En el último par de años se han publicado al menos cuatro libros dedicados enteramente al tema del transgenerismo y los daños que la ideología y las políticas de la identidad de género traen consigo. Todos estos han llegado a las listas de superventas:
- Irreversible Damage. The Transgender Craze Seducing Our Daughters, de Abigail Shrier (junio de 2020; versión en español: Un daño irreversible. La locura transgénero que seduce a nuestras hijas, septiembre de 2021).
- Material Girls. Why Reality Matters for Feminism, de Kathleen Stock (“Chicas materiales. Por qué la realidad importa para el feminismo”, marzo de 2021).
- When Ideology Meets Reality, de Helen Joyce (“Trans. Cuando la ideología se topa con la realidad”, julio de 2021).
- Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género, de José Errasti y Marino Pérez Álvarez (febrero de 2022).
Esto es sin duda una buena señal. Hace cinco años era mucho más incómodo hablar del asunto[1] y la gente aún creía que todo era alucinación de unas cuantas exageradas paranoicas. “Eso no pasa”, aseguraban, pero sólo se puede mantener la cabeza enterrada cierto tiempo. Además, ahora el transgenerismo es omnipresente y hace tiempo que dejó de operar en lo oscurito. Todavía nos cancelan y nos amenazan, pero algunas editoriales ya se dieron cuenta de que el público quiere entender la ineludible polémica y, quizá pensando que “toda publicidad es buena”, están dispuestas a correr el riesgo y pagan el precio consistente en tener a transactivistas enchinchándolas día y noche. ¡Bienvenidas todas las obras que analizan este problemón desde diferentes puntos de vista y se lo exponen a distintos públicos!
Lo que no es tan buena señal es que las autoras y autores de esos cuatro títulos parecen ignorar el hecho de que algunas feministas radicales llevan décadas señalando estos peligros. ¿Por qué no acudieron a las fuentes? Su omisión es, por decir lo menos, desdeñosa. Ninguna cita a Janice Raymond, que ya en 1979 sentaba las bases para todos los análisis posteriores en su libro The Transsexual Empire. The Making of the She-Male (“El imperio transexual. La fabricación del hombre-a-mujer”), ni a Sheila Jeffreys, que en su fundamental Gender Hurts. A Feminist Analysis of the Politics of Transgenderism (Gender Hurts / El género daña. Un análisis feminista de las políticas del transgenerismo), de 2014, presentaba en forma muy acabada los mismos argumentos que estas otras, que tardaron mucho más en detectar la ultramisógina embestida transgenerista, repiten o reinventan. ¿Internet no les informó que una feminista imprescindible lo dijo antes y mejor? ¿No es esto mismo una forma injusta del tan mentado borrado de las mujeres?
Me preocupa y entristece a partes iguales ver que feministas abolicionistas recomiendan y difunden gustosas por grupos de Whatsapp el pdf del libro de Errasti y Pérez como si fuera un regalo de los dioses que viene a darnos todas las respuestas, cuando ellos mismos aclaran que su libro “no está escrito desde el feminismo”, y cuando la obra que mejor lo explica todo, Gender Hurts / El género daña, está disponible desde hace más de un año en nuestra lengua, tanto en papel como en formato electrónico, gracias a la editorial feminista radical independiente Labrys y al trabajo de traducción de Anna Prats y Ananda Castaño.
En este contexto, considero oportuno reproducir aquí mi participación en su lanzamiento editorial, que tuvo lugar el 11 de abril de 2021 en un seminario virtual de Women’s Declaration International – español, con presencia de la autora, y reiterar mi invitación a que lo lean y estudien. Está escrito con claridad, incluso más que algunos de los citados, a pesar de ser muchísimo más profundo y, faltaba más, radical.
