuestionando, exclusivamente, el voto de las mujeres. En efecto, desde fuera, aunque también desde dentro del feminismo, se criminaliza propugnar el voto nulo (#FeminismoNoVotaTraidores), con la excusa de que eso propiciará un gobierno de derechas.
Sin entrar en la indudable legitimidad democrática del voto nulo, más si tenemos en cuenta las previsibles consecuencias para el retroceso de derechos de las mujeres que acabo de detallar (pero no agotar), en línea con lo que anuncian los programas políticos de los partidos “progresistas” en las próximas elecciones generales, está claro que con ese argumento se está atribuyendo a las feministas una responsabilidad que sólo es imputable a los partidos que, con sus políticas, han originado nuestra desafección.
Además, no pocas de las críticas al voto nulo se centran en que damos excesiva importancia a un fenómeno social muy reducido como el trans. Sin apercibirse, quien eso dice, de que no son esos pocos trans (que cada vez son más, debido al contagio social) lo que nos preocupan, sino el retroceso de derechos de más del 51% de la ciudadanía y del peligro que eso conlleva de desaparición o, lo que es lo mismo, de absoluta irrelevancia, del movimiento feminista que siempre han deseado los partidos de la derecha, pero a lo que ahora también se adhieren los partidos políticos progresistas.
En ese contexto es especialmente grave que la estrategia del miedo que se ha sembrado interesadamente dentro del feminismo haya tenido también graves consecuencias en su seno. Ya que, dentro del movimiento feminista, a su vez se reprocha con crudeza, sobre todo a las compañeras de doble militancia, que renuncien al voto nulo -a pesar de compartir que sobran las razones que lo avalan- por considerar que, no obstante, es más urgente hacer uso del “voto útil” en función de que su prioridad es frenar a la derecha, ante el grave riesgo de involución en los derechos de las mujeres, especialmente de los de las víctimas de violencia de género.
En todo caso, no deja de llamarme la atención que nadie mire ni critique a los hombres. Esos que configuran muy mayoritariamente la fuerza electoral de Vox, por ejemplo. O que nadie mire a los partidos que, con su apoyo a leyes antifeministas, han provocado la desafección hacia sus políticas de muchas mujeres (y también, cosa que parecerse ignorarse, de no pocos hombres).
Como siempre, se pretende que seamos nosotras las que asumamos toda la responsabilidad de actos que han propiciado los hombres. ¿Saben a qué me recuerda eso? A cómo se estigmatiza a las mujeres prostituidas invisibilizando a los hombres que las prostituyen; o cómo se justifica la violencia de género, con expresiones tales como “qué le habrá hecho al pobrecillo”, aún con el cadáver caliente de su “opresora” delante.
Lo cierto es que el patriarcado ha conseguido de nuevo dividirnos, culpabilizándonos de antemano a las mujeres de lo que ocurra el próximo 23J. Y, como siempre, nos exige cínicamente “en nombre de la democracia y el progreso” que seamos las mujeres las que renunciemos a nuestras prioridades en beneficio de “intereses superiores”.
Por eso, en estos tiempos oscuros, no seré yo quien promueva la división del feminismo y culpe “de la muerte de Manolete” y del resultado de estas elecciones, a las mujeres. Bastante es que, con la decisión que cada una tomemos, deberemos vivir los próximos cuatro años. Como debería ocurrir, aunque no se mencione, con cada uno de los hombres.
Estoy segura de que todas nosotras decidiremos nuestro voto desde un análisis mucho más profundo -por lo delicado de la situación- del que realizarán quienes nos acusan de “inconsciencia”. También sabemos que tendremos que incrementar esfuerzos, sea cual sea el resultado de la contienda electoral, para conseguir que la igualdad real entre en las agendas políticas.
Lo tenemos difícil. Y por eso sé que estas deberían ser las últimas elecciones donde no haya una opción inequívocamente progresista y feminista. Es urgente la consolidación de opciones políticas que se ocupen realmente de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Y para eso necesitamos la unión de todos los partidos, asociaciones y organizaciones feministas y, en general, de todas las mujeres hartas de un sistema que no ha dejado de oprimirnos durante miles de años.
sé que estas deberían ser las últimas elecciones donde no haya una opción inequívocamente progresista y feminista.
Sólo juntas podremos emprender el camino para -de una vez por todas- hacer la revolución feminista. Sólo juntas podremos reconstruir el mundo para hacerlo un espacio habitable en el que quepamos todas y todos. En definitiva, ¡Sólo juntas haremos historia!