Vaya temporadita que llevamos: 11 de octubre, Día Internacional de la Niña; 16 de octubre, Día Internacional de la Mujer Rural; 17 de octubre, Día de la Escritora; 19 de octubre, Día Internacional del Cáncer de Mama. Todas las fechas dedicadas a nosotras, las féminas, a mediados de octubre. Debe haber algo de teoría de la conspiración. Ahí lo dejo.
Me centraré en el Día de la Escritora. A su sazón, dedico esta columna a una de mis referentes contemporáneas en el oficio: Espido Freire. Mi amiga Bea (también fan) está de testigo que tengo un tiempo con la idea y, desde aquí, le mando un besazo a mi amigo Ígor, que la tiene de amor platónico: “Ah, Laurita”, dice.
Pues bien, para mí, Espido (así, de colegas) es un ejemplo del que muchas escritoras jóvenes, nóveles y con un proyecto a largo plazo deberíamos aprender. No diré lo redicho: que si su Premio Planeta, que si esto, que si aquello, que si bla, bla. Lo que sí diré es ha forjado una marca personal en una figura desconocida para mí a la que he denominado escritora-comunicadora.
Los libros de Espido, al menos sus ensayos de los últimos años, son canales de comunicación con el lector en temas que, o bien son coyunturalmente interesantes, que a ella le interesan o las dos cosas. A través de ellos, transmite ideas, reflexiones, datos (muchos datos) y, nos dejan algo. Yo los compro porque siempre que leo alguno de sus ensayos aprendo algo nuevo, ya sea de Santa Teresa, de las hermanas Brontë o de la gente tóxica. Sin embargo, con Espido, la estrategia de comunicación es muy redonda (ahora hablo como directora de The Creative So.): del libro desprende conferencias, charlas, clases magistrales, cursos de verano, o simplemente, talleres ya sea sobre un tema de interés general o sobre el oficio de escribir. Con Espido he aprendido que cada obra es una suerte de tesis doctoral, de la que se puede sacar jugo, por muy utilitario que esto suene. Cada libro es una herramienta de trabajo que, al poseer tal cantidad de información, es posible dividirla y subdividirla. He andado unos años en el mundo académico y esta es una estrategia que bien puede servir a los científicos sociales en su desesperado afán por diseminar su conocimiento. Explotar el trabajo, sacarle jugo, hacerlo de forma ordenada, estructurada y profesional.
Con Espido he aprendido que cada obra es una suerte de tesis doctoral, de la que se puede sacar jugo, por muy utilitario que esto suene. Cada libro es una herramienta de trabajo que, al poseer tal cantidad de información, es posible dividirla y subdividirla.
Profesional es también, otro elemento de la marca personal de Espido: sus modelitos. ¿Malo? Para nada. Hace años estuve en una estancia con mi amiga Sofía, una antropóloga espectacular que ha trabajado codo a codo con Aguirre Beltrán (referencia histórica de la antropología en México) y Juan Rulfo, por ejemplo. Me contó una historia. Por ahí de los 1970-1980, Aguirre, junto a su equipo de campo del Instituto Nacional Indigenista, fue al norte de México para firmar un acuerdo con el pueblo Y, localizado en un lugar de la sierra de muy, pero que de muy difícil acceso. Ese día, para colmo, había llovido a mares y todo estaba enfangado. Aguirre, sin embargo, advirtió al equipo que debían vestir formalmente. En las fotos, se ve el pantalón del traje de Aguirre con barro hasta las rodillas y a los representantes del pueblo Y con sus espléndidos trajes blancos de gala. ¿A dónde voy? Pues que el atuendo también comunica, en este caso, respeto. Tanto Aguirre como el pueblo Y sabían de la importancia del evento al que se enfrentaban, la firma de un acuerdo entre máximas autoridades de uno y otro lado. Que una escritora cuide su atuendo no la hace menos feminista y más chick lit. El atuendo también es un símbolo: nos lo dijeron nuestras madres, nuestras abuelas y, con los años, nuestro sentido común. Que comunica, vaya.
Otro día, les hablo de la Espido emprendedora, la Espido actriz y la Espido Hija de Mary Shelley. Pero por hoy cierro parafraseando a Simone Biles, la estadounidense que revolucionó la gimnasia olímpica en Rio 2016: no quiero ser la siguiente Espido Freire, sino la primera Cristina Rentería Garita. Y sé que, para ello, debo construirme un estilo propio, tal y como ella se ha construido el suyo.