Sheila Jeffreys lo vio venir. En su segundo libro, Anticlimax, de 1990, ya hablaba de hombres que parodian a las mujeres y al feminismo, y en el tercero, La herejía lesbiana, de 1993, apuntaba fenómenos, como el retorno al género y con él al esencialismo, que treinta años después nos están explotando en la cara a mujeres de todo el mundo, lesbianas o no.
Contraargumentándole a una filósofa posmoderna de cuyo nombre ustedes mejor no quieren acordarse, dice Jeffreys en La herejía lesbiana:
“Al parecer, el público que asiste a la función de travestismo del género debe darse cuenta de que el género no es ni ‘real’ ni ‘verdadero’. Pero, después de darse cuenta, ¿qué deben hacer? Al acabar la función de travestismo, ¿las mujeres y los hombres heterosexuales volverán a casa corriendo para deshacerse del género y anunciar a sus parejas que no hay tal cosa como la masculinidad y la feminidad? No parece demasiado probable. Si el género fuera realmente sólo una idea, si la supremacía masculina se perpetuara sólo porque en las cabezas de los hombres y de las mujeres no acababan de prenderse las lucecitas necesarias para poder descubrir el error del género, entonces la estrategia [performativa] de Butler podría tener éxito. Sin embargo, su concepción de la opresión de las mujeres es una concepción liberal e idealista. La supremacía masculina no sólo se perpetúa porque la gente no se percata de la construcción social del género o por una desgraciada equivocación que tenemos que corregir de alguna manera. Se perpetúa porque sirve a los intereses de los varones. No hay razón por la que los varones tengan que ceder todas las ventajas económicas, sexuales y emocionales que les brinda el sistema de supremacía masculina, sólo por descubrir que pueden llevar faldas. Por otra parte, la opresión de las mujeres no sólo consiste en tener que maquillarse. La imagen de un varón con falda o de una mujer con corbata no basta para liberar a una mujer de su relación heterosexual, mientras el abandono de su opresión le pueda causar un sufrimiento social, económico y probablemente hasta físico, y en algunas ocasiones la pérdida de su vida” (La herejía lesbiana, pp. 155-156).
El género en disputa se publicó el mismo año que Anticlimax. ¿Se imaginan ustedes si la obra de Sheila Jeffreys fuera tan influyente y tuviera tanta incidencia en el planeta como la de Judith Butler? Otro gallo nos cantaba. Quizá estaríamos realmente encaminándonos a ese mundo sin género que imaginan las feministas, y no a ese mundo sin feminismo con que sueña el transgenerismo o ese mundo sin mujeres a que aspira el transhumanismo, que es su siguiente parada.
Con sus ya casi doce libros (contando el que ahora mismo está escribiendo y cuyo título en unos minutos nos va a revelar),[2] Sheila Jeffreys es una de las moradoras indiscutibles del monte Olimpo del feminismo radical, y posiblemente la más prolífica. Hay grandes temas que atraviesan casi toda su obra. La política feminista, el feminismo lésbico, la industria del sexo, la industria de la belleza, la industria del transgenerismo… A esta última dedica capítulos en varios de sus libros, pero es el que hoy presentamos, El género daña, de 2014, donde más se detiene, amplía y sistematiza. Leído junto con Unpacking Queer Politics (“Desentrañando la política queer”), nos da un panorama bastante completo de la amenaza más inmediata que tenemos que enfrentar las feministas de gran parte del globo en esta tercera década del siglo XXI.
Entonces, cuando empezó esta acometida transgenerista, Jeffreys la historiadora estaba ahí, observando y señalando los riesgos que luego hemos visto confirmarse uno tras otro. Jeffreys la visionaria.
Mirando fotos de tertulias feministas de los años setenta con Kate Millett en algún departamento de Nueva York leyendo sus textos en voz alta, o escuchando alguno de esos audios de Andrea Dworkin que han rescatado podcasts o canales de YouTube feministas, he llegado a sentir nostalgia y muchas ganas de haber estado ahí. Pero hoy en la Ciudad de México de los años de la pandemia me doy cuenta de la gran suerte que es ser contemporánea de Sheila Jeffreys y poder asistir a las charlas y webinarios que da en línea.
