A estas alturas probablemente casi todo el mundo conozca las acusaciones de transfobia vertidas contra Joanne Rowling, una de las escritoras más exitosas del mundo por haber ideado la inmortal saga “Harry Potter”. En numerosos medios de alcance internacional aparecieron los actores y actrices de las famosas películas condenando varios “tuits” de la mujer que hizo posible sus carreras y fortunas. Lo más lamentable de esta historia es que Rowling está siendo víctima de una campaña de acoso y de calumnias. Las ideas que se le atribuyen no se corresponden con las palabras que ella ha escrito.
La historia del acoso a Rowling comenzó cuando una mujer, Maya Forstater, perdió su trabajo como investigadora por afirmar que el sexo tiene existencia real y que dicha realidad condiciona la vida de las mujeres. El caso llegó a los tribunales y, sorprendentemente, el juez consideró que el despido estaba justificado porque defender la realidad biológica del dimorfismo sexual es discurso de odio. Joanne Rowling, escandalizada, escribió un tuit afirmando que cada persona debería poder vestir como quiera, llamarse como quiera y amar a quien desee, pero que nadie debería sufrir un despido por afirmar que el sexo existe. Las palabras de Rowling en defensa de la libertad de expresión dieron lugar a la cancelación temporal de su cuenta de twitter y a miles de amenazas e insultos.
Lejos de amedrentarse, la escritora escribió un tuit en respuesta al anuncio de una empresa de productos de higiene menstrual que presentaba sus compresas como destinadas a “personas menstruantes”. Rowling bromeó preguntándose “las personas menstruantes solían tener un nombre, ¿cómo era?, ¿mujiras?, ¿mojeres?”. Y fue este comentario, muy pérfido y maligno al parecer, el que dio lugar a decenas de celebridades rasgándose las vestiduras y desmarcándose de esta diabla.
No pensemos que este ataque tan estúpido contra la escritora ha sido algo aislado: cientos de titulares de prensa contienen una alusión a los “comentarios tránsfobos” de Rowling, de modo que lo de “transfobo” se da por hecho. La autora ha sido borrada de Wikipedia varias veces, muchas personas han anunciado en twitter la quema de sus libros, ha habido maniobras para intentar que no pueda publicar sus nuevas novelas y la última película sobre una de sus obra amenaza con ser cancelada. El punto álgido del sinsentido llegó cuando el diario sensacionalista “The sun” publicó en portada las palabras del ex marido maltratador de Joanne Rowling afirmando “no me arrepiento de haberla golpeado”.
Afortunadamente, frente a la aparente locura colectiva, parece que hay miles de personas poco ruidosas que se han apresurado a comprar los libros de esta valiente mujer, de modo que sus libros aparecen ahora en el top de ventas. Parece que el mundo, después de todo, no es twitter. Menos mal.
Algo bueno que ha traído esta historia ha sido la apertura del debate sobre el borrado de las mujeres, la misoginia de la “teoría queer” y los peligros del mal llamado “derecho a la autodeterminación de la identidad”, que significa poder cambiar de sexo legal sin ningún requisito jurídico ni médico.
Joanne Rowling ha publicado una carta explicando sus motivos para defender los derechos de las mujeres basados en el sexo. En dicha carta, escrita desde el corazón, la escritora confiesa que, a lo largo de su vida, ha sido víctima tanto de violencia machista como de agresión sexual. Antes de que escribiese la carta ya conocíamos otras dificultades a las que se enfrentó la escritora por ser mujer. Sabíamos que había criado a su primera hija en solitario y que, cuando escribió el primer libro de la célebre saga atravesaba dificultades económicas. La publicación del libro fue rechazada en múltiples ocasiones y finalmente tuvo que camuflarse tras un pseudónimo de apariencia masculina, porque el público no quiere leer libros escritos por una mujer.
En esta carta Joanne Rowling desvela que uno de sus motivos para oponerse a la doctrina “queer” es que, cuando era niña, deseaba ser un niño. Sus padres siempre habían querido que fuese un niño y ella experimentaba rechazo hacia el destino que le esperaba como mujer, ya que no se sentía cómoda en la superficialidad y ornato del rol impuesto a las niñas. La escritora confiesa que, si durante su infancia hubiera dominado el discurso de la “identidad de género”, ella habría estado convencida de ser un niño atrapado en el cuerpo de una niña y hubiese acabado atrapada en un doloroso camino de hormonas y cirugías como la mastectomía.
Rowling explica que fue liberador para ella conocer las vidas de las grandes escritoras. Al conocer sus biografías ella supo que una niña puede aspirar a otros horizontes. Joanne se confiesa preocupada por el aumento del 4400% de niñas biológicas que creen ser niños. La inconformidad de estas niñas es comprensible en una sociedad en la que ser una mujer implica ser cosificada y estar destinada a los cuidado. Lo escandaloso es que las nuevas doctrinas “queer” guíen a estas menores hacia un camino de rechazo hacia sus cuerpos y que se considere que lo mejor para ellas es la medicalización, con consecuencias como daños cerebrales derivados de la paralización de la pubertad, esterilidad permanente, amputación de sus pechos, pérdida de la sensibilidad erógena y dependencia de por vida a medicamentos que aumentan el riesgo de accidente cardiovascular.