Sheila está aquí, ahora mismo, entre nosotras, escribiendo, haciendo trabajo feminista desde esta organización internacional que fundó con otras, la Campaña por los Derechos Humanos de las Mujeres,[3] inspirando y ayudando a despertar la conciencia feminista y guiando la lucha de una nueva generación de jóvenes dispuestas a plantarle cara a esta horrible embestida.
Esa situación hipotética que hace unas líneas planteaba, un mundo en el que El género daña fuera una obra más influyente que El género en disputa, parece muy lejana pero no es descabellada e inimaginable. Piensen en el impacto que ha tenido la obra de Jeffreys en el auge del feminismo radical en Corea del Sur. Entre 2015-2016 y 2017-2018, las mujeres surcoreanas gastaron 53,500 millones de wones surcoreanos menos que los años anteriores en productos de belleza y cirugías estéticas. Parte de este rechazo cultural a las prácticas de belleza surgió del movimiento Quítate el Corsé. Inspirado por el libro Beauty and Misogyny (“Belleza y misoginia”, que en coreano se tradujo en 2018 como “Corsé: Belleza y misoginia”), ese movimiento aboga por quitarse los “corsés” modernos: depilación, maquillaje, tacones, cirugías plásticas, dietas restrictivas, etcétera.
Me preocupa y entristece a partes iguales ver que feministas abolicionistas recomiendan y difunden gustosas por grupos de Whatsapp el pdf del libro de Errasti y Pérez como si fuera un regalo de los dioses que viene a darnos todas las respuestas, cuando ellos mismos aclaran que su libro “no está escrito desde el feminismo”, y cuando la obra que mejor lo explica todo, Gender Hurts / El género daña, está disponible desde hace más de un año en nuestra lengua,
Aunque es obvio que una obra como El género en disputa, que se amolda de lo lindo al sistema patriarcal, será más popular y tiktokeable que una tan crítica de ese sistema como el conjunto de los escritos de Jeffreys, la experiencia de las surcoreanas ejemplifica maravillosamente la capacidad del feminismo para enlazar la teoría con la práctica y para unirnos a todas las mujeres del mundo más allá de edades, idiomas y otras fronteras.
Me ha tocado ver de cerca lo que provoca el pensamiento de Sheila Jeffreys en muchachas, morras y chavalitas latinoamericanas que se acercan al feminismo. En lives de Facebook organizados con grupos feministas he leído en voz alta capítulos de algunos de sus libros y he visto en tiempo real el efecto de la revelación, esa súbita comprensión, cuando de pronto todo cuadra y cobra sentido. Hay hambre de análisis feminista radical y la obra de Jeffreys ayuda, no diré que a saciarla, sino a avivarla aún más. Así es el conocimiento: mientras más sabes, más quieres saber.
Imaginen un meme así: del lado izquierdo alguien frente a las páginas tortuosas de El género en disputa: la expresión es de total desconcierto, interrogación, WTF, no entiendo nada. Del lado derecho alguien frente a El género daña y su transparente claridad. Es cara de un gozoso “¡¡¡Eureka!!!, ahora entiendo, tiene toda la razón, yo lo he visto, eso mismo pensé yo”. Leyendo a Jeffreys las piezas se acomodan. Las mujeres observando y reflexionando a solas o con otras mujeres pueden llegar a las mismas conclusiones. He visto a feministas que no necesariamente han leído a Sheila Jeffreys esbozar los mismos argumentos que Jeffreys planteó hace tres décadas con total lucidez. Como éste: “Para las feministas que reconocen el género como jerarquía, jugar con él no puede formar parte de un futuro propicio para los intereses de las mujeres porque la libertad de las mujeres requiere la abolición del género”.