La teoría de la identidad, ya se postule desde el innatismo de los cerebros de colores o se formule como electiva en un catálogo de “géneros”, individualiza el malestar de las mujeres. El feminismo promueve la conciencia del “nosotras las mujeres”. Es un movimiento que lucha contra la sociedad patriarcal que moldea la personalidad de las niñas según la ley del agrado. La teoría de la identidad, en cambio, dirige el sufrimiento de las niñas contra sí mismas, ofreciendo como interpretación única la excepcionalidad: “te sientes mal porque eres diferente”. El borrado del “nosotras, las mujeres” se acompaña de la acusación de odio hacia quienes negamos el carácter identitario del género. La “originalidad” es un mensaje cautivador en la edad en la que las niñas están desarrollando su personalidad.
Sin embargo, afirmar la excepcionalidad (y medicarla) no ayudará al conjunto de las mujeres a combatir la violencia obstétrica, la carga de cuidados, la brecha salarial y la invisibilidad de las enfermedades feminizadas. El caramelo individualista y la medicalización ni siquiera aliviarán el malestar de las niñas en tránsito.
La carta de Rowling también expresa oposición a que los sentimientos de los hombres se sitúen por encima de los derechos de las mujeres. La escritora se opone a que los hombres puedan competir en categorías deportivas femeninas, eludir la aplicación de las leyes contra la violencia de género, entrar en refugios para mujeres víctimas de violación o ser trasladados a prisiones femeninas. La autora se opone a que todo eso pueda hacerlo un hombre mediante la mera declaración de “sentirse” mujer, sin que se le exija diagnóstico alguno ni someterse a ningún cambio físico.
Rowling confiesa que, desde que sufrió violencia sexual, siente pánico cuando camina sola por la calle y explica que por eso puede ponerse en el lugar de las víctimas de violencia sexual que expresan su temor ante la idea de dormir o desnudarse junto a personas que conservan una anatomía masculina.
La carta de Rowling también expresa oposición a que los sentimientos de los hombres se sitúen por encima de los derechos de las mujeres.
Sin embargo, desde posiciones “queer” se desdeña el temor de las mujeres que han sufrido violencia sexual y se encuentran en un refugio. Se acusa de odio a las víctimas y se dice que ellas estigmatizan a las personas transexuales y que exageran. Se argumenta que la violencia sexual ejercida por hombres que se sienten mujeres “es algo excepcional” y que el solo hecho de hablar de ello “estigmatiza a las mujeres trans”.
Realmente, las cifras de la violencia sexual ejercida por hombres no varía en función del modo en que estos se identifican. El hecho de repetir muchas veces “las mujeres trans son mujeres” no borra la anatomía ni la socialización masculina, ni impide que el cambio de sexo se cometa con intenciones fraudulentas. La mujer violada en una prisión de mujeres por un hombre violento que se declara mujer forma parte del mismo sistema patriarcal que la violación cometida por cualquier otro hombre. No deberíamos conceder a los delincuentes sexuales y otros especímenes el lujo de “auto-identificarse” como parte de la clase sexual a la que ellos oprimen, violan y asesinan.
El sufrimiento de las mujeres importa, aunque el patriarcado nos haya acostumbrado a dar diez veces más importancia al sufrimiento de un hombre que al de una mujer. Como hace notar Joanne Rowling, las personas transexuales también pueden sufrir las consecuencias de las leyes que liberalizan el cambio de sexo, pues los hombres violentos (se declaren como se declaren) violan y asesinan a personas transexuales.
La eliminación de controles médicos y jurídicos para obtener el cambio de sexo legal se está planteando como algo progresista, pero es tan liberal como considerar que las personas blancas pueden solicitar ayudas reservadas a personas negras porque se sienten así, o que las personas adineradas pueden declararse de clase obrera y tributar como tales, o que las personas sin discapacidad pueden cobrar una pensión si afirman que pertenecen a dicho colectivo. Las personas subordinadas saben que su situación no es cuestión de identidad.
El movimiento feminista siempre ha apoyado a las personas transexuales. Las feministas luchamos para que llegue un día en que una persona pueda expresar su personalidad libremente, sin que su anatomía le suponga un obstáculo. Y, por supuesto, también respaldamos a todas las personas adultas que decidan hormonarse u operarse para aliviar su sufrimiento. De manera paradigmática, nos oponemos a que una persona sufra discriminación en el trabajo o en la escuela debido a su rechazo de los roles sexuales impuestos. Hay que buscar cauces para que la lucha contra esta forma de discriminación no conlleve un borrado de las mujeres. Esta es la sensata propuesta de Joanne Rowling.