Si son como yo, cuando lean El género daña el lápiz se les va a acabar de tanto sacarle punta por estar subrayando su ejemplar con singular alegría.
Como buena feminista radical, Sheila Jeffreys despierta pasiones y enoja a mucha gente. Claro. El feminismo es incómodo. Su crítica radical al statu quo irrita: no es complaciente. Feminismo a contrapelo. Les voy a contar qué es lo que más enoja de ella: que no tiene pelos en la lengua y dice las cosas como son. No se imaginen que es grosera o violenta; nada más falso. Pero es un hecho que no obedece a ese mandamiento de la feminidad que dice “Usarás el pronombre de preferencia de tu enemigo y pondrás la otra mejilla”. Es su mayor pecado.
Sé que muchas mujeres, sobre todo cuando empiezan a interesarse en estos temas, quieren ser amables y se preocupan muchísimo por “no ofender a las chicas trans”. No quieren parecer tránsfobas. ¿Pero saben qué? De todas formas las van a acusar de tener un discurso de odio, por el solo hecho de no seguir la corriente y no decir todo lo que ellos quieren oír de nuestros labios sumisos. Entonces, ¿para qué le dices “chica” a un hombre? ¿A quién quieres engañar? ¿Lo que quieres es darle por su lado y no ofender?
La mentira no le hace bien a nadie. Como Sheila explica en el libro cuya publicación hoy celebramos, el transgenerismo lastima también a aquellas personas que dicen estar atrapadas en el cuerpo equivocado. Si a una mujer con anorexia no le sigues la corriente y le dices que sí, qué gorda está, ¿por qué a un hombre que dice identificarse como mujer, signifique eso lo que signifique, le dices “Amiga preciosa, tú eres la más mujer de todas”? Y ya entradas en el neolenguaje, el feminismo centrado en las mujeres se convierte en discurso de odio. El hecho mismo de nombrar a las mujeres y nuestros cuerpos es supuestamente discurso de odio. No caigamos en ese juego.
Y sí, Sheila le dice “el trasvesti” a quien una cisfeminista llamará “mi amiga trans”, y sabe que la causa de esta epidemia de hombres que se dicen mujeres y están queriendo colonizar el feminismo es un fetichismo de inspiración pornográfica y no una misteriosa identidad indefinible.
Si nos damos cuenta de que no son los derechos humanos de un grupo oprimido sino los derechos sexuales de unos hombres en su mayoría heterosexuales lo que está detrás de esos principios de Yogyakarta que están entrando a legislaciones de cada vez más países, podremos organizarnos para defender los derechos de las mujeres basados en el sexo. Si no, no.
Si hoy aceptas sus pronombres de preferencia, mañana tendrás que aceptar el pene femenino de la chica exhibicionista en tus vestidores o a la violadora con sentimientos de mujer en la cárcel de mujeres.
En las últimas páginas de El género daña escribe Jeffreys: “Para gente de las comunidades lésbico-gay y feminista que podrían decir que no tienen nada que ver con el transgenerismo y sólo intentan eludir el tema, quizá porque temen el daño a su reputación, yo les diría que ya es tiempo de tomarse en serio este fenómeno enormemente pernicioso. […] Los daños son tan atroces que no es éticamente aceptable apartar la mirada”.
No podemos decir que nadie nos lo advirtió.
[1] Sigue siendo para mí un misterio (aunque tengo mis sospechas) por qué el libro cuya próxima publicación su autora, la filósofa política Rebecca Reilly-Cooper, había anunciado para 2016 bajo el sello de Palgrave Macmillan (The Politics of Gender Identity: A Feminist Critique), al final nunca se publicó.
[2] El título es Penile Imperialism. The Male Sex Right and Women’s Subordination (“Imperialismo peneano. El derecho sexual masculino y la subordinación de las mujeres”), que en septiembre de 2022 estará disponible con el sello de Spinifex Press.
[3] Su nombre cambió a Declaración Internacional de las Mujeres.